Ensayo sobre la ceguera

Supongamos un caso de estudio en el cual dos familias iguales, misma situación económica, misma conformación, hasta padres con caracteres similares, se dedican a criar cada una a un hijo de la misma edad de forma opuesta. A uno le enseñan a estudiar, a trabajar, a formarse y a conseguir sus propias cosas. También le enseñan a ahorrar porque no siempre va a tener mucha plata. Al otro le dan todo lo que pide y lo que no también. Si reprueba en el colegio no le dicen nada y si no quiere trabajar hasta los 40 es su decisión. Adivinen cuál va a ser exitoso.

Cuando el país entero se unió bajo el lema “que se vayan todos”, no nos imaginamos que el peor mal que nos podían hacer era inundar las calles de dólares.

Las reservas crecían aun con el pago de la deuda al FMI y nos creímos que sabíamos todo, que habíamos encontrado la receta del éxito. Creímos que estábamos para dar cátedra a Europa y que Estados Unidos era un peón de China. También creímos que 678 algo de razón tenía. Y como ese chico al que nunca le enseñaron nada en su vida, creímos que la buena iba a durar para siempre, que ahorrar no era necesario.

Nos encegueció la plata, el consumo, las cuotas sin interés, el fútbol gratis. Dejó de importar cuánto se robaran mientras los subsidios a la electricidad nos dejaran tener tres aires prendidos a la vez en septiembre. Las paritarias nos aumentan los sueldos un 20% y festejamos aunque la inflación supere eso y ganemos cada vez menos, y eso para la mitad del país con la suerte de estar en blanco.

Miramos con ese cinismo horrendo de creer que dar una moneda en el subte es cuidar a la gente que menos tiene, y festejamos la Asignación Universal por Hijo. Cinco años después nos venden que está bien dar un plan a los que no laburan ni estudian. Finalmente, con diez años de crecimiento la gente estudia cada vez menos y trabaja cada vez menos, mientras el 40% de la población con capacidad de trabajar vive del Estado.

Nos volvimos ese hijo mantenido.

En el país donde el Congreso es la escribanía del Gobierno, descubrimos por las malas que hay ciertas leyes que no se pueden romper. No se puede ganar 5 y gastar 10. No se puede vivir con lo propio cuando absolutamente todo lo que producimos tiene componentes importados. Cuando no nos alcanza el gas, ni el petróleo, ni la energía en general.

Ahora tenemos un país lleno de ciegos dando tumbos, golpeándose las cabezas entre sí sin entender que nos pasó. Pero tenemos un pequeño grupo de vivos que aprovecharon eso, que siempre vieron. No todos los que defienden el modelo lo compraron. Muchos nunca perdieron de vista que era un dibujo para hacer la suya, para salvarse para siempre. Los vivos que van y vienen, que saltan de espacio en espacio, oficialistas y opositores. Son fáciles de reconocer.

Sería bueno que si un día recuperamos la visión podamos aprender de nuestros errores. Entender que cada paso que avanza el Estado sobre lo que no debiera ser estatal es un lugar más de corrupción, de coimas y de ineficiencia.

Sería bueno que una vez, si nuevamente un gobierno se va y deja todo arrasado, hagamos algo para que sus integrantes sean juzgados y se los ponga en el lugar que corresponde, o que al menos nos conformemos con no volver a votarlos cuando se cambien de camiseta y nos digan que en verdad siempre fueron del otro equipo.

 

Macri, el primero

La oposición argentina apesta. Listo. Nos sacamos un tema de encima. Un prejuicio que se volvió juicio con cada ley pedorra que la oposición le votó al kirchnerismo, desde la truchada de Aerolíneas hasta la inescrupulosa estatización de Ciccone.

Papelón tras papelón los políticos no K, ex K, futuros K, todo aquel que hoy, en este momento, no se considere cristinista, van abriendo su paso hacia la mediocridad, hacia la vergüenza y por sobre todo hacia la indiferencia total de la ciudadanía.

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