Por: Sergio Bergman
Sin la valiente y generosa renuncia de Benedicto, Francisco como Papa no hubiera sido posible. Sin Juan XXIII, Juan Pablo II no hubiera podido construir su gigantesca figura, tan cerca del mundo como de la gente; y a partir del Concilio Vaticano II y a partir de esa nueva Iglesia, ofrendarse como peregrino y estadista de nuestro tiempo, en una iglesia global que participó de los grandes cambios que modificaron los tiempos modernos.
Dos Papas que con justicia hoy son proclamados santos por aquello que hicieron, y que permite que seamos testigos privilegiados de ver cómo quedan inscriptos como piedras angulares de la construcción sólida y eterna del mensaje universal de la Iglesia Católica Apostólica Romana, que deja un legado para la humanidad toda.
Pero esta mañana, quienes fuimos transformados espiritualmente por un tiempo y espacio únicos que unieron el cielo con la tierra, fuimos parte de un evento que será punto de inflexión para toda la humanidad, que aún espera el desafío de que seamos todos como uno, en una gran familia humana.
El abrazo de Benedicto y Francisco, uniendo en el tiempo presente un nuevo milagro de dos santos, que, aun sin estar canonizados, nos dan testimonio de que en el presente se hace futuro con grandeza, cuando se renuncia al ego de la persona y se cancela el poder como atributo para hacerlo un recurso transformador que permite estar al servicio de Di-s y de los hombres, en un legado ejemplar como el que nos dieron al mundo entero desde la Plaza de San Pedro.
Cuatro Papas: dos de la eternidad, ya consagrados santos, y dos aquí en la Tierra, quienes con su integral ejemplaridad dan clara evidencia de que se pude liderar desde el espíritu y no desde la fuerza; y que el mundo entero puede ser conducido por la esperanza del amor y de la paz, que no es espera ni ilusión, sino firme compromiso de creer para ver y encarnar en cada uno de nosotros la promesa mesiánica de que juntos como hermanos podremos hacer, aquí en la tierra, algo del cielo.
La santidad esta mañana se nos revela manifestando que Juan XXIII, Juan Pablo II, Benedicto y Francisco se hacen Uno tanto en Di-s como en cada uno de nosotros.