Los populismos del siglo XXI, tan en boga en América Latina al amparo del boom de los commodities, acabaron siendo antipopulares porque representaron un atajo para que los dirigentes hicieran rápido y mal lo que de otro modo les hubiera exigido excelencia, sacrificio y vocación de servir.
Los últimos acontecimientos en Brasil, Argentina, Bolivia y Venezuela ponen en evidencia que, agotado el maná del auge de las materias primas, la corrupción, la demagogia y la constante violación de las reglas de juego de la macroeconomía produjeron un espíritu de cambio en las expectativas de los votantes.
Esta nueva realidad debe ser aprovechada para la gestación del liderazgo que la Argentina necesita. Hoy no alcanza con prometer el reparto de bienes desde el poder por el simple hecho de que no se puede repartir bienes en abstracto. Ya no sirven las prácticas clientelísticas para ganar pues no hay medios para sustentar las clientelas y a su vez la vocación clientelista de los electorados empieza a estar en franca retirada. Continuar leyendo