Por: Walter Habiague
Cuando los espacios de los dirigentes son ocupados por compatriotas envilecidos o derrotados, la vida de una sociedad pierde su sentido heroico. Y sin heroísmo, ganan los “yuyetas”, los engreídos figurones, los delatores, los ortivas.
La dirigencia está en pleno renuncia a su deber de proveer la sustancia vital para que la comunidad se encienda con el alma electrizada: el esfuerzo. La vida misma es despreciada. En una sociedad abandonada y sin dirigencia el sentido heroico de la vida es sustituido por la cobardía del egoísmo. La imagen propia, el individualismo y la insustancialidad del propio interés sustituyen a la idea como móvil político.
Por eso el oficialismo nacional se permite el lujo de la indiferencia y la arrogancia, mientras la oposición se refugia en un formalismo indigno. Porque no habiendo héroes que los dejen en offside, unos y otros promueven la sobreactuación mediática y paralizan la verdadera discusión política.
De un lado, la mentira. Del otro, el pudor republicano escandalizado y flácido. La figuración, la delación y la prepotencia ocupan los lugares antes reservados a la idea, la hombría y la templanza.
Cuando desde la dirigencia se intima al pueblo para salir a la calle a marchar en defensa de un principio y en el mismo instante en que el pueblo marcha y pone el cuerpo los dirigentes convocantes dejan birlar ese principio por un prurito formalista, se pisotea el sentido heroico de la vida.
Mientras tanto, el pueblo mira el ejemplo de arriba, aprende a desanimarse y se encierra. Así se destruye una nación.
Nuestra dirigencia debería recordar aquello de “con la cabeza de los dirigentes” y al menos por astucia ser capaces de ponerse al frente de acciones que, como mínimo, igualen en dignidad a las que le exige al pueblo.
El poder del oficialismo se ha convertido en un soborno y la oposición en una zona de confort. Entre tanto, los medios funcionan como altoparlantes de delaciones.
La vida tiene un sentido heroico, pero no suspiremos demasiado. Nos convendría empezar por reflexionar al votar, otorgándole la carga pública al dirigente que al menos haya mostrado el coraje de querer ser valiente.