Lo que se espera de Bonafini

El gesto del Papa Francisco de recibir a Hebe de Bonafini en el Año de la Misericordia, que desató la ira de muchos –incluyendo a algunos católicos sui generis-, exige por parte de ella una contraprestación.

No porque el Santo Padre lo pida o lo espere; como lo explicó él mismo en carta a un amigo, actúa así porque debe hacerlo, y si ella no está a la altura, no es problema de él sino de la propia Bonafini. La misericordia no es cálculo ni negociación, o no sería misericordia. Pero una contraprestación es lo menos que puede esperarse por parte de alguien que lo estigmatizó y que, respecto de su investidura y de la institución que representa, extremó la falta de respeto y la insolencia que fueron signos constitutivos de la larga “década” que todavía divide a los argentinos. Y porque es a esa misma persona a quien Francisco hoy le abre los brazos y la hace objeto de su compasión pastoral -motivación central de la reunión, si ésta se concreta-.

Es notable que quienes reaccionaron con indignación digna de mejor causa por este gesto de Jorge Bergoglio no noten que, en el fondo, es Bonafini la que debe explicar su actitud de pasar de la estigmatización del Cardenal al reconocimiento al Sumo Pontífice. Es ella la que debe tragarse sus palabras y, sobre todo, sus gestos que, como sabemos, llegaron hasta lo escatológico. Continuar leyendo

Los políticos argentinos y el Papa: entre oportunismo e ingratitud

Borges decía que los peronistas eran incorregibles; debió decir “los argentinos”.

Porque mientras el mundo admira a Francisco, en su país de origen muchos observan su pontificado a través de la lente deformante de la pequeña política doméstica. Mientras Bergoglio pone su liderazgo y su autoridad al servicio de un orden mundial signado por la paz y el diálogo entre los pueblos, cierta dirigencia local observa resentida la agenda argentina del pontífice. Mientras el primer Papa latinoamericano junta las cabezas de líderes mundiales enfrentados, en su país, oficialistas y opositores son incapaces de construir una cultura del encuentro.

Respecto a Bergoglio, el grueso de la dirigencia argentina pasó, sin transición, de ignorarlo a esperar todo de él. De ningunear al Cardenal a pretender que el Papa haga “justicia” con cada uno de ellos. En el oficialismo hay desubicación –hasta dicen que es Francisco el que cambió-; en la oposición, ingratitud. En ambos, oportunismo. Continuar leyendo

¿Por qué la Argentina no ayuda al Papa?

Lo más triste que nos puede pasar como Nación es no estar a la altura de la oportunidad que la Providencia nos brindó el 13 de marzo de 2013, el día que Jorge Bergoglio se convirtió en Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Romana. Pasado el tiempo de la emoción por lo que ese acontecimiento significó, debemos estar ya en el tiempo de la interpelación.

Argentina es un país rico, bendecido por la naturaleza y, en los últimos 30 años, también por la historia, ya que llevamos un largo período de democracia ininterrumpida, no sólo en el país sino en la región y en el continente.

Un argentino se ha convertido hoy en una autoridad mundial, un faro hacia el cual se vuelven muchos en busca de consejo, mediación y hasta solución. Con toda la carga que eso implica. Una carga que el Papa no elude. Contribuyó a evitar un agravamiento de la crisis siria, acogió en su casa a palestinos e israelíes para rezar por la paz, medió entre Cuba y Estados Unidos para una reconciliación y no cesa de tender puentes para la construcción de una nueva sociabilidad mundial, como la invitación al presidente de China, Xi Jinping, para “abogar juntos por una paz mundial más duradera al servicio de un mundo más fraterno y solidario”.

Frente al último atroz capítulo de la tragedia que, en palabras de Francisco, está convirtiendo al mar Mediterráneo “en un gran cementerio”, los diarios informan que el Papa “pide más respaldo ante la ola de inmigrantes”. Las autoridades italianas advierten por su parte que los pueblos de Sicilia no dan abasto para recibirlos. Se da el caso de que localidades del sur de Italia de 30 a 35.000 habitantes ya han recibido un número de refugiados que representa casi el 50% de esa cifra. Es insostenible.

Es evidente que el llamado del Santo Padre se dirige en primer término a los países de la OTAN, cuya responsabilidad y medios son mayores, tanto respecto de las violencias que están desencadenando estos éxodos desesperados, como en su posible solución.

Pero el hecho de que la Argentina se encuentre alejada geográficamente de los conflictos que hoy ensangrientan al mundo no nos autoriza a estarlo también espiritual, moral o políticamente. En la posguerra, nuestro país se involucró en el auxilio a una Europa hambreada, en un gesto que nos honró ante el mundo y que por muchos años fue nuestra marca de identidad. Hoy, deberíamos volver a poner nuestros recursos y sobre todo nuestra imaginación para aportar a una globalización más humana.

“Muchos deberían leerlo, no solamente sacarse fotos”, sugirió alguna vez Cristina Kirchner en referencia al Santo Padre. Pero hay mucho más que los líderes que visitan a Francisco en la Santa Sede deberían hacer, además de estudiarse la Evangelii Gaudium como había hecho la Presidente en aquella ocasión: pensar en cómo ayudarlo a cargar la cruz en vez de colgarse de ella.

De otro modo, cuesta entender el entusiasmo por viajar a Roma que exhiben algunos. Sin propósitos a la altura de la persona con la cual van a entrevistarse.

La Argentina debería ofrecerle a Francisco ayuda concreta. Somos 41 millones de habitantes en 2.780.400 kilómetros cuadrados. Brindando por ejemplo asilo a mil familias libias –unas 5 ó 6 mil personas-, haríamos un aporte, tal vez menor considerando la dimensión del problema, pero de altísimo valor simbólico y como ejemplo concreto, que otros países amigos podrían emular.

Con una iniciativa así, le aportaríamos a Francisco una carta para exhibir. Pero sobre todo le demostraríamos que, respecto de su persona, de su investidura y de su prestigio, no queremos anotarnos sólo en un haber -que no hemos decidido-, sino fundamentalmente en la responsabilidad de aportar a construir una nueva sociabilidad comunitaria mundial. 

Juan Pablo II y el Justicialismo

Muchos años antes del extraordinario acontecimiento del advenimiento de un Papa argentino, otro Pontífice, surgido también de las periferias políticas del mundo, dejó una impronta imborrable en nuestra historia, no sólo por su activismo en favor de la paz sino por la identificación que tantos sentimos con su mensaje pastoral. Su pontificado y el de Francisco constituyen signos de la Providencia hacia nuestro país que a ningún argentino de bien pueden dejar indiferente.

Un 2 de Abril de hace diez años pasaba a la inmortalidad Juan Pablo II, el hombre que intervino para evitarnos una guerra fratricida con nuestros hermanos chilenos, que visitó dos veces nuestro país recorriéndolo de punta a punta, y que formuló una encíclica (Laborem Exercens) que fue fuente de inspiración para todos aquellos dirigentes y militantes que pensábamos que el trabajo es ante todo para el hombre un lugar en la vida.

Aquella Carta Encíclica que Juan Pablo II promulgó el 14 de septiembre de 1981 contenía fundamentos para la defensa de la dignidad humana del trabajo de una total identidad con la Doctrina Justicialista. Fue por ello que un grupo de dirigentes, cuadros políticos y sindicales impulsamos la constitución de la Fundación Laborem Exercens para contribuir a instituir política y gremialmente los caminos que el Papa ecuménicamente abría desde la fe. Continuar leyendo

Las señales de Francisco empiezan a ser correspondidas por China

De Lampedusa a Tierra Santa, de Seúl a Estrasburgo, el activismo del Pontífice argentino por la paz y la dignidad humana no se detiene.

En su reciente discurso ante el Parlamento Europeo, el Santo Padre se dirigió a los más de quinientos millones de ciudadanos representados por los eurodiputados allí reunidos, para pedir “un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder”. Afirmando con severidad que “no se puede tolerar que el Mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”.

Una semana después, en Turquía, adonde viajó según sus propias palabras “como peregrino”, alentó a no resignarse frente a los “continuos conflictos” y a “renovar siempre la audacia de la paz” para poner fin a los “sufrimientos” en aquellas regiones.

En Estambul, además, Francisco multiplicó los gestos de cercanía y amistad con la Iglesia Ortodoxa, a través de abrazos y liturgias compartidas con el Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I; un llamado a la unidad que pavimenta el camino para viajar a Moscú, donde los ortodoxos son la religión mayoritaria. Iniciativa que ya está en marcha. Continuar leyendo

Francisco, un lecho en el que todos se pueden rendir

Francisco se ha constituido en el lecho en el cual todos pueden rendirse con dignidad: cristianos, ateos, agnósticos, marxistas… Desde el más humilde al más “poderoso”.

Porque él, con su autoridad y su mensaje, trata de que a través suyo se reconcilien con Dios incluso aquellos que no creen: ahí tenemos la carta pública al agnóstico editor italiano del diario La Repubblica que le planteó una serie de preguntas sobre la fe, el hombre, la religión. “El creyente no es arrogante”, le respondió el Papa y se puso a dialogar públicamente con él.

La misiva que en la persona de Vladimir Putin dirigióal G20 (los poderosos), en la que pidió que por cualquier medio se evitase la guerra, es otro ejemplo de ello. O su resultado, la nota que el presidente ruso publicó en el New York Times, donde menciona a Francisco y dice: “cuando pedimos la bendición del Señor, no debemos olvidar que Dios nos creó iguales”.

La reunión con el fundador de la Teología de la Liberación fue una mano tendida hacia quienes en el pasado coquetearon con el marxismo.

Francisco ofrece reconciliación a diestra y siniestra.

También para una Europa en crisis existencial, que renegó de sus raíces cristianas en su Carta Magna, el Papa argentino constituye una esperanza. Así como el hecho de que la poderosa Angela Merkel fue una de las primeras jefas de gobierno en reunirse con él, la iniciativa de los europarlamentarios italianos de postularlo para el premio Sajarov -que otorga la Eurocámara a quienes se destacan en la promoción de “los valores fundadores de Europa”- es una muestra de la expectativa de muchos de que el Papa pueda aportar al relanzamiento espiritual de la Unión (UE).

“En los pocos meses de su pontificado, el Papa Francisco ha despertado los mejores sentimientos de todos y con sencillez pero con una gran humanidad y autoridad ha conseguido comenzar un recorrido de paz y de hermandad que entusiasma tanto a los fieles como a los que no lo son”, escribieron los diputados italianos.

Algunos, sin embargo, se privan todavía de su interlocución, pero no pueden evitar que el efecto de su autoridad y su accionar los alcance.

Obama felicitó a Putin por su propuesta de desarme. Pero el que creó las condiciones diplomáticas para el diálogo fue Francisco. La circunstancia que le permitió a Washington desandar -aunque sea momentáneamente- un camino sin quedar desairado fue fruto de la iniciativa papal de colocarse al frente del reclamo de diálogo y negociación.

Francisco construye su autoridad en secreto, producto del diálogo consigo mismo y la verdad. Y hace pública esa autoridad sólo cuando la realidad le exige, como Santo Padre, poner un límite al desenfreno del poder.

Como cuando convocó a la vigilia de ayuno y oración por la paz en la cual participaron en Roma más de cien mil feligreses y varios millones en todo el mundo.

Como en la citada carta al G20, cuando pidió a sus miembros que no quedasen “indiferentes ante el drama” de “la querida población siria” y que abandonasen “la búsqueda inútil de una solución militar”. Además denunció “los intereses unilaterales” que no permitieron evitar “la masacre sin sentido”.

Como cuando fue a Lampedusa, “periferia existencial” de Europa, y pidió perdón a Dios “por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas”.

En un mundo que, desde el alba del siglo, estaba huérfano de liderazgo, Francisco promueve una nueva sociabilidad comunitaria mundial. Y su mensaje llega hasta los más recónditos e inesperados ámbitos.

La autenticidad de su vocación ecuménica es reconocida por quienes han sido constantes interlocutores suyos. Por eso fueron representantes de la comunidad judía argentina los primeros en proponer el Nobel de la Paz para Francisco. Un premio que, según el testamento de Alfred Nobel, debe ir a quien haya hecho “el mayor o el mejor trabajo por la fraternidad entre las naciones, por la abolición o la reducción de armamentos y por el mantenimiento y promoción de congresos por la paz”. Por ello creo que Francisco es el mejor candidato, aunque el comité del Nobel pueda una vez más -como ya lo ha hecho en el pasado reciente- renegar de la voluntad póstuma del creador del galardón (ver Un Nobel para Francisco).

A Francisco “nada de lo humano le es ajeno“. Por eso él no dice “con éste sí”, o “con éste no” (“¿Quién soy yo para cuestionar a una persona porque es gay?”). El sectario, el faccioso o el individualista se formula edificar “con algunos”. Él quiere hacerlo “con todos”. Porque se propone aportar a la construcción de una sociedad para todos, con el concurso y la participación de todos, en la convicción de que “nadie puede realizarse en un conjunto que no se realice”.

Por todo esto la dirigencia política mundial tiene la indelegable responsabilidad de instituir políticamente, en todos los organismos multilaterales donde se toman decisiones que comprometen el presente y porvenir de la humanidad, las iniciativas que Francisco ecuménicamente formula desde la fe.

Sale Colón, entra Siqueiros: “hay algo que no va”

La misma Presidente que quiere expulsar el monumento de Cristóbal Colón del predio que rodea la Casa de Gobierno se ha implicado personalmente en la restauración de un mural del pintor mexicano David Alfaro Siqueiros, con un entusiasmo tan desmesurado que sólo cabe pensar que ignora realmente quién fue.

A algunos observadores europeos les ha llamado la atención una frase que el Papa Francisco repite con frecuencia: “hay algo que no funciona” (c’è qualcosa che non funziona), en referencia a lo que no anda bien en el mundo o en la Iglesia.

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