Por: Ricardo Romano
Borges decía que los peronistas eran incorregibles; debió decir “los argentinos”.
Porque mientras el mundo admira a Francisco, en su país de origen muchos observan su pontificado a través de la lente deformante de la pequeña política doméstica. Mientras Bergoglio pone su liderazgo y su autoridad al servicio de un orden mundial signado por la paz y el diálogo entre los pueblos, cierta dirigencia local observa resentida la agenda argentina del pontífice. Mientras el primer Papa latinoamericano junta las cabezas de líderes mundiales enfrentados, en su país, oficialistas y opositores son incapaces de construir una cultura del encuentro.
Respecto a Bergoglio, el grueso de la dirigencia argentina pasó, sin transición, de ignorarlo a esperar todo de él. De ningunear al Cardenal a pretender que el Papa haga “justicia” con cada uno de ellos. En el oficialismo hay desubicación –hasta dicen que es Francisco el que cambió-; en la oposición, ingratitud. En ambos, oportunismo.
Es curioso que quienes durante 12 años no fueron capaces de desarrollar una oposición inteligente y eficaz, y que por sectarismo y falta de convicción no pudieron potenciar las varias derrotas contundentes que le infligieron al kirchnerismo –crisis del campo, victoria sobre Néstor Kirchner candidato a diputado, triunfo en las legislativas de 2013, entre otras-, pretendan ahora que el Papa Francisco se sirva del sillón de Pedro para hacer lo que ellos no pudieron hacer.
Mientras fue el Cardenal Jorge Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, él se puso al hombro la verdadera oposición –como bien lo percibió Néstor Kirchner-, no partidaria, no contra una administración, sino la oposición a las hecatombes que la clase política –y la dirigencia en general- dejaban pasar sin reaccionar: narcotráfico, pobreza, corrupción, fragmentación… Siguiendo su propia exhortación, se puso “la Argentina al hombro”, y ninguno de los que hoy lo señalan con el dedo lo ayudó a cargar la cruz. El gobierno kirchnerista de inmediato se puso el sayo de las diatribas de Bergoglio. Sin embargo, la agenda que aquellas homilías iban desgranando, año a año, no fue encarnada por ningún opositor.
La soledad en la cual el Arzobispo de Buenos Aires libró casi todos sus combates contrasta con la abundancia de reclamos que algunos referentes opositores se creen con derecho a formular ahora, exigiendo de quien hoy está en la cumbre del poder eclesial el respaldo a sus aspiraciones pequeñas de candidatos en carrera hacia no se sabe bien qué meta.
En estos días, un paradigma de esa conducta fue Elisa Carrió, cuando dijo: “El error del Papa (al recibir a Cristina) es enorme”. “Yo no uso a mi pastor. Si él se deja usar es su problema, lo pagará”, llegó a decir. Pero ella, pese a llamarlo hoy su “pastor” y a haber sido en el pasado una de sus interlocutoras frecuentes –además se declaraba “de misa diaria” y aseguraba votar “como cristiana”-, desertó a la hora de respaldarlo en el Congreso, pronunciando una de las intervenciones más desopilantes de que se tenga memoria en ese recinto, en el año 2010, cuando se debatía el matrimonio gay: “Yo hubiera podido votar en contra y quedar bien con la Iglesia; hubiera podido votar a favor y quedar bien con la comunidad. Pero yo no quiero quedar bien con nadie. Yo sólo quiero explicar la tensión y solicitar permiso para mi abstención, que favorece absolutamente a que la norma sea sancionada” (SIC).
No fue la única supuesta discípula del Cardenal Bergoglio que se dejó amedrentar por la tiranía de la corrección política. Pero otros tienen el pudor de callar, al menos en público.
El verdadero “rédito” de la visita de Cristina Fernández de Kirchner no se lo da el Papa sino la oposición con sus críticas. Si en vez de cuestionar a Francisco por recibirla, interpelasen o conminasen a la Presidente a definir de qué modo traducirá en políticas concretas la agenda que dice compartir con el Papa, limitarían el oportunismo oficial.
La distancia personal, política e incluso ideológica entre Cristina y Francisco es tan grande –por más que ella diga lo contrario- que la oposición podría convertir lo que parece un beneficio para la Presidente en una demanda.
En cambio, le dejan el terreno libre para presentarse como ejecutora de una agenda que sería la del Papa. Por ejemplo, ¿cómo puede jactarse de querer un mundo multipolar una Presidente enfrentada o distanciada con casi todos los países latinoamericanos –excepto Venezuela-, y que pasó, de un exceso de admiración a Obama cuando asumió, a intentar “chicanearlo” ahora, en el preciso momento en que éste tiende puentes como pide Francisco?
Si los opositores no ponen en evidencia estas cosas no es sólo por distracción o torpeza política. Lamentablemente es antes que nada porque tampoco ellos encarnan la agenda papal.
En cuanto a los kirchneristas, su oportunismo hacia Francisco es directamente proporcional a la misericordia con la que éste los ha tratado. Hasta llegan a decir, como el embajador argentino ante la Santa Sede (que también la va de amigo): “En Argentina, cuando era Bergoglio, era muro. Es puente desde que se convirtió en Francisco”.
Autocrítica cero, de parte quienes hasta intentaron meterlo preso. Y ahora, con el mismo entusiasmo, buscan colgarse de cada uno de sus triunfos.
Bergoglio lo sabe perfectamente. Pero él no hace política partidaria ni cortoplacista. Sólo busca preservar a la Argentina de sí misma. Limitar el daño que estos tiempos de desencuentro le han causado al país; daño que se traduce en la magnitud de los flagelos sociales que padecemos.
De momento, la Presidente no se ha “convertido”. La mentira, el rencor y el sectarismo siguen siendo la materia central de sus discursos. Es una pena. Pero el resto de la dirigencia tampoco está a la altura de esta oportunidad que la Providencia le dio a la Argentina. La mayoría sólo observa con rencor quién ve al Papa y por cuánto tiempo.
Sin embargo Francisco nos habla de política constantemente; no de política partidaria claro está. Hace muy poco, a la pregunta de cómo veía a la Argentina desde El Vaticano, respondió: “Como un país de muchas posibilidades y de tantas oportunidades perdidas”. Quien quiera oír que oiga.
Los políticos locales, lamentablemente, están distraídos. Entre la Historia y los titulares de los diarios, eligen sistemáticamente lo segundo. Y si revisamos la lista de visitas a la Santa Sede, al menos la pública, porque es sabido que muchos argentinos lo van a ver y lo sirven en silencio, sobran los dedos de una mano para contar los dirigentes que fueron a Roma, no para intentar servirse de su prestigio, sino para aportar algo a los nobles propósitos que Jorge Bergoglio ha fijado para su pontificado.