Por: Sergio Bergman
Estas Pascuas serán una celebración signada en el espíritu del Papa Francisco. No solo la Semana Santa, acorde a la liturgia cristiana, sino también nuestra celebración judía de las Pascuas: Pesaj. La fiesta de la Libertad que celebramos a partir de esta noche.
El encuentro personal y el afectuoso saludo que la semana pasada en la Sala Clementina me permitió reencontrarme con mi maestro y Rabí Jorge Bergoglio, ya investido como Papa Francisco, renovó también la raíz común. Fueron breves instante, intensos en emoción y compartidos en oración. Recité la bendición que se prescribe decir frente a los sabios de la humanidad y agradecimos el tiempo y espacio donde Dios se nos revela, sentí que lo hacia en ese abrazo. Abrazar a Francisco fue para mi afirmarme al tronco judeocristiano, tan vivo y presente cada día como en especial en esta próxima festividad de las pascuas judeocristianas.
Pesaj y Pascua comparten los valores de la redención y la salvación. Desde el relato bíblico del Éxodo, como primera alianza en la Ley que nos hizo libres, hasta la Última Cena; en la que —celebrando Pesaj— se forjó una nueva alianza que dio origen al credo cristiano de Dios. Su Hijo y el Espíritu Santo que vuelven a manifestarse en la Eucaristía, cuyo origen histórico fue en este tiempo pascual que hoy celebramos cuando nuestro común rabino Jesús se revela a sus discípulos como Cristo. Jesús que celebrara Pesaj con los suyos tomando el pan ázimo —la Matzá—, presento su cuerpo para la comunión; y en la copa de vino del Kidush, de la consagración y del agradecimiento como su propia sangre.
Encontramos cómo el tronco de la misma raíz mesiánica se divide en dos ramas, que, ya diferenciadas en los siglos siguientes, se desarrolla en la misma tierra y bajo el mismo cielo para dar frutos de la siembra de lo humano que cosecharemos juntos como hermanos. Son los mismos frutos divinos de lo mesiánico, sea celebrado en Pesaj en la espera del Mesías que aun esperamos o en la Semana Santa como la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo. Celebramos juntos de maneras diferentes en el nombre del mismo Padre que anhela que sus hijos se unan y reúnan en la misma mesa.
Así, las liturgias diferentes de dos tradiciones reveladas que —unidas en valores a la tradición islámica— hacen del servicio a lo humano en el monoteísmo ético, un mismo camino al que llegamos por diferentes senderos.
Hoy, conmovidos aún por la transformación de nuestro querido Bergoglio, en Papa Francisco, llegamos a las Pascuas judeocristianas convocados al mismo desafío: servir a Dios es servir al hombre, y el poder terrenal se hace celestial cuando no abusamos de él, sino que lo desplegamos para que los que menos tienen, tengan lo mínimo de lo digno.
Así, en estas fiestas, la redención y salvación es recuperar lo digno de lo humano, revela lo que hay en nosotros de divino. Tenemos en este nuevo tiempo la buena nueva de un hombre que se hace grande por bajar su perfil, y desde la cúspide de su ejemplaridad baja al llano, donde siempre sabe transformar la realidad por lo que hace, transmitiendo con claridad concreta potente y fértil los gestos de aquello que debe transformarse en nuestra forma de ser.
Escuchemos con fervor su llamado. Que todas las religiones y seres humanos nos unamos en la espiritualidad, que es esa energía que nos permitirá reparar, curar, sanar; amar lo humano en cada hermano; renunciando a la posesión; anticipando la fraternal ofrenda que, desde el sermón de la montaña, vuelve Francisco a decir: «Bienaventurados sean los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos», un cielo que podemos anticipar en la tierra para que no debamos esperar a que partan. Partamos y repartamos nuestro pan aquí. Partir el pan en bendición de equidad con justicia social es el milagro humano de multiplicarlo, de la misma forma que lo consagra la liturgia cristiana en la hostia de cada misa, así nosotros esta noche tomaremos Matzot, el pan de la pobreza que comieron nuestros antepasados en Egipto; y que hoy proclama la libertad para todos los hombres que serán libres cuando todos los que tengan hambre vengan a la mesa y coman.
Pan para el cuerpo de la dignidad humana. Pan para el alma de la redención y la salvación, que en el amoroso llamado de unidad en la diversidad, el Papa Francisco nos enseña que estas Pascuas son tan cristianas como judías.