Cuatro Papas que son uno

Sin la valiente y generosa renuncia de Benedicto, Francisco como Papa no hubiera sido posible. Sin Juan XXIII, Juan Pablo II no hubiera podido construir su gigantesca figura, tan cerca del mundo como de la gente; y a partir del Concilio Vaticano II y a partir de esa nueva Iglesia, ofrendarse como peregrino y estadista de nuestro tiempo, en una iglesia global que participó de los grandes cambios que modificaron los tiempos modernos.

Dos Papas que con justicia hoy son proclamados santos por aquello que hicieron, y que permite que seamos testigos privilegiados de ver cómo quedan inscriptos como piedras angulares de la construcción sólida y eterna del mensaje universal de la Iglesia Católica Apostólica Romana, que deja un legado para la humanidad toda.

Pero esta mañana, quienes fuimos transformados espiritualmente por un tiempo y espacio únicos que unieron el cielo con la tierra, fuimos parte de un evento que será punto de inflexión para toda la humanidad, que aún espera el desafío de que seamos todos como uno, en una gran familia humana.

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El abrazo de Benedicto y Francisco, uniendo en el tiempo presente un nuevo milagro de dos santos, que, aun sin estar canonizados, nos dan testimonio de que en el presente se hace futuro con grandeza, cuando se renuncia al ego de la persona y se cancela el poder como atributo para hacerlo un recurso transformador que permite estar al servicio de Di-s y de los hombres, en un legado ejemplar como el que nos dieron al mundo entero desde la Plaza de San Pedro.

Cuatro Papas: dos de la eternidad, ya consagrados santos, y dos aquí en la Tierra, quienes con su integral ejemplaridad dan clara evidencia de que se pude liderar desde el espíritu y no desde la fuerza; y que el mundo entero puede ser conducido por la esperanza del amor y de la paz, que no es espera ni ilusión, sino firme compromiso de creer para ver y encarnar en cada uno de nosotros la promesa mesiánica de que juntos como hermanos podremos hacer, aquí en la tierra, algo del cielo.

La santidad esta mañana se nos revela manifestando que Juan XXIII, Juan Pablo II, Benedicto y Francisco se hacen Uno tanto en Di-s como en cada uno de nosotros.

Las Pascuas judeocristianas

Estas Pascuas serán una celebración signada en el espíritu del Papa Francisco. No solo la Semana Santa, acorde a la liturgia cristiana, sino también nuestra celebración judía de las Pascuas: Pesaj. La fiesta de la Libertad que celebramos a partir de esta noche.

El encuentro personal y el afectuoso saludo que la semana pasada en la Sala Clementina me permitió reencontrarme con mi maestro y Rabí Jorge Bergoglio, ya investido como Papa Francisco, renovó también la raíz común. Fueron breves instante, intensos en emoción y compartidos en oración. Recité la bendición que se prescribe decir frente a los sabios de la humanidad y agradecimos el tiempo y espacio donde Dios se nos revela, sentí que lo hacia en ese abrazo. Abrazar a Francisco fue para mi afirmarme al tronco judeocristiano, tan vivo y presente cada día como en especial en esta próxima festividad de las pascuas judeocristianas.

Pesaj y Pascua comparten los valores de la redención y la salvación. Desde el relato bíblico del Éxodo, como primera alianza en la Ley que nos hizo libres, hasta la Última Cena; en la que —celebrando Pesaj— se forjó una nueva alianza que dio origen al credo cristiano de Dios. Su Hijo y el Espíritu Santo que vuelven a manifestarse en la Eucaristía, cuyo origen histórico fue en este tiempo pascual que hoy celebramos cuando nuestro común rabino Jesús se revela a sus discípulos como Cristo. Jesús que celebrara Pesaj con los suyos tomando el pan ázimo —la Matzá—, presento su cuerpo para la comunión; y en la copa de vino del Kidush, de la consagración y del agradecimiento como su propia sangre.

Encontramos cómo el tronco de la misma raíz mesiánica se divide en dos ramas, que, ya diferenciadas en los siglos siguientes, se desarrolla en la misma tierra y bajo el mismo cielo para dar frutos de la siembra de lo humano que cosecharemos juntos como hermanos. Son  los mismos frutos divinos de lo mesiánico, sea celebrado en Pesaj en la espera del Mesías que aun esperamos o en la Semana Santa como la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo. Celebramos juntos de maneras diferentes en el nombre del mismo Padre que anhela que sus hijos se unan y reúnan en la misma mesa.

Así, las liturgias diferentes de dos tradiciones reveladas que —unidas en valores a la tradición islámica— hacen del servicio a lo humano en el monoteísmo ético, un mismo camino al que llegamos por diferentes senderos.

Hoy, conmovidos aún por la transformación de nuestro querido Bergoglio, en Papa Francisco, llegamos a las Pascuas judeocristianas convocados al mismo desafío: servir a Dios es servir al hombre, y el poder terrenal se hace celestial cuando no abusamos de él, sino que lo desplegamos para que los que menos tienen, tengan lo mínimo de lo digno.

Así, en estas fiestas, la redención y salvación es recuperar lo digno de lo humano, revela lo que hay en nosotros de divino. Tenemos en este nuevo tiempo la buena nueva de un hombre que se hace grande por bajar su perfil, y desde la cúspide de su ejemplaridad baja al llano, donde siempre sabe transformar la realidad por lo que hace, transmitiendo con claridad concreta potente y fértil los gestos de aquello que debe transformarse en nuestra forma de ser.

Escuchemos con fervor su llamado. Que todas las religiones y seres humanos nos unamos en la espiritualidad, que es esa energía que nos permitirá reparar, curar, sanar; amar lo humano en cada hermano; renunciando a la posesión; anticipando la fraternal ofrenda que, desde el sermón de la montaña, vuelve Francisco a decir: «Bienaventurados sean los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos», un cielo que podemos anticipar en la tierra para que no debamos esperar a que partan. Partamos y repartamos nuestro pan aquí. Partir el pan en bendición de equidad con justicia social es el milagro humano de multiplicarlo,  de la misma forma que lo consagra la liturgia cristiana en la hostia de cada misa, así nosotros esta noche tomaremos Matzot, el pan de la pobreza que comieron nuestros antepasados en Egipto; y que hoy proclama la libertad para todos los hombres que serán libres cuando todos los que tengan hambre vengan a la mesa y coman.

Pan para el cuerpo de la dignidad humana. Pan para el alma de la redención y la salvación, que en el amoroso llamado de unidad en la diversidad, el Papa Francisco nos enseña que estas Pascuas son tan cristianas como judías.

Ser custodios de nuestros hermanos

(Desde Ciudad del Vaticano)

En la Homilía de coronación del Papa Francisco, fuimos testigos de su mensaje universal: nos llamó a que seamos custodios de lo humano.

Presentes en esta peregrinación de almas, convocados por la Iglesia Católica Apostólica Romana esta mañana en la Plaza de San Pedro, nos llamó nuestro querido Bergoglio, ya como Papa Francisco, y nos dijo que todos somos parte del misterio de una creación que el Creador dispuso para que pongamos la bondad y la misericordia como guías de nuestra vocación de custodiar. Así trajo la figura bíblica de José, en su fiesta que celebra el inicio del nuevo Ministerio Petrino, recordando a quien dispuso todo su ser en la consagración de custodiar.

Así se le confirió a Pedro un poder, pero un poder verdadero que es el poder de servicio.

Que este día de fiesta para todos los que nos sentimos llamados por el Papa Francisco podamos de su ejemplo servir con el poder de cuidar a los que más necesitan, alejándonos de la tentación de servirnos del poder. 

Recordó así también, con referencia al Evangelio, la promesa al Patriarca Abraham donde todos, como hijos de la misma familia en la fe monoteísta, raíz del humanismo ético, somos custodios de la creación de lo humano, expresión de lo divino.

Que podamos honrar al Papa Francisco con el orgullo de ser compatriotas y en el desafío de saber en su nombre dar el ejemplo.