La mala memoria

“La Cámara ha declinado proceder en la implementación de cada presupuesto que adoptó apenas hace tres meses. Por consiguiente, pienso que la Cámara ha elegido: el secuestro –y sus poco realistas y malintencionados recortes discrecionales– debe ser terminado”, estas fueron las palabras del representante republicano por el estado de Kentucky y presidente del poderoso comité de asignaciones de la Cámara de Representantes, Harold Rogers, después del rifirrafe que la semana pasada personificaron los miembros de su partido en el Senado y la Cámara. Ni representantes ni senadores, lograron ponerse de acuerdo sobre dónde y cómo implementar los recortes salvajes que su mismo partido forzó hace unos pocos meses. ¿En qué estarían pensando cuando lo hicieron?

Días atrás el vocero de la mayoría en la Cámara, John Boehner, había dicho en una entrevista que él sería juzgado por las leyes que revocara y no por las que pasara. Más claro no podía ser. Ya van por el intento número cuarenta de revocar la ley de salud del presidente Obama. ¿Qué tan bueno puede ser para un país que el más poderoso de sus líderes en el Congreso sienta que su trabajo consiste más en sabotear que cooperar? El Congreso es llamado la rama legislativa del poder público. Sus integrantes están allí para legislar. Legislar, según el diccionario de la Real Academia significa: Dar, hacer o establecer leyes. Sin embargo el vocero de la mayoría piensa que su sitio en la historia consiste en cuántas leyes destruye.

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El sueño de una mejor vida

Un amigo se acaba de hacer ciudadano de los Estados Unidos. Me contó que la ceremonia fue muy emocionante. Había gente de muchas nacionalidades, de Europa, Asia, Latinoamérica, el Caribe. Todos felices, jurando fidelidad a una patria que no los vio nacer, pero que los acogió como si hubieran nacido. Una patria generosa, que abre las puertas de su libertad a los oprimidos, a los perseguidos y sí, a los que entran en busca de mejores oportunidades, y después de muchos años consiguen el anhelado pasaporte.

Mientras ves todos esos rostros felices, sin embargo, me dijo mi amigo, se siente un poco de tristeza al pensar en esas personas honradas que después de muchos años de arduo trabajo todavía duermen con el miedo a ser deportados. Esas personas que trajeron a sus hijos muy niños, y de repente se encontraron con que les habían bloqueando el acceso a las universidades. Hoy, a pesar de que una medida temporal les ha permitido acceder a la educación superior, la situación a largo plazo sigue siendo incierta, y ellos (los padres) no tienen claro su porvenir.

Sí, algunos no entraron legalmente y otros se quedaron más del tiempo que se les había permitido. Pero eso no los convierte automáticamente en criminales, como muchos quieren hacerlo ver ahora. Muchas de las personas que no están de acuerdo con la reforma esgrimen como argumento que en los países de los que provienen los indocumentados no reciben gente tan fácilmente, ni le dan trabajo a cualquiera. Sí, pero tampoco reciben a los oprimidos, a los perseguidos, ni a personas que llegan huyendo de regímenes tiranos. Los brazos abiertos a la inmigración es una de las principales características de EEUU, y quizá una de las principales causas de su grandeza. No en vano, su mayor fiesta, la del día de Acción de Gracias, conmemora la llegada de un grupo de peregrinos a las costas de Nueva Inglaterra, huyendo de la persecución religiosa.

Llama la atención que la semana que el presidente Obama dio un discurso en la Puerta de Brandeburgo, abogando por la eliminación de todos los muros, al pie del lugar por donde alguna vez atravesó el temible Muro de Berlín, algunos senadores de los Estados Unidos exigían como condición para aprobar la reforma, que se ampliara el monumento más grande a la insensatez y el egoísmo que se ha construido en las últimas décadas: el muro de la frontera con México.

Y ahora que el debate se ha trasladado a la Cámara, otro grupo de representantes dice no estar dispuesto a darle un camino hacia la ciudadanía a los indocumentados, sino tan solo una forma de permanencia.

La mayor guerra que se ha vivido dentro de estas tierras se dio también por la lucha de unos contra el sometimiento que otros infligían a un grupo de inmigrantes que fueron traídos a la fuerza, y a sus hijos, que retenían como una propiedad, como si fueran cosas, sin ningún derecho. Así que mantener ahora en el país a un grupo de personas que funcionen como ciudadanos de segunda, sin derecho de llegar a ejercer jamás la esencia de esta democracia, el voto, contraría no solo la naturaleza inclusiva de esta nación, sino su historia.

En el transcurso de los años que llevo viviendo en los Estados Unidos he conocido a verdaderas luchadoras y luchadores, que se rompen las manos trabajando por enviarles un dinero a sus hijos, o por sacarlos adelante en este país. Estas personas, que siguen luchando sin descanso a pesar de la adversidad, de no tener seguro médico y de no contar con los beneficios de quienes sí les fue otorgado un estatus migratorio, se merecen el aplauso de la humanidad, y no el castigo de la discriminación, por no contar con una tarjeta verde.

Desde que comenzaron las discusiones, congresistas demócratas del Senado, a los que se les sumó un grupo de catorce republicanos, luchan codo a codo por lograr una reforma justa. Pero hay un grupo que los está saboteando. Creo que todos los inmigrantes ciudadanos, residentes, asilados, refugiados, debemos alzar la voz por los que todavía no consiguen ser ‘legales’, en la tierra de las oportunidades.

Al menos yo seguiré escribiendo porque esos millones de seres humanos que se encuentran en el limbo, logren la dicha que obtuvo mi amigo.

Y alcanzar el sueño de una mejor vida.