Por: Ricardo López Göttig
Cuando las fuerzas militares del autoproclamado “Estado Islámico” ingresaron en la ciudad de Mosul, en el norte de Irak, provocaron la expulsión de los cristianos allí residentes, y también comenzaron con la destrucción sistemática del patrimonio religioso, arquitectónico y cultural de las iglesias árabes. Esta política deliberada de quema de templos y libros también la están ejecutando contra bibliotecas públicas y privadas con miles de textos sobre filosofía y jurisprudencia islámica, historia y literatura árabe, ciencias y tecnología, arguyendo que su contenido es “ateo e inmoral”. Con furia iconoclasta similar a la de los talibán en Afganistán, arrasan con monumentos, estatuas y tumbas, como la del historiador kurdo Ibn al-Athir al-Jazari (1160-1233). Como todo régimen autoritario, el ISIS libra combates absurdos para eliminar el vicio, quemando cigarrillos en las plazas.
Al genocidio contra las minorías cristianas y yazidí, se añade entonces el etnocidio contra la propia cultura árabe sunnita y, más específicamente, un libricidio para borrar el registro escrito de la memoria y el conocimiento de los iraquíes.
El libricidio, explica la historiadora Rebecca Knuth en su obra sobre esta práctica en el siglo XX, es una política planificada y sistemática de quema de libros por parte de una autoridad. No es el resultado desafortunado de un accidente de guerra o de la barbarie circunstancial de un grupo de combatientes, sino un imperativo ideológico de eliminar toda expresión intelectual que sea diferente a lo que se busca imponer. Rebecca Knuth nos recuerda los libricidios en la Alemania nazi, la Unión Soviética, la revolución cultural con Mao, con el Jmer Rouge en Camboya, lo que viene ocurriendo en el Tíbet bajo la opresión de la República Popular China y lo que pasó en la guerra civil en Yugoslavia contra las bibliotecas de Sarajevo. Y también en el libricidio emprendido por el ejército de Saddam Hussein en Kuwait, durante la invasión de 1990, con el objetivo de poder reescribir la historia del emirato que se anexaba como una provincia más de Irak.
¿Por qué el autoproclamado Estado Islámico destruye textos de autores musulmanes? Su propósito es imponer una versión exclusivista y estrecha, con las anteojeras de la más estricta intolerancia religiosa, que se contrapone con la historia y la jurisprudencia islámica de varias centurias. Y es que no quieren dejar rastros de que hay fatwas –pronunciamientos legales de reconocidos juristas musulmanes- que condenan categóricamente lo que hoy está haciendo el ISIS en nombre del Islam. Desde los primeros tiempos, en el mundo musulmán se elaboró una teoría religiosa y política sobre la convivencia con los llamados Pueblos del Libro –judíos y cristianos, y luego zoroastrianos y mandeos- en el seno de la comunidad islámica. Fue así como pudieron florecer sociedades que preservaron y estudiaron gran parte del legado de la filosofía y la ciencia del helenismo, perdidas mayormente en Occidente con las invasiones germánicas. El fundamentalismo religioso del ISIS quiere borrar con otras identidades religiosas y homogeneizar toda creencia, aniquilando los textos de autores que disienten o sean diferentes de lo que ellos pretenden imponer.
Genocidio, etnocidio y libricidio se superponen en esta tormenta de intolerancia religiosa que se abate sobre Medio Oriente, exterminando personas, aniquilando religiones, quemando los soportes materiales de la cultura.