Por: Ricardo Romano
Francisco se ha constituido en el lecho en el cual todos pueden rendirse con dignidad: cristianos, ateos, agnósticos, marxistas… Desde el más humilde al más “poderoso”.
Porque él, con su autoridad y su mensaje, trata de que a través suyo se reconcilien con Dios incluso aquellos que no creen: ahí tenemos la carta pública al agnóstico editor italiano del diario La Repubblica que le planteó una serie de preguntas sobre la fe, el hombre, la religión. “El creyente no es arrogante”, le respondió el Papa y se puso a dialogar públicamente con él.
La misiva que en la persona de Vladimir Putin dirigióal G20 (los poderosos), en la que pidió que por cualquier medio se evitase la guerra, es otro ejemplo de ello. O su resultado, la nota que el presidente ruso publicó en el New York Times, donde menciona a Francisco y dice: “cuando pedimos la bendición del Señor, no debemos olvidar que Dios nos creó iguales”.
La reunión con el fundador de la Teología de la Liberación fue una mano tendida hacia quienes en el pasado coquetearon con el marxismo.
Francisco ofrece reconciliación a diestra y siniestra.
También para una Europa en crisis existencial, que renegó de sus raíces cristianas en su Carta Magna, el Papa argentino constituye una esperanza. Así como el hecho de que la poderosa Angela Merkel fue una de las primeras jefas de gobierno en reunirse con él, la iniciativa de los europarlamentarios italianos de postularlo para el premio Sajarov -que otorga la Eurocámara a quienes se destacan en la promoción de “los valores fundadores de Europa”- es una muestra de la expectativa de muchos de que el Papa pueda aportar al relanzamiento espiritual de la Unión (UE).
“En los pocos meses de su pontificado, el Papa Francisco ha despertado los mejores sentimientos de todos y con sencillez pero con una gran humanidad y autoridad ha conseguido comenzar un recorrido de paz y de hermandad que entusiasma tanto a los fieles como a los que no lo son”, escribieron los diputados italianos.
Algunos, sin embargo, se privan todavía de su interlocución, pero no pueden evitar que el efecto de su autoridad y su accionar los alcance.
Obama felicitó a Putin por su propuesta de desarme. Pero el que creó las condiciones diplomáticas para el diálogo fue Francisco. La circunstancia que le permitió a Washington desandar -aunque sea momentáneamente- un camino sin quedar desairado fue fruto de la iniciativa papal de colocarse al frente del reclamo de diálogo y negociación.
Francisco construye su autoridad en secreto, producto del diálogo consigo mismo y la verdad. Y hace pública esa autoridad sólo cuando la realidad le exige, como Santo Padre, poner un límite al desenfreno del poder.
Como cuando convocó a la vigilia de ayuno y oración por la paz en la cual participaron en Roma más de cien mil feligreses y varios millones en todo el mundo.
Como en la citada carta al G20, cuando pidió a sus miembros que no quedasen “indiferentes ante el drama” de “la querida población siria” y que abandonasen “la búsqueda inútil de una solución militar”. Además denunció “los intereses unilaterales” que no permitieron evitar “la masacre sin sentido”.
Como cuando fue a Lampedusa, “periferia existencial” de Europa, y pidió perdón a Dios “por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas”.
En un mundo que, desde el alba del siglo, estaba huérfano de liderazgo, Francisco promueve una nueva sociabilidad comunitaria mundial. Y su mensaje llega hasta los más recónditos e inesperados ámbitos.
La autenticidad de su vocación ecuménica es reconocida por quienes han sido constantes interlocutores suyos. Por eso fueron representantes de la comunidad judía argentina los primeros en proponer el Nobel de la Paz para Francisco. Un premio que, según el testamento de Alfred Nobel, debe ir a quien haya hecho “el mayor o el mejor trabajo por la fraternidad entre las naciones, por la abolición o la reducción de armamentos y por el mantenimiento y promoción de congresos por la paz”. Por ello creo que Francisco es el mejor candidato, aunque el comité del Nobel pueda una vez más -como ya lo ha hecho en el pasado reciente- renegar de la voluntad póstuma del creador del galardón (ver Un Nobel para Francisco).
A Francisco “nada de lo humano le es ajeno“. Por eso él no dice “con éste sí”, o “con éste no” (“¿Quién soy yo para cuestionar a una persona porque es gay?”). El sectario, el faccioso o el individualista se formula edificar “con algunos”. Él quiere hacerlo “con todos”. Porque se propone aportar a la construcción de una sociedad para todos, con el concurso y la participación de todos, en la convicción de que “nadie puede realizarse en un conjunto que no se realice”.
Por todo esto la dirigencia política mundial tiene la indelegable responsabilidad de instituir políticamente, en todos los organismos multilaterales donde se toman decisiones que comprometen el presente y porvenir de la humanidad, las iniciativas que Francisco ecuménicamente formula desde la fe.