El transcurso de una década acredita un tiempo suficiente como para intentar vislumbrar con mayor nitidez un punto que aparece aún hoy ambiguo y controvertido, permitiendo de este modo esclarecer la auténtica identidad de uno de los Papas más grandes de la cristiandad.
Esta ausencia de claridad no se refiere a ninguna ambigüedad de la misma, sino que reside en que se ha adjudicado a Karol Wojtyla una sensibilidad conservadora y restauracionista. Me parece que un cotejo con la realidad arroja sin embargo una luz que lleva a un resultado muy distinto de esa enjaretada configuración. No es que se califique como positiva o negativa dicha característica, simplemente se intenta mostrar que ella no es real.
Los motivos de esa controversia residen por una parte en que, como sucede también con el actual papa Francisco, la riqueza de una personalidad siempre presenta dificultades frente a esos encasillamientos muchas veces forzados, y por otro lado a que recordando la famosa caracterización orteguiana del hombre y su circunstancia, Juan Pablo II se encontró en pleno periodo posconciliar ante una notoria necesidad de poner orden en la casa. Continuar leyendo