Incluso más. Pero a nadie le importa. Como es una tragedia que viene por “goteo”, las autoridades, y los políticos en general, sienten que pueden desentenderse del asunto. La inundación, en cambio, desnudó de golpe, en pocas horas, toda la impericia y la desidia estatal. No hubo modo de esconderlas ni de esconderse. Y no fue sólo por la falta de prevención, la no ejecución de presupuestos o la malversación de fondos destinados a obras hidráulicas, sino también por la respuesta posterior, con la habitual búsqueda de chivos expiatorios y el intento de aprovechamiento partidario-electoral de la tragedia.
Pero el drama de la inseguridad, constante y creciente a lo largo de estos años, parece habernos sumido en un siniestro acostumbramiento, como si se tratase de un fenómeno casi más “natural” que la lluvia, que no tiene responsables y contra el cual nada puede hacerse.