Por: Nicolás Caputo
No sólo el oficialismo debería escuchar el mensaje de las urnas, también la oposición. Más allá de las victorias en algunas provincias y la presencia de líderes nacionales, algunas cuestiones no tradicionales del funcionamiento de nuestra política deberían ser consideradas para una estrategia hacia 2015. Las elecciones han dejado en claro que la debacle 1998-2001 no puso en crisis el sistema nacional de partidos políticos: lo destruyó. Sin embargo, en la oposición se sigue razonando en términos partidarios, aunque la realidad indique que no tenemos partidos nacionales. ¿Quiénes son los presidentes del PJ o la UCR? Pocos lo saben porque poco importa. El único motivo por el cual el PJ no ha desaparecido formalmente es un amparo presentado ante la Justicia Electoral y la UCR se ha fraccionado de hecho en varios radicalismos locales.
Cierto, todavía perduran las identidades políticas o la nostalgia de las viejas pertenencias partidarias. Pero estas son cada vez menos relevantes. Lo que cuenta cada vez más es el control territorial a través del aparato estatal en sus diferentes niveles (nacional, provincial y municipal). No se acuerda entre partidos sino entre dirigentes que lideran los territorios electorales. Néstor Kirchner construyó su poder aliándose con quienes controlaban territorios y al Estado, no con los que conducían formalmente los partidos. Así nació entonces lo que se llamó la “transversalidad”. No tocó el timbre del Comité Nacional de la UCR: buscó dónde estaba el poder real y así, construyó su éxito electoral. En este tiempo, quien repite la misma fórmula es Sergio Massa. La transversalidad hoy se llama Frente Renovador (FR). En la provincia de Buenos Aires, Massa se alió con intendentes peronistas y no-peronistas. Sus primeros movimientos después de la elección indican que repetirá esta experiencia bonaerense en el resto del país. Como Kirchner, Massa sabe que si quiere acordar con el poder real del peronismo y del radicalismo, debe ir a negociar directamente con los que lo ejercen.
Mientras tanto, desde sectores no-peronistas se piensa en 2015 extrapolando la experiencia porteña de UNEN e imaginando así una gran PASO. Sin embargo, esta estrategia contiene dos graves deficiencias. Por un lado, se persiste erróneamente en pensar que los actores políticos siguen la lógica de las cúpulas de los partidos. Por otro lado, se plantea la discusión en términos de peronismo-antiperonismo cometiendo el error de creer que la fortaleza de una opción electoral en 2015 tiene que ver con la diferenciación del peronismo. Quienes construyen así sus estrategias van hacia un fracaso porque el clivaje político no se da más en términos partidarios. Esta realidad se expresa con mayor fuerza y crudeza en el conurbano, territorio indispensable para un proyecto nacional donde está uno de cada cuatro votos del país. Si bien parece dominado por dirigentes de origen peronista, una buena parte de sus votantes no lo son. Para éstos, la separación peronismo-antiperonismo ya no es relevante y definen su voto por otros motivos.
Un proyecto presidencial desde sectores no-peronistas debería asumir que el poder político ya no pasa por los partidos políticos sino por el control del territorio a través del manejo del aparato estatal. Una primera consecuencia práctica es realizar un trabajo político hacia los intendentes para evitar su cooptación por el FR, seduciéndolos además con una estrategia competitiva hacia 2015. Esto último implica, en segundo lugar, incorporar dirigentes de origen peronista y definir una estrategia específica en el conurbano. Ciertamente, la manera en que se organiza hoy la política argentina puede ser criticada. Está lejos de la idea de fuerzas políticas portadoras de proyectos que compiten entre sí. Pero esa no es nuestra realidad y si se desea cambiarla, la primera condición es no desconocer lo que sucede.