La constitución no es una creación divina. Se trata de una modesta y limitada invención humana. Probablemente, la mejor que se conoce, hasta ahora, para intentar desarrollar la ciudadanía y organizar el poder comunitario. Hecha por varones y mujeres que, muchas veces con ilusiones exageradas y detallistas, intentan encerrar el porvenir por medio de fórmulas normativas (o peor todavía: deducirlo).
En la constitución se reparten derechos fundamentales y se organiza el poder. No siempre se enfatizan suficientemente los controles. El denominado “control judicial de constitucionalidad”, inventado en 1803 en EEUU, es uno de los paradigmas del control de la supremacía constitucional: aunque funciona sin los ciudadanos (ni sus representantes políticos).