Las organizaciones del narcotráfico analizan el volumen y las características del mercado donde instalarse a partir de las condiciones y las restricciones que presenta un Estado para entonces definir la potencialidad del negocio. En este sentido deviene fundamental indagar en las medidas de prevención y los estándares socioeconómicos como las pautas institucionales que debería desarrollar nuestro país a fin de evitar la instalación y la expansión de la economía del narco.
En esta inteligencia es que factores tales como: niveles de pobreza e indigencia, de educación, de desocupación o subocupación en determinados sectores —especialmente los relativos a la juventud, considerado por estas redes como el segmento más redituable, debido a su bajo costo de inversión y exponencial rentabilidad—, sumados a la desesperanza ante un sistema que consideran ajeno y expulsivo, precipitan la participación en la cadena del narcotráfico. En la jerga se los denomina “soldaditos de la droga”, yo los defino como “mártires de la droga”.
Es así que las organizaciones narco han fabricado e instalado en estos segmentos un estereotipo del narcotraficante, una especie de imagen exitosa que puede resumirse en: fortaleza, riqueza, prestigio. De allí resulta un modelo de imitación esencialmente para los “jóvenes objetivo”, quienes vislumbran en esta actividad delictual una vía de escape inmediata, rentable y de prestigio. Sin embargo, son estos mismos factores los que les tienden la soga al cuello para ahogarlos en un mar de adicciones y adentrarlos en una espiral ascendente de violencia e actividades delictivas (estas acciones pueden comprender desde la venta o la producción de droga hasta el sicariato) de las que difícilmente podrán salir inmunes. ¿Cuál es el modelo que utilizan estas redes? Simple: vendés, comprás, consumís, te hacés adicto, delinquís, te condenás. Continuar leyendo