Es el desamparo del Estado, estúpido

La Justicia no cumple. No es confiable. Innumerables fallos, y muchas veces la falta de ellos, dan cuenta de esta realidad. La gente está cansada, está asqueada. Advirtió —quizás demasiado tarde— que es imposible vivir la república sin Justicia. Un Ministerio Público plagado de funcionarios “militantes”, que por lógica obviedad priorizan su militancia por sobre la defensa de la sociedad. Del lado de los jueces, parecería haber más corrupción que militancia. Pero, en todo caso, el resultado es el mismo. El Estado de derecho es quien garantiza que la sociedad no tome en sus manos el hacer justicia. Cuando este falla o se corrompe, es casi una resultante natural que la sociedad opte por suplir lo que el Estado no le ofrece.

Mucho peor, cuando esta negación de justicia se hace con ostentación, sin ningún pudor, diría, de manera impunemente bizarra. Los videos que hemos visto en los últimos días son sólo la gota que colma el vaso. Muchísimo antes, se denunciaron todos los ilícitos que hoy salen a la luz, sin que ningún funcionario judicial demostrara, hasta ahora, verdadera voluntad para avanzar en su investigación y su castigo. Funcionarios, jueces, amigos y socios del poder que se han vuelto abrupta y encandilantemente millonarios, en lo que ellos mismos denominaron “la década ganada”.

Fortunas que, ciertamente, son imposibles de justificar. La ostentación del nuevo rico hizo imposible que esas fortunas y sus “dueños” pasaran inadvertidos, como prudentemente indicaría el manual del delincuente: nunca llamar la atención gastando ostentosamente el botín logrado. Tropezaron con la misma piedra de siempre. Se creyeron que la impunidad no tenía fecha de vencimiento, que era para toda la vida. Ese fue su talón de Aquiles y, por qué no, el de la mayoría de los delincuentes: ostentación e impunidad. Continuar leyendo

Hora de combatir la corrupción

Pasó la década kirchnerista, y una de las huellas más profunda que dejó es en lo que respecta a Justicia y corrupción. No es ninguna novedad que las instituciones fallaron. Desde ya que no fue algo casual. En todo caso, fue una estrategia muy bien pergeñada. El Congreso de la Nación desvirtuó su rol y se convirtió en prácticamente una escribanía del Poder Ejecutivo, utilizada para dar legalidad a actos que carecían de legitimidad. Legisladores que reconocían a viva voz que, pese a no estar de acuerdo con las leyes que sancionaban, lo hacían por obediencia partidaria.

Las minorías fueron totalmente avasalladas. Los organismos de control tampoco funcionaron. Los pocos que pretendieron cumplir con su finalidad o fueron desarticulados o sus funcionarios terminaron desafectados. Pero el peor defecto que tuvo esta década fue la descomposición que sufrió el Poder Judicial. Apareció algo inédito en el país que fue la justicia militante. Por propia definición, justicia y militancia son conceptos antagónicos. Una procuradora militante, fiscales militantes que alentaban a los jueces a hacer política en sus sentencias y jueces partidarios resultaron la antítesis del equilibrio y la objetividad que requiere la labor judicial. Continuar leyendo