Libricidio en Irak

Cuando las fuerzas militares del autoproclamado “Estado Islámico” ingresaron en la ciudad de Mosul, en el norte de Irak, provocaron la expulsión de los cristianos allí residentes, y también comenzaron con la destrucción sistemática del patrimonio religioso, arquitectónico y cultural de las iglesias árabes. Esta política deliberada de quema de templos y libros también la están ejecutando contra bibliotecas públicas y privadas con miles de textos sobre filosofía y jurisprudencia islámica, historia y literatura árabe, ciencias y tecnología, arguyendo que su contenido es “ateo e inmoral”. Con furia iconoclasta similar a la de los talibán en Afganistán, arrasan con monumentos, estatuas y tumbas, como la del historiador kurdo Ibn al-Athir al-Jazari (1160-1233). Como todo régimen autoritario, el ISIS libra combates absurdos para eliminar el vicio, quemando cigarrillos en las plazas.

Al genocidio contra las minorías cristianas y yazidí, se añade entonces el etnocidio contra la propia cultura árabe sunnita y, más específicamente, un libricidio para borrar el registro escrito de la memoria y el conocimiento de los iraquíes.

El libricidio, explica la historiadora Rebecca Knuth en su obra sobre esta práctica en el siglo XX, es una política planificada y sistemática de quema de libros por parte de una autoridad. No es el resultado desafortunado de un accidente de guerra o de la barbarie circunstancial de un grupo de combatientes, sino un imperativo ideológico de eliminar toda expresión intelectual que sea diferente a lo que se busca imponer. Rebecca Knuth nos recuerda los libricidios en la Alemania nazi, la Unión Soviética, la revolución cultural con Mao, con el Jmer Rouge en Camboya, lo que viene ocurriendo en el Tíbet bajo la opresión de la República Popular China y lo que pasó en la guerra civil en Yugoslavia contra las bibliotecas de Sarajevo. Y también en el libricidio emprendido por el ejército de Saddam Hussein en Kuwait, durante la invasión de 1990, con el objetivo de poder reescribir la historia del emirato que se anexaba como una provincia más de Irak.

¿Por qué el autoproclamado Estado Islámico destruye textos de autores musulmanes? Su propósito es imponer una versión exclusivista y estrecha, con las anteojeras de la más estricta intolerancia religiosa, que se contrapone con la historia y la jurisprudencia islámica de varias centurias. Y es que no quieren dejar rastros de que hay fatwas –pronunciamientos legales de reconocidos juristas musulmanes- que condenan categóricamente lo que hoy está haciendo el ISIS en nombre del Islam. Desde los primeros tiempos, en el mundo musulmán se elaboró una teoría religiosa y política sobre la convivencia con los llamados Pueblos del Libro –judíos y cristianos, y luego zoroastrianos y mandeos- en el seno de la comunidad islámica. Fue así como pudieron florecer sociedades que preservaron y estudiaron gran parte del legado de la filosofía y la ciencia del helenismo, perdidas mayormente en Occidente con las invasiones germánicas. El fundamentalismo religioso del ISIS quiere borrar con otras identidades religiosas y homogeneizar toda creencia, aniquilando los textos de autores que disienten o sean diferentes de lo que ellos pretenden imponer.

Genocidio, etnocidio y libricidio se superponen en esta tormenta de intolerancia religiosa que se abate sobre Medio Oriente, exterminando personas, aniquilando religiones, quemando los soportes materiales de la cultura.

Minorías religiosas en peligro en Irak

El avance del autoproclamado Estado Islámico en Siria e Irak (ISIS) pone en peligro a varias minorías religiosas en Medio Oriente. Las iglesias cristianas árabes –católicos, nestorianos, monofisitas, ortodoxos- de Irak están siendo expulsadas o masacradas en el norte. El llamado Estado Islámico, que es de una estrecha interpretación sunita y que pretende restablecer el califato, considera a los musulmanes chiítas como herejes, pero estos habitan en las regiones meridionales.

En esta atribulada zona del mundo nada es sencillo ni homogéneo, porque hay allí otras minorías religiosas que tienen un lejano parentesco con el judaísmo, el cristianismo y el Islam, además de haber recibido influencias del zoroastrismo, gnosticismo y maniqueísmo.

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Cristianos perseguidos en Medio Oriente

La guerra civil en Siria, que ya contabiliza 170 mil muertes y unos dos millones de refugiados, más los recientes avances en territorio iraquí del autoproclamado Estado Islámico, han puesto en primera plana la persecución a las minorías cristianas en Medio Oriente. No se trata de un transplante europeo, sino de población autóctona que nunca abandonó la fe de sus ascendientes, abrazada hace dos mil años. Fue en esas latitudes donde nació y se desarrolló el cristianismo, donde prosperaron varias iglesias que se desgajaron del tronco único al calor de debates teológicos. En disidencia con el Concilio de Éfeso, del año 431, siguió su propio camino lo que en Occidente se conoce como el nestorianismo, cuya expresión en Irak es la Iglesia Asiria del Oriente. Veinte años más tarde y por oposición al Concilio de Calcedonia del año 451, que postuló que Jesús tiene dos naturalezas, divina y humana, se apartaron los monofisitas –iglesias no calcedónicas-, cuyas expresiones son las iglesias coptas de Egipto, Eritrea y Etiopía, la Iglesia Apostólica Armenia y la Iglesia Ortodoxa Siriana, en Siria e Irak.

En ese Oriente tan cercano gobernó el Imperio Romano de Oriente o Bizantino, cuya religión oficial era el cristianismo ortodoxo, que tenía sus patriarcados en Constantinopla, Alejandría y Antioquía. En el siglo VII, los imperios Bizantino y Persa libraron una larga guerra que los debilitó, circunstancia que fue aprovechada por los árabes, portadores de una nueva religión revelada: el Islam. Muchos antiguos cristianos adoptaron la religión del vencedor, por lo que aquellas poblaciones otrora creyentes en que Jesús era el Mesías, mayoritariamente se volcaron hacia la revelación proclamada por el Profeta Muhammad, o Mahoma. Comenzó un largo proceso de arabización, pero las antiguas iglesias cristianas conservaron sus lenguas rituales como el arameo, el siríaco y el griego. Cristianos y judíos actuaron como funcionarios en los nuevos reinos musulmanes que emergieron, e introdujeron la filosofía y el conocimiento clásico al mundo islámico.

Algunas de las antiguas denominaciones del cristianismo oriental reconocieron, siglos después, la primacía del Papa en Roma, y fue así como se formó la Iglesia Católica Caldea, que es la mayoritaria entre los cristianos de Irak. Y ya en el siglo XIX, se introdujeron las concepciones reformistas de los luteranos y anglicanos, haciendo más complejo el mosaico del cristianismo en Medio Oriente. Así, pues, encontramos en la región cinco grandes vertientes: ortodoxos, nestorianos, monofisitas, católicos y protestantes. En el actual Líbano, las estimaciones demográficas varían entre un mínimo de 30% y otras fuentes que sostienen que las denominaciones cristianas constituyen la mayoría de la población. En Egipto, en tanto, los cristianos coptos vieron reducida su libertad durante la presidencia de Muhammad Mursi, líder de los Hermanos Musulmanes, depuesto por las Fuerzas Armadas en julio del 2013.

Los regímenes autoritarios de Hafiz al Assad y Bashar al Assad, en Siria, y el de Saddam Hussein en Irak, fueron laicos y nacieron al calor del nacionalismo árabe, por lo que lo religioso quedó relegado al ámbito privado. La minoría cristiana en Siria, que es aproximadamente el 10% de la población, es una de las víctimas de las facciones islamistas radicales en la guerra civil, y esto se está replicando ahora en Irak. En el siglo XIX, tanto el Imperio Ruso como Francia solían intervenir en el Imperio Otomano para proteger a los cristianos ortodoxos y católicos, respectivamente; y la estrecha relación del país galo con los cristianos libaneses se mantuvo durante el siglo XX. Pero hoy ya no hay ninguna nación que se proclame protectora de las minorías cristianas en la región.

Los cristianos del Medio Oriente se debaten entre la emigración al Occidente, la conversión –forzosa o por conveniencia- al Islam o la aceptación de regímenes autoritarios laicos que no se entrometan con su fe. Cada vez más reducidas, estas iglesias aún preservan un patrimonio teológico, histórico, lingüístico y arquitectónico de tremendo valor para conocer el cristianismo de los primeros siglos. Una versión minoritaria -pero fuertemente armada y organizada- del Islam está diezmando la población cristiana en el Medio Oriente a través de ejecuciones, crucifixiones o expulsiones, tal como en estos días ocurrió en Mosul, en el norte de Irak. Muy lejos de la convivencia religiosa que hubo en la región durante siglos, una fuerte ola anticristiana está azotando a Medio Oriente, África y también en Asia Oriental.

Los cristianos orientales son un puente de conexión y diálogo entre los mundos árabe-musulmán y occidental, un canal de comunicación imprescindible para superar siglos de mutua incomprensión, brechas idiomáticas y cosmovisiones diferentes.