Estoy persuadido de que en el siglo XXI la comunidad política mundial debe hacer el esfuerzo necesario para que no quede vestigio alguno de dictaduras que masacran a sus pueblos ni de democracias imperiales que aspiran a imponerse por la fuerza. Y de que la guerra es el recurso del “poder” cuando no puede hacerse respetar como “autoridad”.
Fue por ello que, en junio de 2003, propuse al Plenario de la Internacional de Partidos Políticos de Centro (IDC), reunido en Portugal y al que asistí como representante del Partido Justicialista, respaldar la candidatura de Juan Pablo ll al premio Nobel de la Paz. Los considerandos de mi propuesta de resolución eran al mismo tiempo los argumentos para rechazar la solicitud formulada por José María Aznar y José Manuel Durao Barroso de que los partidos políticos allí reunidos apoyásemos el documento aprobado en las Islas Azores donde se tomó la decisión de invadir Irak.