Filólogo, poeta, profesor universitario, escritor, lingüista y ferviente católico, el británico John Ronald Reuel Tolkien nos dice desde una de sus obras: “Un anillo, para gobernarlos a todos”.
La globalización nos ha estallado en las manos como un fenómeno mundial hábilmente descontrolado, prolijamente anárquico y sin valores que lo sustenten. Su único interés es su propia propagación, como un virus. Su esencia tecnológica, opuesta a la naturaleza del hombre, ha convertido a la tecnocracia en la filosofía predominante, dejando fuera de la pauta cultural mundialmente extendida a los valores que protegen la vida como bien supremo, sagrado y trascendente.
Hoy sabemos a cuántos años luz está el planeta más parecido a nuestra Tierra y exploramos Marte con transmisión en vivo. ¿De qué sirve si Aylan Kurdi está muerto?
Este fenómeno transnacional privilegia la tecnología por sobre el hombre. Tiene sus justificativos en el economicismo duro y estéril. El desprecio por la vida humana, que bajo el camuflaje del entretenimiento nos encierra en una red de indiferencia, apatía y cinismo, alimenta una industria armamentista global, con más poder que las naciones mismas, a las que somete bajo su imperio, y deja el campo libre para extender su codicia global. Continuar leyendo