Por: Walter Habiague
Filólogo, poeta, profesor universitario, escritor, lingüista y ferviente católico, el británico John Ronald Reuel Tolkien nos dice desde una de sus obras: “Un anillo, para gobernarlos a todos”.
La globalización nos ha estallado en las manos como un fenómeno mundial hábilmente descontrolado, prolijamente anárquico y sin valores que lo sustenten. Su único interés es su propia propagación, como un virus. Su esencia tecnológica, opuesta a la naturaleza del hombre, ha convertido a la tecnocracia en la filosofía predominante, dejando fuera de la pauta cultural mundialmente extendida a los valores que protegen la vida como bien supremo, sagrado y trascendente.
Hoy sabemos a cuántos años luz está el planeta más parecido a nuestra Tierra y exploramos Marte con transmisión en vivo. ¿De qué sirve si Aylan Kurdi está muerto?
Este fenómeno transnacional privilegia la tecnología por sobre el hombre. Tiene sus justificativos en el economicismo duro y estéril. El desprecio por la vida humana, que bajo el camuflaje del entretenimiento nos encierra en una red de indiferencia, apatía y cinismo, alimenta una industria armamentista global, con más poder que las naciones mismas, a las que somete bajo su imperio, y deja el campo libre para extender su codicia global.
Es la fiebre del oro a escala universal. Es la codicia descontrolada que arrasa. Es el ansia de tener. Es el hambre eterna del que está ahíto de su propia avaricia.
La guerra en Siria y las fotos de sus niños muertos sacuden la telaraña de la globalización. El horror y el espanto cruzan las redes sociales, los medios masivos y las conciencias como un relámpago. Y así de veloz se extinguirán, porque la misma globalización con sus altoparlantes se encargará de apaciguar el espanto. La sobreabundancia de información y la sobreactuación de los indignados de siempre finalmente calmarán el temblor en la red y el quinto jinete volverá a pasearse tranquilamente por su heredad de muerte y de oro.
Pero el espíritu de la codicia se puede exorcizar. La solidaridad activa. La compasión. La fraternidad. El compromiso activo de los líderes mundiales, las naciones y los pueblos puede contrarrestar el hielo del tecnicismo economicista que justifica a la codicia.
Su Santidad Francisco está conduciendo un movimiento geopolítico mundial en ese sentido. ¿Qué pasa con la Argentina que no se ofrece inmediatamente a ser ejemplo y ariete de ese movimiento?
Nuestro país tiene la oportunidad de retomar su camino histórico de solidaridad internacional, como allá cuando en la posguerra le dio de comer a esta Europa desmemoriada. La Argentina debe salir activamente al mundo y traer a nuestro suelo a las familias sirias antes de que sus hijos se ahoguen en el mar. Podemos ofrecerles tierra y patria. Podemos ofrecerles la comprensión de un pueblo que se ha dado identidad gracias a sus puertas abiertas.
La dirigencia política en pleno, oficialismo y oposición, más los representantes de los cultos y sobre todo la comunidad siriolibanesa (que forma parte nuclear de nuestra identidad nacional), deben salir en respuesta hacia el exterminio del pueblo sirio sin demoras.
La guerra en Siria debe terminar para que no sea necesario que su pueblo se arroje a morir en las olas. En esto el Consejo de Seguridad de la ONU tiene un papel indelegable. El Santo Padre ya evitó una intervención militar a gran escala. Pero mientras el conflicto siga, no alcanza con que Europa nos prometa que va a debatir cómo se reparten a los refugiados. Tenemos que ofrecer, desde nuestra conciencia argentina, más que un refugio, un suelo que sabe recibir al necesitado.
“Para todos los hombres de buena voluntad que deseen habitar el suelo argentino”. Vamos a buscarlos y demostremos que no en vano somos la tierra de Francisco.