Borges decía que los peronistas eran incorregibles; debió decir “los argentinos”.
Porque mientras el mundo admira a Francisco, en su país de origen muchos observan su pontificado a través de la lente deformante de la pequeña política doméstica. Mientras Bergoglio pone su liderazgo y su autoridad al servicio de un orden mundial signado por la paz y el diálogo entre los pueblos, cierta dirigencia local observa resentida la agenda argentina del pontífice. Mientras el primer Papa latinoamericano junta las cabezas de líderes mundiales enfrentados, en su país, oficialistas y opositores son incapaces de construir una cultura del encuentro.
Respecto a Bergoglio, el grueso de la dirigencia argentina pasó, sin transición, de ignorarlo a esperar todo de él. De ningunear al Cardenal a pretender que el Papa haga “justicia” con cada uno de ellos. En el oficialismo hay desubicación –hasta dicen que es Francisco el que cambió-; en la oposición, ingratitud. En ambos, oportunismo. Continuar leyendo