Mi Venezuela discapacitada

A principios de septiembre me tocó la nada agradable tarea de ver cómo mis padres despedían a su último hijo, el menor, con la simple esperanza de sentirlo seguro, de saberlo vivo en otras fronteras. Ya son miles de kilómetros los que separan físicamente a la familia, inclusive continentes. Los nietos ya hablan otros idiomas, tienen otros acentos y se despiertan a horas que obligan a sus abuelos a tener toda una logística para verlos virtualmente una que otra vez por semana, siempre y cuando la estatal CANTV se los permita, cosa que no sucede muy a menudo.

Nos convertimos a los trancazos en ciudadanos del mundo, porque estamos repartidos en cada rincón del planeta aún sin haberlo pedido, sin haberlo querido.

Cuando tengo oportunidad de conversar con colegas y amigos sobre el tema, siempre llegamos a la misma conclusión. El amor de la familia es tan grande que se está dispuesto a separarla, a desmembrarla, inclusive sin esperanzas del reencuentro, siempre y cuando el futuro se pinte mejor. El sacrificio es máximo, definitivamente.

Mis amigos cubanos reiteran lo que digo, con conocimiento de causa, puesto que muchos de ellos fueron quedándose sin familia, en la medida que el tiempo pasaba y se los arrancaba de la mano. Mucho peor, también se quedaron sin patria, porque el tiempo se detuvo, porque no fueron capaces de reaccionar, porque la negación se convirtió en su peor discapacidad. Continuar leyendo

¿Una fecha para celebrar?

Hoy 27 de junio de 2014, con motivo de celebrarse otro año más de nuestro Día Nacional del Periodista, momento en el que honramos esta digna profesión que implica ética, valor, dedicación y pasión, quiero dirigirme a la opinión pública para manifestar mi parecer sobre diversas situaciones que se han presentado particularmente en Venezuela, afectando de manera sentida nuestras libertades individuales y profesionales en el ejercicio de nuestro rol dentro de la sociedad.

Lo primero que debo hacer es agradecer el apoyo y respeto que hemos recibido por gran parte de la sociedad venezolana, valorando nuestro ejercicio, a través del respaldo expreso por distintas vías y formas.

De igual manera, es imperante el reconocimiento a todos aquellos entes de seguridad del Estado y funcionarios de la administración pública, quienes dando fiel cumplimiento a lo expresado en nuestra Constitución, han sido parte fundamental de nuestro ejercicio, facilitando información que debe ser del dominio público y parte del libre acceso al que tanto hacemos referencia. Lamentablemente también debo decir que estos individuos son la inmensa minoría, producto del constante ataque, despidos y amedrentamiento por parte de los que hoy ocupan puestos de poder, quienes se han encargado de poner todas las trabas para nuestro quehacer, incluyendo las relativas a la “Justicia” como herramienta para atemorizar con pena de cárcel jurada a todo aquel que disienta, y por consecuencia, sea considerado un traidor, entre otros calificativos.

Por esta razón, considero que hoy no es un día para celebrar, por cuanto existen múltiples razones para preocuparnos por el futuro de nuestro ejercicio, dando como ejemplo el registro del Instituto de Prensa y Sociedad, que en su último informe se refiere a 1.392 violaciones a la libertad de prensa y 7 colegas asesinados desde el 2005, con un preocupante incremento para este 2014, el cual propasó toda estimación realizada por este tipo de instituciones.

Ataques, vejaciones, amenazas, asesinatos, secuestros e intimidaciones se han convertido en el plato principal de nuestro ejercicio. Independientemente del lugar y rol en el que nos desempeñemos, bien sea en los medios, en el ejercicio corporativo o académico, he notado y he sido víctima del miedo como factor común, atenuando tristemente la denuncia en el rigor periodístico.

Es por ello que hoy, siendo un día tan importante para los trabajadores de la prensa, reporteros gráficos, periodistas que están en el diarismo, que desempeñan roles como reporteros de radio y televisión, como jefes de información, como periodistas institucionales y académicos, y tantos otros roles que se me escapan del tintero, quiero reivindicar el uso de la palabra oral y escrita; del derecho a opinar; del derecho a escuchar y ser escuchado; del derecho a decidir qué quiero saber, cuándo, dónde y cómo; del derecho a medios libres, independientes, con aspiraciones de crecimiento; del derecho a la vida y, sobre todo, a ejercer lo que nos apasione sin temor a represalias y con la verdad como única arma que construye día a día nuestro máximo capital, el cual no es otra cosa que nuestro nombre y apellido.