El caso Nisman y el poder

En el caso Nisman, su denuncia y su muerte, la lucha de la Presidenta no es únicamente en el plano judicial. La imagen que Cristina Kirchner pretendía dejar tras abandonar el poder -la de una líder popular que había resistido los embates del monopolio mediático, del imperialismo yanki y de los fondos buitre- corre el riesgo de terminar en el “hondo bajo fondo, donde el barro se subleva”. Lejos del relato épico, enceguecido en su desesperación, el kirchnerismo es una fiera que en cada zarpazo se hunde un poco más en esa ciénaga que es el mundo de servicios, encubrimientos y personajes patibularios.

Desde que hiciera Nisman su denuncia, se movilizó el aparato de propaganda K, a través diarios y televisión oficialistas, con brutales operaciones. Lo acusaron de borracho, títere de Stiuso, peón de la CIA, de llevar una vida dispendiosa, de mal padre y desestabilizador, entre otros. El exministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Raúl Zaffaroni, llegó a decir “estoy seguro que Nisman no escribió la denuncia”, a la vez que, en una entrevista televisiva, reconocía no haberla leído y haberse informado de su contenido por la prensa. Continuar leyendo

Parlasur, un resguardo atractivo

Un movimiento personalista como el kirchnerismo no tiene herederos; la única continuidad posible es la de Cristina Kirchner. Pero, a diferencia de otros movimientos similares en América Latina, el kichnerismo no pudo reformar la Constitución. ¿Cómo, entonces, resignarse a abandonar el poder, con el inmenso riesgo de no recuperarlo y enfrentarse así a la probable catarata de denuncias de corrupción? Para muchos, la situación es a todo o nada para mantener cargos, influencias, impunidad y negocios.

Una posible llave está en un proyecto que se trata en diciembre en el Congreso que podría parecer a simple vista como anodino: la elección de los parlamentarios del Mercosur. Como este organismo no decide prácticamente nada puede creerse que la cuestión es irrelevante. Sin embargo, esta reforma puede cambiar la dinámica política en la Argentina. El “vamos por todo” empieza a tomar forma concreta. Continuar leyendo

El riesgo de una crisis sin precedentes

El impacto de la devaluación de enero y el ajuste en marcha fueron un despertador para amplios sectores de nuestra sociedad. El sueño de la “década ganada”, pulverizado, ahora amenaza con convertirse en una pesadilla para muchos que viven en la incertidumbre. Desde entonces, volvieron, como no sucedía desde los noventa, los economistas, quienes intentarán explicarnos qué pasa y qué sucederá. Pero, detrás de las dificultades económicas asoma una potencial crisis política, que los economistas no podrían resolver.

Si, como algunos vaticinan, la Argentina se sumergiera en una crisis económica, viviríamos un conflicto sin precedentes y a diferencia de las anteriores su originalidad no sería económica sino política. Esta sería la primera vez que Argentina atravesaría graves dificultades económicas sin partidos políticos organizados con capacidad para contener sus potenciales efectos sociales, para funcionar como amortiguador. En las anteriores crisis, el país contó con instituciones que condujeron políticamente el proceso. Incluso en 2001, a pesar del “que se vayan todos”, el bipartidismo cantó su última loa antes de sucumbir. Fue, en efecto, la Asamblea Legislativa que permitió, con apoyo del peronismo y del radicalismo, la formación del gobierno de transición de Duhalde.

La crisis 1998-2001 destruyó el sistema de partidos. De sus fragmentos emergió un sistema de tribus, de liderazgos informales de distintas facciones que controlan porciones de territorios. El peronismo, que siempre se consideró y funcionó como un movimiento, hace tiempo que dejó de ser un partido político para ser una asociación de caudillos locales. El radicalismo, bajo las apariencias de su burocracia partidaria, se dividió en radicalismos locales que fueron variando sus alianzas a lo largo de esta década para subsistir. En este tiempo, no emergió, todavía, ninguna fuerza política nacional alternativa, mientras que los partidos o sus confusos herederos institucionales son mirados con desconfianza por la gran mayoría.

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La oposición no peronista y el 2015

No sólo el oficialismo debería escuchar el mensaje de las urnas, también la oposición. Más allá de las victorias en algunas provincias y la presencia de líderes nacionales, algunas cuestiones no tradicionales del funcionamiento de nuestra política deberían ser consideradas para una estrategia hacia 2015. Las elecciones han dejado en claro que la debacle 1998-2001 no puso en crisis el sistema nacional de partidos políticos: lo destruyó. Sin embargo, en la oposición se sigue razonando en términos partidarios, aunque la realidad indique que no tenemos partidos nacionales. ¿Quiénes son los presidentes del PJ o la UCR? Pocos lo saben porque poco importa. El único motivo por el cual el PJ no ha desaparecido formalmente es un amparo presentado ante la Justicia Electoral y la UCR se ha fraccionado de hecho en varios radicalismos locales.

Cierto, todavía perduran las identidades políticas o la nostalgia de las viejas pertenencias partidarias. Pero estas son cada vez menos relevantes. Lo que cuenta cada vez más es el control territorial a través del aparato estatal en sus diferentes niveles (nacional, provincial y municipal). No se acuerda entre partidos sino entre dirigentes que lideran los territorios electorales. Néstor Kirchner construyó su poder aliándose con quienes controlaban territorios y al Estado, no con los que conducían formalmente los partidos. Así nació entonces lo que se llamó la “transversalidad”. No tocó el timbre del Comité Nacional de la UCR: buscó dónde estaba el poder real y así, construyó su éxito electoral. En este tiempo, quien repite la misma fórmula es Sergio Massa. La transversalidad hoy se llama Frente Renovador (FR). En la provincia de Buenos Aires, Massa se alió con intendentes peronistas y no-peronistas. Sus primeros movimientos después de la elección indican que repetirá esta experiencia bonaerense en el resto del país. Como Kirchner, Massa sabe que si quiere acordar con el poder real del peronismo y del radicalismo, debe ir a negociar directamente con los que lo ejercen.

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Con pena y sin gloria: el ajuste

Los argentinos estamos nuevamente en las puertas de un ajuste. Analistas y políticos coinciden en que el país necesita, sin mayores dilaciones, implementar ya las medidas para frenar el problema del balance de pagos. La sensación de urgencia ha sido instalada: no hay tiempo, las reservas están en caída libre. Dicen que no hay alternativa. Así, este ajuste, como tantos anteriores, se presenta como inevitable.

El agotamiento económico y la derrota electoral llevaron al repliegue político. El Gobierno de la lucha contra las corporaciones pacta con los enemigos de ayer. Los primeros pasos indican el camino: arreglo con Clarín para una división formal pero irreal que deja a todos contentos, con el FMI por el índice de precios, con Repsol y con el sector más especulador de la finanza internacional (los “fondos buitres“).

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