Es una demanda que se escucha en Cuba desde hace décadas, pero que lamentablemente no ha sido atendida por la mayoría de los isleños que reclaman a Gobiernos extranjeros los derechos y las oportunidades que posiblemente no fueron capaces de exigir en su país.
Hay situaciones particularmente complejas para ser analizadas, máxime cuando están involucrados numerosos factores, intereses contrapuestos y valoraciones personales que pueden estar influenciados por la subjetividad.
No obstante, hay que soltar el demonio que acosa e inquieta, porque el primer deber de un observador es decir lo que cree, más allá de lo bueno, malo o feo que pueda resultar.
Antes que todo, es justo aseverar una y mil veces que la raíz de todos los problemas de Cuba y los cubanos son consecuencias de la dictadura que rige el país. La falta de derechos, las penurias económicas y la discriminación, así como el exilio y la emigración, son productos del sistema.
La otra realidad, dura y cruda, es que el régimen ha sobrevivido 57 años por su capacidad represiva, por su habilidad para dispensar garrote y zanahoria, más lo primero que lo último, pero también porque un sector del pueblo, a pesar de los esfuerzos y el sacrificio de otra parte de los nacidos en la isla, optó por la complicidad o la simulación, que, a fin de cuentas, como expresó José Martí: “El que vive de la infamia, o la codea en paz, es un infame. Abstenerse de ella no basta: se ha de pelear contra ella. Ver en calma un crimen es cometerlo”. Continuar leyendo