No sólo el oficialismo debería escuchar el mensaje de las urnas, también la oposición. Más allá de las victorias en algunas provincias y la presencia de líderes nacionales, algunas cuestiones no tradicionales del funcionamiento de nuestra política deberían ser consideradas para una estrategia hacia 2015. Las elecciones han dejado en claro que la debacle 1998-2001 no puso en crisis el sistema nacional de partidos políticos: lo destruyó. Sin embargo, en la oposición se sigue razonando en términos partidarios, aunque la realidad indique que no tenemos partidos nacionales. ¿Quiénes son los presidentes del PJ o la UCR? Pocos lo saben porque poco importa. El único motivo por el cual el PJ no ha desaparecido formalmente es un amparo presentado ante la Justicia Electoral y la UCR se ha fraccionado de hecho en varios radicalismos locales.
Cierto, todavía perduran las identidades políticas o la nostalgia de las viejas pertenencias partidarias. Pero estas son cada vez menos relevantes. Lo que cuenta cada vez más es el control territorial a través del aparato estatal en sus diferentes niveles (nacional, provincial y municipal). No se acuerda entre partidos sino entre dirigentes que lideran los territorios electorales. Néstor Kirchner construyó su poder aliándose con quienes controlaban territorios y al Estado, no con los que conducían formalmente los partidos. Así nació entonces lo que se llamó la “transversalidad”. No tocó el timbre del Comité Nacional de la UCR: buscó dónde estaba el poder real y así, construyó su éxito electoral. En este tiempo, quien repite la misma fórmula es Sergio Massa. La transversalidad hoy se llama Frente Renovador (FR). En la provincia de Buenos Aires, Massa se alió con intendentes peronistas y no-peronistas. Sus primeros movimientos después de la elección indican que repetirá esta experiencia bonaerense en el resto del país. Como Kirchner, Massa sabe que si quiere acordar con el poder real del peronismo y del radicalismo, debe ir a negociar directamente con los que lo ejercen.