Cuando la FED decidió aumentar la tasa de interés y preanunciar otros ajustes al alza en diciembre de 2016, en una nota previa a tal decisión dejé apuntada mi opinión en relación con el impacto negativo que ello habría de aparejar para la economía mundial. Mi opinión se basaba en el rol que cumple el dólar en la economía globalizada y que trasciende los límites de Estados Unidos. No lo entendieron así las autoridades encabezadas por Janet Yellen y focalizaron la cuestión en el nivel de desempleo norteamericano y en las posibles presiones inflacionarias en el país del norte, que no llegan al 2% anual desde hace varios años.
Es así que ese aumento impacta en lo que va de 2016 sobre la ya existente volatilidad de los mercados de acciones, bonos, monedas extranjeras y materias primas, lo que produce alteraciones en el pulso de los inversionistas y alienta pronósticos relacionados con el regreso a una crisis de las características de las de 2008. Las turbulencias impactaron sobre el Down Jones, que bajó, sobre la demanda de bonos del Tesoro, que subieron de valor nominal (la contracara de la caída de la tasa de interés), sobre el aumento del oro y del yen, todos activos que juegan el papel de refugio por parte de quienes tienen aversión al riesgo y buscan refugio en alternativas de máxima seguridad. Continuar leyendo