La inseguridad mata como la inundación

Incluso más. Pero a nadie le importa. Como es una tragedia que viene por “goteo”, las autoridades, y los políticos en general, sienten que pueden desentenderse del asunto. La inundación, en cambio, desnudó de golpe, en pocas horas, toda la impericia y la desidia estatal. No hubo modo de esconderlas ni de esconderse. Y no fue sólo por la falta de prevención, la no ejecución de presupuestos o la malversación de fondos destinados a obras hidráulicas, sino también por la respuesta posterior, con la habitual búsqueda de chivos expiatorios y el intento de aprovechamiento partidario-electoral de la tragedia.

Pero el drama de la inseguridad, constante y creciente a lo largo de estos años, parece habernos sumido en un siniestro acostumbramiento, como si se tratase de un fenómeno casi más “natural” que la lluvia, que no tiene responsables y contra el cual nada puede hacerse.

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El pedido de Francisco que el gobierno no escuchó

Existe expectativa en el país por lo que el influjo de la nacionalidad y, sobre todo, de la personalidad del nuevo Papa pueda hacer para desmontar la crispación política y la artificial polarización de los últimos años.

De pronto, algunos kirchneristas descubren que la opción de Jorge Bergoglio por los pobres no era declamativa. Quizá en adelante dejen de arrogarse la exclusividad –en el plano discursivo, aclaremos- de la sensibilidad social, los derechos humanos, la justicia, etcétera; todos conceptos de los que se sienten dueños, pese a lo magro de las realizaciones que pueden exhibir en esas materias.

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