Luego de la elección del pasado domingo 19 en CABA puede decirse que, a diferencia de lo que muchos piensan, Martín Lousteau no ganó simbólicamente. Sus votos son prestados y ajenos, y corresponden, en gran parte, a aquellos que buscaron dañar la candidatura presidencial de Mauricio Macri.
Por otro lado, quedó claro que Mariano Recalde no logró persuadir a sus seguidores bajo la premisa: “Votar por uno es igual que votar por el otro; yo voto en blanco”. Votó casi en soledad.
¿Pero en qué consiste este mencionado daño? En generar un perjuicio que no afecta a su electorado seguro, sino a aquel al que aspira atraer, a esos votos que son independientes o indecisos y que finalmente son los que definen el resultado de la elección. Son aquellos que quieren un cambio, pero no saben bien cómo ni con quién. Las nuevas alternativas los seducen, pero también les dan miedo e incertidumbre.
En este marco es que Macri debería rever su estrategia. Tocar timbres fue original e imaginativo para una primera etapa de campaña, para posicionarse y darse un sesgo de hombre común que camina las calles. Pero ahora los tiempos electorales se aceleran y no queda demasiado espacio para tomar mate con los vecinos. Ha llegado el momento de politizar la campaña. Esto quiere decir comenzar a definirse, por lo menos en algunos temas, porque si Macri no lo hace, lo va a hacer en su lugar su contrincante, Daniel Scioli. De hecho, ya lo está haciendo. Continuar leyendo