Por: Roberto Starke
Este es un principio esencial de la política que no pertenece al terreno de la teoría sino de la práctica cotidiana, la única que explica con transparencia lo que queremos decir. Cuando es necesario salir a explicar un gesto o una conducta política, es porque fue mal comunicado o ha generado consecuencias no queridas que nos incomodan.
En este caso el artículo en La Nación de monseñor Víctor Fernández sobre las razones del Papa para enviarle un rosario a Milagro Sala. Confirma que el hecho generó una gran discusión y profundas divisiones, reafirma que, más allá del artículo de monseñor Fernández, se trata de un hecho de indudable sesgo político.
No es necesario ser un agudo analista político para conocer que la mirada del papa Francisco de la realidad político-social está más cerca de Milagro Sala que de Mauricio Macri. Este último, independientemente de los acontecimientos que separaron o acercaron al entonces arzobispo de Buenos Aires y al ex jefe de Gobierno, y de los gestos diplomáticos que caracterizan la nueva etapa iniciada el 10 de diciembre, representa para Francisco una élite tecnológicamente muy profesional y modernizante que agudizará, inevitablemente, la brecha de la inequidad. El capitalismo moderno, para Francisco, contiene este “pecado” y Macri es un legítimo representante de esta tendencia.
Cuando monseñor Fernández sale a explicar las razones del Papa en apoyo espiritual y por cierto político a Milagro Sala, es porque percibe que la Iglesia argentina está expuesta a una controversia y una disconformidad en algunos sectores de la sociedad argentina que suelen fijar opinión.
El guiño papal puede haber sido un gesto pastoral, pero inevitablemente tuvo un efecto político indiscutible. Y el Papa lo sabe. Sigue siendo un activo protagonista de la política cotidiana en nuestro país; nunca se despegó de esta realidad que lo atrae y apasiona.
El envío del rosario fue un gesto totalmente legítimo por parte de Francisco. Podrá gustar o no, pero emite un reflejo de contornos muy claros y, como dice el mismo Fernández: “[el Papa] no se deja marcar la cancha y prefiere responder a las intuiciones de su corazón de pastor, les guste o no a algunos argentinos”.
Si en lugar de un rosario el Papa hubiera respondido a la carta de Milagro Sala con una devolución escrita, probablemente hubiese tenido que entrar en definiciones políticas incómodas. Optó por el rosario, un símbolo caro para la Iglesia Católica y decididamente potente en materia política, no por el símbolo en sí, sino por las circunstancias que lo rodean.