Los políticos argentinos y el Papa: entre oportunismo e ingratitud

Borges decía que los peronistas eran incorregibles; debió decir “los argentinos”.

Porque mientras el mundo admira a Francisco, en su país de origen muchos observan su pontificado a través de la lente deformante de la pequeña política doméstica. Mientras Bergoglio pone su liderazgo y su autoridad al servicio de un orden mundial signado por la paz y el diálogo entre los pueblos, cierta dirigencia local observa resentida la agenda argentina del pontífice. Mientras el primer Papa latinoamericano junta las cabezas de líderes mundiales enfrentados, en su país, oficialistas y opositores son incapaces de construir una cultura del encuentro.

Respecto a Bergoglio, el grueso de la dirigencia argentina pasó, sin transición, de ignorarlo a esperar todo de él. De ningunear al Cardenal a pretender que el Papa haga “justicia” con cada uno de ellos. En el oficialismo hay desubicación –hasta dicen que es Francisco el que cambió-; en la oposición, ingratitud. En ambos, oportunismo. Continuar leyendo

¿Por qué la Argentina no ayuda al Papa?

Lo más triste que nos puede pasar como Nación es no estar a la altura de la oportunidad que la Providencia nos brindó el 13 de marzo de 2013, el día que Jorge Bergoglio se convirtió en Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Romana. Pasado el tiempo de la emoción por lo que ese acontecimiento significó, debemos estar ya en el tiempo de la interpelación.

Argentina es un país rico, bendecido por la naturaleza y, en los últimos 30 años, también por la historia, ya que llevamos un largo período de democracia ininterrumpida, no sólo en el país sino en la región y en el continente.

Un argentino se ha convertido hoy en una autoridad mundial, un faro hacia el cual se vuelven muchos en busca de consejo, mediación y hasta solución. Con toda la carga que eso implica. Una carga que el Papa no elude. Contribuyó a evitar un agravamiento de la crisis siria, acogió en su casa a palestinos e israelíes para rezar por la paz, medió entre Cuba y Estados Unidos para una reconciliación y no cesa de tender puentes para la construcción de una nueva sociabilidad mundial, como la invitación al presidente de China, Xi Jinping, para “abogar juntos por una paz mundial más duradera al servicio de un mundo más fraterno y solidario”.

Frente al último atroz capítulo de la tragedia que, en palabras de Francisco, está convirtiendo al mar Mediterráneo “en un gran cementerio”, los diarios informan que el Papa “pide más respaldo ante la ola de inmigrantes”. Las autoridades italianas advierten por su parte que los pueblos de Sicilia no dan abasto para recibirlos. Se da el caso de que localidades del sur de Italia de 30 a 35.000 habitantes ya han recibido un número de refugiados que representa casi el 50% de esa cifra. Es insostenible.

Es evidente que el llamado del Santo Padre se dirige en primer término a los países de la OTAN, cuya responsabilidad y medios son mayores, tanto respecto de las violencias que están desencadenando estos éxodos desesperados, como en su posible solución.

Pero el hecho de que la Argentina se encuentre alejada geográficamente de los conflictos que hoy ensangrientan al mundo no nos autoriza a estarlo también espiritual, moral o políticamente. En la posguerra, nuestro país se involucró en el auxilio a una Europa hambreada, en un gesto que nos honró ante el mundo y que por muchos años fue nuestra marca de identidad. Hoy, deberíamos volver a poner nuestros recursos y sobre todo nuestra imaginación para aportar a una globalización más humana.

“Muchos deberían leerlo, no solamente sacarse fotos”, sugirió alguna vez Cristina Kirchner en referencia al Santo Padre. Pero hay mucho más que los líderes que visitan a Francisco en la Santa Sede deberían hacer, además de estudiarse la Evangelii Gaudium como había hecho la Presidente en aquella ocasión: pensar en cómo ayudarlo a cargar la cruz en vez de colgarse de ella.

De otro modo, cuesta entender el entusiasmo por viajar a Roma que exhiben algunos. Sin propósitos a la altura de la persona con la cual van a entrevistarse.

La Argentina debería ofrecerle a Francisco ayuda concreta. Somos 41 millones de habitantes en 2.780.400 kilómetros cuadrados. Brindando por ejemplo asilo a mil familias libias –unas 5 ó 6 mil personas-, haríamos un aporte, tal vez menor considerando la dimensión del problema, pero de altísimo valor simbólico y como ejemplo concreto, que otros países amigos podrían emular.

Con una iniciativa así, le aportaríamos a Francisco una carta para exhibir. Pero sobre todo le demostraríamos que, respecto de su persona, de su investidura y de su prestigio, no queremos anotarnos sólo en un haber -que no hemos decidido-, sino fundamentalmente en la responsabilidad de aportar a construir una nueva sociabilidad comunitaria mundial. 

Geopolítica en torno a una muerte sospechosa

“La redistribución de los recursos humanos, espirituales y materiales de un país, cuando se pasa de un período de normalidad a otro extraordinario o viceversa, requiere planes coordinados que no pueden dejarse a merced de la corazonada que inspire la exaltación de un sentimiento o la audacia de una improvisación”, decía Juan Domingo Perón el 6 de septiembre de 1944, al dejar constituido el Consejo Nacional de Posguerra, un organismo que creó para hacer transitar a la Argentina por los intersticios del nuevo orden geopolítico que sobrevendría ante el inminente fin de la Segunda Guerra Mundial.

Con el objetivo de determinar el rol a cumplir por nuestro país en el mundo en la nueva etapa y qué instrumentos eran los adecuados para desempeñarlo con el mayor grado posible de autonomía política, económica y social, Perón no sólo convocó a técnicos sino también a los actores empresariales del momento: nombres de la industria como Di Tella (padre), Dodero o Kraft, y del agro, como Menéndez Behety, Delfino y otros.

Perón crea este Consejo como instituto de estudios -think tank se diría hoy-, para obtener el mayor rendimiento posible de los activos de la Argentina en el mundo de posguerra, llegando incluso a hacer una formulación política -la Tercera Posición-, tan equidistante de las dos potencias que en ese momento se disputaban la hegemonía del ejercicio del poder, que lo encumbró como un líder de concepto mundial.

A la inversa, en la actualidad vemos como las categorías de observación de la realidad que en ese período de nuestra historia instalaron prestigiosamente a la Argentina en el mundo son remplazadas por una compulsión –“exaltación” e “improvisación”, diría Perón- que lleva a confundir tiempos, circunstancias y estrategias. Y que nos hace sufrir activamente las consecuencias de la imposición de la agenda de potencias, de las cuales, con un poco de inteligencia y previsión, podríamos haber sido partícipes con beneficio para el país.

Es que la geopolítica está afuera de la imaginación y expectativas de una dirigencia de cabotaje. La Argentina padece las consecuencias de la renuncia de los integrantes de su clase política al esfuerzo intelectual de actuar como dirigentes con vocación de estadistas, para tomar en cambio el atajo electoral que lleva a un cortoplacismo inconducente.

Pero la crisis abierta por el gravísimo episodio de la muerte dudosa de un fiscal de la Nación no es momento para llevar agua al molino electoral partidario, sino para una profunda reflexión –amplia, plural- y para la convocatoria al aporte de todos en el trazado de líneas de acción en un contexto internacional que, como el de mediados de la década del 40, está en plena mutación.

 

La onda expansiva del nuevo tablero internacional

Ingresamos a un siglo XXI en el que los reacomodamientos mundiales exigen una perentoria velocidad de adaptación de la que hoy la Argentina carece.

China, Estados Unidos y Rusia configuran actualmente el triángulo del poder mundial. Desde Europa, Alemania actúa como amortiguar de las tensiones entre EEUU y Rusia. Moscú hace esfuerzos para sacarla de la OTAN y Washington para contar con su apoyo incondicional, como vemos en la crisis de Ucrania. Pero Alemania, fiel a su genética, tratará de mantener la unidad de Europa, evitar una crisis mayor entre Rusia y EEUU y, en la medida de lo posible integrar más a la primera, convenciéndola de que puede alcanzar una mayor unidad política con el Viejo Continente sin necesidad de usar extorsivamente sus recursos energéticos.

Israel, pueblo fundante de nuestra civilización occidental, que ha sobrevivido aun en los momentos más difíciles de su historia por su ejemplar capacidad de aprender incluso de sus perseguidores, ve hoy en China un liderazgo mundial que supone puede en el futuro corresponderse más con los objetos de su agenda política.

Estados Unidos sufre en algunos conflictos del planeta la colusión entre los otros dos vértices que componen el triángulo de poder mundial. Trata en consecuencia de debilitar al menos poderoso y fuerza a la baja el precio del barril del petróleo hasta niveles que complican a la economía rusa y lesionan su influencia en las regiones del mundo donde ellos también tienen objetivos propios.

China, silenciosa, casi subrepticiamente, se convierte en la primera potencia mundial, sin alardes, para no hacerse cargo de las cargas que tal liderazgo presupone.

En Medio Oriente, el acercamiento de Israel con China, aceleró, de momento, el de Estados Unidos con Irán. Relación que afecta sustantivamente a Israel que, al sentirse desprotegido por la principal potencia de Occidente, estrecha aun más los vínculos con el nuevo poder que surge de Oriente.

Las ondas expansivas de estos reacomodamientos llegan hasta el último rincón del planeta. Y la Argentina es uno de los países menos preparado para absorberlas, y hasta para entenderlas. 

Se aproxima Beatriz Sarlo cuando habla del “amateurismo de la conducción diplomática local y el giro de la Argentina dentro de las zonas de influencia planetarias” (24/01/2015). Lo hace Carlos Pagni, cuando escribe que “jueces y fiscales son piezas de un ajedrez que se juega en otra parte” (23/01/2015).

 

Cómo salir del decadente eje bolivariano y de la improvisación

Pero la dirigencia argentina, más producto de la imagen que de la idea, abandonó casi por completo el entusiasmo por estudiar el mundo; una tendencia que se acentuó en estos últimos años en los que la compulsión y el capricho sustituyeron el esfuerzo de imaginación que todo líder debe hacer para anticiparse a los acontecimientos que determinan la evolución de la geopolítica mundial y poder cabalgarlos con el mayor provecho para su país. Y “el que no tiene capacidad para prever deberá tener buen lomo para aguantar…”

Desde los comienzos de la gestión kirchnerista, más allá de las cortinas de humo del relato, la Argentina desarrolló una política que fue concurrente con los intereses de Estados Unidos. En un artículo de octubre de 2007, en el que recordaba que Luis D’Elía fue eyectado del gobierno por criticar el dictamen judicial de Alberto Nisman contra Irán, el politólogo Carlos Escudé, destacaba que, “desde muy temprano en la gestión, (los diplomáticos estadounidenses) afirmaron que la Argentina cooperaba de manera muy aceptable con los principales puntos de la agenda exterior norteamericana: la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y el lavado de dinero”. El título de su artículo era: “Occidentales con disimulo”. Tres años después, en mayo de 2010, Escudé escribió: “En (el determinante ámbito geoestratégico) es notoria la posición argentina frente a Irán. Durante tres años consecutivos, 2007, 2008 y 2009, nuestros mandatarios denunciaron a ese Estado terrorista en la mayor vidriera del mundo: la apertura de las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. (…) En octubre de 2007, (sostuve) que el gobierno argentino era disimuladamente pro-occidental. Hoy debo decir que (…) ya ni siquiera hay disimulo”.

El problema es que la Argentina fue inconsecuente con esa política, por metodología inconsulta en la habilitación de una base china de observación espacial en nuestro territorio. Una decisión que debió haber sido fruto de una resolución común con Brasil, Uruguay y Paraguay. Nuestros primos hermanos mayores del Norte pueden no estar a la altura de las circunstancias, pero nos guste o no, somos americanos, y no podemos renunciar a hacer el máximo esfuerzo imaginativo posible para participar de una agenda común, de modo de evitar que, por renuncia a ese esfuerzo, tomemos el atajo de aliarnos in totum a otra potencia extracontinental.

Regionalmente, el nuevo gobierno que se instale a fines de este año puede salir del decadente eje bolivariano empujando al Mercosur – o lo que quede de él- y en obvio diálogo con Brasil, a aproximarse a México, país que, al abrirse después de muchísimos años a la participación extranjera en las licitaciones para una explotación mixta de sus reservas petroleras, puede proveernos de los recursos energéticos que necesitemos hasta volver al autoabastecimiento y a su vez facilitarnos una vía de participación en la Asociación Asia Pacífico, la integración económica más importante del futuro.

En la medida de lo posible, se debe impulsar negociaciones en conjunto –regionales, subregionales- con China, para un mayor equilibrio. Y para colocar a la Argentina en la situación geopolítica más armónica posible entre China, Estados Unidos, Rusia y Europa. Y sin desmedro de los vínculos con otras potencias emergentes como India o Sudáfrica.

Esto en el plano del poder. En el plano de la autoridad, recurrir a Francisco, un argentino que es Papa, líder de 1.200 millones de católicos y referente moral de la mayor parte de la humanidad, no para colgarse de la sotana sino para aprender y seguir sus enseñanzas.

 

La “mugre” de afuera

Es tan adolescentemente inútil y fatal hacer seguidismo de una potencia mundial, como suponer que se puede salir indemne de hacerle un desplante. Las consecuencias están a la vista. Algo de esto parece intuir la Presidente cuando pide que no se traslade al país la “mugre internacional”. Pero a este atisbo de conciencia, le falta la autocrítica de una conducción impulsiva que fue el principal acelerador de la importación de esa “mugre”.

Poco antes de que Néstor Kirchner tomara la palabra en la ONU, en septiembre de 2007, para acusar a Irán pública y formalmente por primera vez, el propio Horacio Verbitsky le advertía a la gestión kirchnerista que “si el envío de un chinchorro (sic) menemista a la expedición estadounidense al desierto de Irak en 1990 fue una de las causas de los atentados de 1992 y 1994 contra la embajada de Israel y la AMIA, la situación es más peligrosa ahora: (George W. Bush) tiene el plan de atacar Irán, acaso con armas nucleares, por obvias razones económicas y geopolíticas, y sólo necesita el casus belli que le permita presentarlo ante el mundo como un acto altruista” (Página 12, 23 de septiembre de 2007).

A la autocrítica, además, debería seguirle la rectificación del rumbo porque, del mismo modo que la sobreactuación contra Irán –en una hipótesis que hasta la CIA desmiente hoy- fue más gravosa para la Argentina que el haber enviado naves al Golfo, también lo es la iniciativa de habilitar una base de observación espacial china en nuestro territorio; no por el proyecto en sí, ni por China, ni por EEUU, sino por lo inconsulto y unilateral de la decisión.

Por una metodología individualista y casi autocrática en el ejercicio del poder, que ha instalado un clima anti-institucional en el cual todas las “mugres” –externas e internas- parecen posibles. En geopolítica, los caprichos se pagan. 

El pedido de Francisco que el gobierno no escuchó

Existe expectativa en el país por lo que el influjo de la nacionalidad y, sobre todo, de la personalidad del nuevo Papa pueda hacer para desmontar la crispación política y la artificial polarización de los últimos años.

De pronto, algunos kirchneristas descubren que la opción de Jorge Bergoglio por los pobres no era declamativa. Quizá en adelante dejen de arrogarse la exclusividad –en el plano discursivo, aclaremos- de la sensibilidad social, los derechos humanos, la justicia, etcétera; todos conceptos de los que se sienten dueños, pese a lo magro de las realizaciones que pueden exhibir en esas materias.

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“Touch and go” en Cuba

En los últimos días hemos sido testigos de un llamativo desfile por La Habana -con besamanos a Fidel Castro incluido- de mandatarios (y mandatarias) latinoamericanos. Si ampliamos el rango cronológico unos años, podemos hablar, como en el tango, de una “caravana interminable” hacia la isla comunista.

Si puede parecer natural que Rafael CorreaEvo Morales Daniel Ortega vayan a la Meca de la Revolución; si, por razones ideológicas, podemos llegar a entender que Hugo Chávez haya elegido para tratar su complicada enfermedad un país que vuelve a registrar brotes de cólera después de ciento treinta años, menos entendible es la peregrinación a Cuba de presidentes como Michelle Bachelet (en su momento), Dilma Rousseff, Juan Manuel Santos, José Mujica, Cristina Kirchner, Ollanta Humala, y de ex presidentes como Lula (que irá a fin de mes). En el caso de este último, quizá el manipulite que lo acecha en su país sea el origen de esta necesidad de purificarse en “aguas socialistas”.

¿Qué explicación hay para semejante fuerza de atracción de una islita donde dos dirigentes agonizan  -considerando el precario estado de salud del huésped y de su anfitrión, uno por enfermedad y otro por edad?

La excusa más reciente para estos viajes es ir a ver a Hugo Chávez pero hasta ahora ninguno de ellos lo vio. Como bien dijo el referente opositor venezolano Henrique Capriles: “Si el presidente puede firmar decretos que designan al canciller le pido que aparezca y hable a Venezuela”.

Pero quizá los presidentes latinoamericanos no vayan sólo por solidaridad sino más bien por sospecha de un régimen que parece haber heredado de la URSS la metodología de esconder el verdadero estado de salud de un dirigente, al punto de postergar el anuncio de un “fallecimiento de Estado” hasta crear las condiciones políticas para poderlo revelar públicamente.

En fin, lo cierto es que concursan los mandatarios para ir a Cuba y luego reunirse con los Castro, Fidel en particular.

Tal vez algunos necesiten tapar lagunas en su trayectoria, ahora que el progresismo está de moda, y para ello no viene mal una inmersión en el folklore castrista y poder tocar el manto sagrado -ayer un uniforme verde olivo, hoy un jogging.

Pero la verdad es que los tiempos en que la progresía setentista veía en La Habana el faro de la Revolución, cuando el castrismo oficiaba de intermediario entre Moscú y la izquierda latinoamericana, deberían estar superados y, sobre todo, desidealizados.

Geopolíticamente, Fidel Castro fue la policía soviética y, aunque se presentara como la cara “amable” del Imperio “bueno” o como una versión más digerible de socialismo real, lo cierto es que gobernó con mano de hierro su país durante más de medio siglo de gestión para dejarlo sumido en la miseria, y jamás dudó en alinearlo con la política soviética, fuese ésta de invasión (Hungría, Checoslovaquia, Afganistán), infiltración o explotación.

En el caso argentino, la desmemoria de los dirigentes es mucho más grave todavía, porque ese alineamiento soviético de los cubanos tuvo efectos concretos en nuestro país. En los años más difíciles de la dictadura que derrocó al tercer gobierno peronista, el castrismo fue un activo defensor del régimen argentino de facto en todos los foros internacionales en los cuales se denunciaban las violaciones a los derechos humanos, hoy leit motiv de los mismos que van a La Habana a fotografiarse con Fidel. “Cuba siempre nos apoyó y nosotros los apoyamos a ellos”, recordó un diplomático de la dictadura argentina que actuó en Ginebra, en alusión al hecho de que los representantes cubanos militaban activamente ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU para evitar una condena a Videla y compañía por la represión ilegal. Todo en defensa de los intereses de Moscú, que por entonces era socio comercial privilegiado de la dictadura argentina.

Pese a ello, representantes de gobiernos populistas, que hacen de los derechos humanos una de sus banderas, idolatran a un ex aliado de Videla.

Salvo que la desmemoria que los aqueja sea total, hay que buscar entonces otro motivo para este extemporáneo turismo revolucionario.

Más bien parece que allí se distribuye la herencia del populismo subcontinental y por lo tanto cada uno va a buscar su parte de la sucesión del liderazgo de Chávez.

Ahora bien, como nadie puede pensar que el presidente de una nación débil como Cuba esté en condiciones de decidir de modo omnímodo el reparto de esta herencia, los viajeros deberían preguntarse cuál es ahora el sistema de poder que lo respalda para llevar a cabo una tarea de esta magnitud. Testaferros de qué fuerzas son los Castro para administrar esa transferencia es la verdadera incógnita. Porque es difícil de creer que un pequeño país insular tenga por sí mismo tanta relevancia para la dirigencia continental.

Sin embargo, parece que nadie, en particular ninguno de los “líderes” latinoamericanos, se lo pregunta.

Será, que para el populismo lo más importante es ir y fotografiarse con Fidel (para el consumo interno). Touch and go, como diría Cristina.