Por: Sergio Bergman
Un año después de su muerte, Alberto Nisman es recordado por todos nosotros, no en la devoción idolátrica de alguien a quien no podamos criticar o revisar cómo a lo largo de tantos años transitó la causa AMIA, sino con el profundo respeto y el honor que le corresponde a un fiscal de la Nación que fuera asesinado, justamente, por investigar y denunciar.
Los que no tenemos ninguna duda de que no se suicidó, empezamos a escuchar, un año después, a una sociedad que vuelve sobre sí misma a tomar conciencia y a separarse de esa manipulación horrorosa que fue, antes de que lo mataran, el agravio, el ataque, la provocación y la violencia desde el autoritarismo de un Estado que lo denostó como para desestimarlo en su persona —no en su función—. Luego de que lo mataran, nuevamente, y durante mucho tiempo, se trató de hablar de él y no de lo que representaba o del trabajo que hacía.
Recuerdo la consternación de todos ese 18 de enero, que ya en la madrugada nos habíamos levantado con el estremecimiento de la noticia; y el sentido común de los argentinos, que en este caso estoy convencido de que no falla, dijo: lo mataron. Había sido nada más que cinco días después de haber presentado su denuncia y en la víspera de ir al Congreso a ampliarla y a aportar más datos.
Además, fuimos también testigos simultáneos, no sólo de la pérdida de su vida, sino de la impericia, ya sea por negligencia o por dolo, de contaminar la escena de ese departamento y de continuar la misma matriz de zona liberada, que ya habíamos conocido en los dos atentados, tanto en la AMIA como en la Embajada de Israel.
Como ejemplo de esto, tenemos a los diez custodios que no estaban, el cinismo de hacer ir a su madre para que llevara las llaves para entrar; y luego, lo que de alguna manera sigue todavía como una especie de sombra silenciosa que va a salir a la luz, la fiscal Viviana Fein, quien luego de haber obstruido, no avanzado, ocultado o no haber sido lo suficientemente enérgica y eficiente en la investigación de la que ya fue apartada por la jueza Palmaghini, fue premiada por la Fiscal General de la Nación.
Todos esperamos que Gils Carbó no solamente se aparte de la denuncia, sino que, también, en algún momento, sea juzgada, porque era su responsabilidad cuidar al Fiscal. No ofrecerle protección sino cuidarlo. Además, esperamos se arroje luz en la Justicia sobre Sergio Berni, que estaba en la escena del crimen y todavía nadie verificó con quién habló, a excepción de un periodista, que quizás inoportunamente en la madrugada misma, anunciaba que Nisman estaba muerto. Se tuvo que escapar del país para proteger su integridad física.
No sería justo hablar de estos personajes sin mencionar, por un lado, a quien todavía tiene que responder por el soldado Ledo: César Milani; y, por otro, a un jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, que hizo el trabajo que tan bien sabía hacer: denostar, confrontar, vapulear e insultar la figura de Nisman durante las semanas posteriores.
Un año después, cuando uno recuerda todo eso, hay sombras pero también hay luces: los fiscales que nos convocaron el 18 de febrero del año pasado, bajo una lluvia inolvidable. También el coraje y el valor de una ciudadanía que no se doblegó, cuando todavía el relato K seguía plenamente vigente con su prepotencia y autoritarismo; y mostró que había una Argentina que no estaba anestesiada.
Un año después, con la efemérides, vuelve todo a una agenda. Desde Memoria Nisman, quizás tenemos una forma silenciosa o de bajo perfil que fue haber montado una guardia de honor durante todos estos meses. Hicimos una especie de balance, supimos la importancia de mantener la constancia y no esperar ni los aniversarios ni el protagonismo, sino tener la coherencia y la disciplina de hacer de la memoria una construcción, que lleva esfuerzo y trabajo. En este sentido, mi especial reconocimiento a Santiago Kovadloff, quien durante todo este tiempo, cada 18, en la calle o en el mismo salón de Ramah del templo de Libertad, convocó paneles de oradores y un auditorio diverso, minúsculo en cantidad pero potente en trascendencia, para reflexionar sobre lo que significa en la Argentina el asesinato de un Fiscal, la poca respuesta de sus instituciones y la anomia y la anestesia de la mayor parte de la ciudadanía.
De cara a este acontecimiento, un año después, con la asunción de un nuevo gobierno, cabe destacar que, más allá del duelo que aún le debemos y los honores que le dispensamos a Nisman, no hay nada más contundente para homenajearlo que los avances obtenidos. Por un lado, con la coherencia y al mismo tiempo la idoneidad del ministro de Justicia, Germán Garavano, quien no utilizó el recurso que el gobierno de Fernández de Kirchner había usado de volver a apelar el dictamen y el fallo de inconstitucionalidad; y finalmente, lo que todos sabíamos y reclamábamos, ese momento oscuro de un febrero donde un Congreso adicto por obediencia debida cometió el atropello de haber vulnerado la soberanía de la Justicia y firmó a libro cerrado, y muchos en contra de su conciencia, el Memorándum de Encubrimiento, nunca de entendimiento.
Por eso, también corresponde honrar la memoria de Pepe Eliaschev, quien como periodista de investigación que fue, dos años antes de la firma de esa entrega que el Ejecutivo hizo de la causa y la memoria de los muertos, tuvo el coraje y el valor de denunciar las reuniones secretas en Alepo, siempre desconocidas por el Canciller y después constatadas, para sellar lo que durante años el mismo Néstor Kirchner se rehusó a firmar y que el Canciller con la Presidente entendían que era algo que podía aportar, no a los principios sino a sus intereses aún no descifrados, sobre por qué hacerse socios y encubrir a Irán.
En recientes investigaciones, como el último libro de Daniel Santoro y lo que salió a la luz al reconocer el Canciller mismo que sabía que Irán puso la bomba, preguntándole a un presidente de una institución judía “¿qué querés que haga?, ¿con quién querés que negocie?” se refuerza todo esto. A confesión de las partes, no hace falta relevar las pruebas de lo que todos sospechábamos.
No obstante, luego de ese recorrido, el memorándum es inconstitucional. Esto es muy importante porque se vuelve a iniciar la posibilidad de que la denuncia no muera con él, y que otro fiscal y quizás en otro juzgado, la pueda reabrir; ya que fue de manera inescrupulosa, por la extorsión y el temor que tuvo Rafecas en el Consejo de la Magistratura, al cometer el bochorno de desestimar totalmente la denuncia, antes de que la Presidente reinaugurara las últimas sesiones en el Congreso, tal como ella pidió.
De alguna forma hoy, con el memorándum inconstitucional y la muerte de Nisman como parte indivisible de la causa AMIA, todos tenemos la expectativa de que esta causa, que durante todo este tiempo no avanzó mucho, no quede sepultada como pasó el último año. En ese sentido va la creación de una Secretaría de Estado para seguir los casos AMIA y Nisman; la reciente resolución del director de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) que habilita a presentarse ante la Justicia a todo funcionario o ex funcionario; y la disposición del presidente Mauricio Macri de desclasificar la documentación referente a Nisman.
Para honrar y recordar al Fiscal no hay nada más noble que volver al cauce de la investigación; y que esperemos se esclarezca el atentado a la AMIA, que en otras palabras quiere decir que sea juzgado, porque la investigación arroja claridad sobre la participación local, que todavía no fue juzgada, y la internacional, que es Irán.
Al respecto, esperemos que este nuevo Congreso, que tiene que deliberar y no solamente votar lo que les mandan, por mayorías automáticas, pueda tratar la posibilidad del juicio en ausencia, una materia controversial, pero que tiene que darnos la posibilidad de avanzar sobre aquellos que están imputados y no quieren colaborar con la Justicia; y fundamentalmente, que la Unidad Fiscal Especial (UFI) de la causa que lideraba Nisman vuelva a recobrar la actividad.
Todos nosotros honramos la memoria de Alberto acompañando a su familia, en particular, a sus dos hijas, que tienen muy claro que al papá lo mataron. La culpabilidad del hecho está en manos de la Justicia, y no podemos prejuzgar, pero la evidencia clara y contundente de que la responsabilidad política es de Cristina Fernández de Kirchner y su gobierno es algo que nunca se va a borrar de cada uno de nosotros. Como la memoria de Alberto.