Por: Roberto Starke
Luego de la elección del pasado domingo 19 en CABA puede decirse que, a diferencia de lo que muchos piensan, Martín Lousteau no ganó simbólicamente. Sus votos son prestados y ajenos, y corresponden, en gran parte, a aquellos que buscaron dañar la candidatura presidencial de Mauricio Macri.
Por otro lado, quedó claro que Mariano Recalde no logró persuadir a sus seguidores bajo la premisa: “Votar por uno es igual que votar por el otro; yo voto en blanco”. Votó casi en soledad.
¿Pero en qué consiste este mencionado daño? En generar un perjuicio que no afecta a su electorado seguro, sino a aquel al que aspira atraer, a esos votos que son independientes o indecisos y que finalmente son los que definen el resultado de la elección. Son aquellos que quieren un cambio, pero no saben bien cómo ni con quién. Las nuevas alternativas los seducen, pero también les dan miedo e incertidumbre.
En este marco es que Macri debería rever su estrategia. Tocar timbres fue original e imaginativo para una primera etapa de campaña, para posicionarse y darse un sesgo de hombre común que camina las calles. Pero ahora los tiempos electorales se aceleran y no queda demasiado espacio para tomar mate con los vecinos. Ha llegado el momento de politizar la campaña. Esto quiere decir comenzar a definirse, por lo menos en algunos temas, porque si Macri no lo hace, lo va a hacer en su lugar su contrincante, Daniel Scioli. De hecho, ya lo está haciendo.
Viene un tiempo de definiciones. Definiciones quizás algo light, muy generales probablemente, pero definiciones al fin. La gente que todavía no vota a Macri busca alguna definición en su discurso, algo que le muestre confianza, dándole credibilidad al mensaje y seguridad de que es posible ese cambio sin “asomarse al balcón sin baranda”. No alcanza con decir que la idea es mantener todo lo bueno realizado, pero en un contexto de mayor eficiencia y transparencia. O con mencionar a cada segundo: “La Argentina del cambio”. Conceptos que, hasta en cierto momento, parecen contradictorios y confunden al electorado.
Esto no significa que Macri no tenga chance de ganar las elecciones. Nada está escrito al respecto. Su contrincante, Daniel Scioli, está en una situación similar a él, sin definiciones, aunque esto tiene causas distintas a las de Macri: está cuidadosamente vigilado y no puede traicionar la ortodoxia del mensaje, al menos no por ahora.
Nada hasta ahora es definitivo, pero es momento de que Macri piense en reformular, en establecer un liderazgo más claro y conciso. Las buenas intenciones sirven para la primera parte de la campaña, pero para ir a buscar nuevos votos, esos votos que terminan haciendo la diferencia, es importante mostrar un líder contenedor, claro en sus consignas y que pueda hacer ver a su electorado el camino a recorrer.
Si hay algo que nos deja el discurso de Mauricio Macri del domingo de elecciones en la capital del país es que, por ahora, el relato K es impenetrable y que en los últimos años ha terminado por imponer una cultura política y una agenda nacional. Nadie discute su esencia, en todo caso algunos su estilo, y los candidatos solo dan vueltas alrededor de los temas y las cuestiones que impuso el kirchnerismo en los doce años que lleva de Gobierno.