Década sin herederos pero con secuelas

Walter Habiague

El problema es la hipocresía, hija pródiga de la cobardía y el cálculo.

“Muy bien, señores. El que esté con esos intereses se saca la camiseta peronista y se va”, dijo Juan Domingo Perón a los diputados de la Juventud Peronista en 1974.

Treinta años después esa juventud creyó que llegaba su oportunidad de ejercer el poder. Pero accedió al Gobierno traccionada por un peronismo ocasional. Porque el modelo kirchnerista de poder, a falta de sustancia propia, se inoculó las consignas del “entrismo” y las usó para justificar ideológicamente su proyecto familiar de matriz económica.

Terminada la gestión kirchnerista, aquella vieja juventud que pretendió corregir los éxitos de Perón se va del poder sin herencia ni transferencia de autoridad, subsumida en un peronismo que la eyecta nuevamente. Una década de pura espuma.

El kirchnerismo usó sin convicción las banderas de una corriente política que hace 40 años quiso usar al peronismo sin compartir su doctrina. Era la fórmula perfecta de la nada y fue un éxito.

Por eso, a falta de herederos, la década nos deja secuelas:

 

-La transversalidad como ocasión y disculpa de los tránsfugas.

-El reemplazo de la convicción por la conveniencia, que destrozó a los partidos políticos en espacios electorales.

-La tergiversación pública de la verdad, igualada en valor a la mentira.

-La falta de ideas (y el desinterés por tenerlas), que forzó un discurso de trinchera donde todo es mera supervivencia, sin futuro ni trascendencia.

-La ideología bastardeada, sin contacto con la realidad, que despojó de todo valor a la vida de los argentinos.

 

La única esperanza que le queda al discurso kirchnerista para no caer en la desgracia de Tribunales o en el limbo del silencio mediático es vencer a su gran enemigo de siempre: el peronismo. La gran esperanza blanca de Cristina es aferrarse a los eslóganes y creer en que el próximo Gobierno los justificará por la opuesta. La esperanza del kirchnerismo es que triunfe el camuflaje. Es perpetuar su odio fingido con un Gobierno que pose de antiodio.

Aquel entrismo de ayer y esta transversalidad de hoy son la consagración de la hipocresía como acción política. Han permitido que se instaure la suposición de que el poder es el fin y no el medio. Para que el poder sea un medio hace falta que quien quiera detentarlo tenga una idea y una doctrina previas y superiores al ejercicio del poder. Solamente la convicción le dará autoridad al ejercicio del poder. Es en extremo peligroso seguir tributando como sociedad a la pauta que nos habla de la utilidad del voto, porque eso configura el triunfo de la insustancialidad y del cinismo. Del poder por el poder mismo. Del poder mío para que no sea del otro. La lógica vacía del anti.

Los partidos políticos, desde este diciembre, tienen la responsabilidad de confesarse y hacer un acto de coraje y de honestidad parándose frente a la sociedad con convicciones. Será entonces la sociedad la que decida. De lo contrario, si los partidos populares siguen siendo meros vehículos electorales, si se ingresa a la política camuflado y se transida de una idea a la otra con el aplauso de los medios que facilitan el cambio de vestuario de los tránsfugas, el kirchnerismo y su hipocresía transversal heredarán la Tierra.