Coincide con nuestra fecha patria, pero no se trata de la historia sino del futuro. Los argentinos somos contemporáneos de una nueva revolución, que es la que lidera desde su ejemplaridad Francisco. Es la revolución de la paz.
Estamos orgullosos de nuestro tan querido, y ahora masivamente admirado, Bergoglio; que ha resucitado para nosotros mismos como Francisco. Ahora se perfila en su esencia: el maestro de la fe, el líder de lo institucional y el estadista.
Para nosotros mismos es una revolución descubrirlo en su dimensión universal, en escala mundial y asumiendo los desafíos de una agenda global. Cuánta falta nos hace en el mundo liderazgos inspiradores que puedan conducir desde la esencia del saber, la coherencia del hacer y la visión de hacer política noble en la dimensión más plena y auténtica de este arte, que es transformar la realidad para que la idea del bien común encarne en las problemáticas complejas; iluminando con la cultura del encuentro el diálogo que hace posible los consensos, que traen como fruto la paz.
La Argentina no tiene estadistas de su calibre, pero los argentinos tenemos los dones y bendiciones, tanto naturales como culturales, que podemos muchas veces desperdiciar en nuestra tierra pero ofrendar al mundo. Es la paradoja de verificar que el diálogo interreligioso entre nosotros es parte de nuestra identidad cultural, la de un pueblo unido en su diversidad, y que tenemos hombres y mujeres excepcionales que, como el mismo Papa, pueden tener dimensión de estadistas ejemplares, pero que al mismo tiempo para resolver nuestros desafíos cotidianos como Nación no logramos dialogar ni tenemos en nuestros liderazgos institucionales la calidad de quienes sirvan a todos desde el poder y no se sirvan a sí mismos de todo lo que el poder les otorga abusando de él.
En estos días, seremos testigos privilegiados de una revolución que es la paz en nosotros, entre nosotros y para toda una humanidad. Francisco llega a Medio Oriente; y es precisamente en el lugar más problemático donde propone lo más simple: el diálogo y el encuentro como una cultura que integra las diferencias y asume los conflictos, no para evitar la discusión sino para transitarla por este método espiritual, más allá de toda religión. Y en el diálogo, no cancelar las diferencias sino a partir de ellas, buscar los consensos en los que se fundamentan los logros que traen los acuerdos, renunciando a imponer una sola visión y someter a quien no la comparte.
En este sentido, Francisco es un revolucionario de la paz cuando explica en su peregrinar y en su clamor enérgico como sutil en gestos que no dialogar es una forma de violencia, que no hace falta una guerra para reconocer que imponerse por la fuerza en opresión o en terror solo profundiza el sufrimiento degradando lo humano y que la paz se inicia en el mismo instante de reconocer al otro como interlocutor en igualdad de derechos y de obligaciones éticas en reverenciar la dignidad de lo humano.
Somos hoy testigos de momentos históricos, y es por ello que debemos no solo admirar lo que vemos sino reflexionar en lo que hacemos para que este testimonio de Francisco sea nuestro propio evangelio.
Como testigo de estos días que emocionan, celebro en Jerusalem, la ciudad santificada por judíos, cristianos y musulmanes, que los argentinos, al recordar un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, podamos reflexionar en una nueva revolución por evolución de hacer entre nosotros lo que Francisco hace para el mundo.