Los optimistas alegan que la herencia recibida estaba cargada de explosivos a punto de estallar y que es poco el tiempo transcurrido desde que el nuevo Gobierno está en funciones como para esperar la reversión de tan negativo escenario. Y tienen razón. Pero a poco que se advierta la realidad económica y se haga caso omiso de un relato cargado, como todos, de voluntarismo, se podrá apreciar que el camino emprendido no es el de salida exitosa. Da toda la sensación de que las autoridades descreen que el núcleo de nuestros problemas sea el déficit del presupuesto, fuente primaria de una inflación que ronda el 40% y que no es financiable cualquiera sea la alternativa que se elija.
Si no fuera así, veríamos que todos los esfuerzos estarían encaminados a reducir el gasto público, que bien medido no es menor al 45% del PBI. Muy por el contrario, este crece por el aumento del gasto social, de las transferencias a las provincias y de los intereses de la deuda (fiscal y cuasi fiscal). A ello se le debe sumar la reducción de impuestos y retenciones, de forma que el déficit del 8% apenas si mueve el amperímetro en la dirección deseada y por el monto necesario para hacer creíble la posibilidad de que la inflación baje. A no ser por la recesión. Continuar leyendo