Por: Ricardo Romano
Existe expectativa en el país por lo que el influjo de la nacionalidad y, sobre todo, de la personalidad del nuevo Papa pueda hacer para desmontar la crispación política y la artificial polarización de los últimos años.
De pronto, algunos kirchneristas descubren que la opción de Jorge Bergoglio por los pobres no era declamativa. Quizá en adelante dejen de arrogarse la exclusividad –en el plano discursivo, aclaremos- de la sensibilidad social, los derechos humanos, la justicia, etcétera; todos conceptos de los que se sienten dueños, pese a lo magro de las realizaciones que pueden exhibir en esas materias.
Bastaría con que se contagien un poco de la humildad que irradia en estos días desde Roma.
Pero hay otro aspecto más esencial, y diría sobre todo más urgente, en el cual sería deseable que la entronización de Jorge Bergoglio en la silla de Pedro pudiera impactar localmente.
En la homilía de inauguración de su Pontificado –acto al cual asistió Cristina Kirchner y que todos pudimos seguir por TV-, Francisco hizo una exhortación bien precisa: “Protejamos lo que Dios nos ha dado”; “seamos custodios de la creación”; “seamos guardianes del otro”.
No es un precepto abstracto. Tampoco, como bien lo subrayó Bergoglio, privativo de un sector: “La vocación de custodiar no sólo [atañe a los cristianos], sino que corresponde a todos. (…) Es custodiar a la gente, preocuparse por todos, por cada uno, con amor .Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido”.
Es un pedido que el Papa hizo al mundo pero que desnuda un déficit argentino: aquí las autoridades –en todos los niveles- no están para cuidar a nadie; al menos, no sienten que ése sea uno de sus mandatos.
En los últimos días fuimos testigos del asesinato de un policía, Marcelo Vicaria, de 40 años, que dejó tres pequeños huérfanos. También murió baleado por delincuentes un contador en José C. Paz, Lorenzo Antonio Arriegui, de 50 años, mientras que sus hijos, de 21 y 22, fueron heridos en el mismo asalto, cuando intentaron defenderlo. Además, Hernán Capsala, diseñador gráfico de 44 años, fue herido de muerte por asaltantes que le quisieron robar el auto cuando entraba a su casa. Todo esto pasó en el lapso de 5 días y no fueron los únicos hechos de violencia delictiva en el país.
Son tragedias que se suceden unas a otras ante la indiferencia total de la gran mayoría de los funcionarios y representantes del pueblo. La vida de los argentinos está en manos de las circunstancias.
Acá nadie cuida de nadie. Nuestros funcionarios tienen el corazón árido, no sienten en carne propia el dolor de los demás. No les duele la muerte de un argentino.
Nadie hace nada, por ejemplo, para frenar la proliferación de armas. La decisión y ejecutividad que el Gobierno ha mostrado para retirar concesiones, expropiar empresas o apropiarse de “cajas” presupuestarias, no existe a la hora de tomar medidas que protejan la vida de los argentinos.
Según el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Ricardo Casal, en un mes (del 21 de febrero al 21 de marzo), fueron arrestadas 800 personas con armas en su poder pero sólo 81 quedaron detenidas. En vez de actuar con decisión en este tema, nuestros jueces y legisladores mantienen disquisiciones sobre la diferencia entre “tener” y “portar” un arma, por ejemplo. Sutilezas jurídicas detrás de las cuales esconden su indolencia y que facilitan la multiplicación de los asaltos violentos.
“Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos custodios de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro”, fue el ruego del Papa que en Argentina cayó, de momento, en saco roto.
¿Por qué no se prohíbe toda tenencia de armas por civiles? ¿Por qué no se declara la emergencia en materia de seguridad? ¿Por qué no se coordinan esfuerzos en esta materia a todo nivel, municipal, provincial y nacional, y entre los tres poderes del Estado, dejando a un lado las mezquindades políticas de siempre?
La respuesta de nuestros funcionarios al ruego de Bergoglio se parece a la de Caín (cuando Dios le preguntó “¿Dónde está tu hermano Abel?”): “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”.