El kirchnerismo debe parte de su éxito al manejo con mano de hierro de todos los recursos que le permite una sociedad permisiva y prescindente, mientras apela al relato que distrae y confronta. Y debe parte del gran rechazo que genera a su permanente confusión entre Estado y partido gobernante, por la que se apropian de recursos y bienes estatales como si fueran propios y borran de esta suerte todo límite legal.
Además, el uso y el abuso de las potestades que prevé la Constitución para quienes gobiernan quedan reducidos a la visión interesada de un poder que la ningunea constantemente. La discrecionalidad en el poder, además de instituciones de baja o nula intensidad democrática, crea situaciones de ficción. Por citar un ejemplo, en el comercio exterior han establecido mecanismos poco claros, trabas, oficinas paraestatales adonde hay que “tributar” para poder vender los productos que se quieran ofrecer al mundo. Esos procesos han beneficiado a un puñado de amigos del poder, pero han perjudicado fuertemente al conjunto del país, como sucedió con las multas que nos impuso la Organización Mundial del Comercio por esos obstáculos.
Por último, en este final de ciclo, el Gobierno ha hecho de la mentira y del fraude una política de Estado, a nivel nacional e internacional. Así, nos mienten con el presupuesto, la inflación, la pobreza, los resultados de las elecciones, sus declaraciones juradas y vaya uno a saber con cuánto más. Continuar leyendo