Cuando los espacios de los dirigentes son ocupados por compatriotas envilecidos o derrotados, la vida de una sociedad pierde su sentido heroico. Y sin heroísmo, ganan los “yuyetas”, los engreídos figurones, los delatores, los ortivas.
La dirigencia está en pleno renuncia a su deber de proveer la sustancia vital para que la comunidad se encienda con el alma electrizada: el esfuerzo. La vida misma es despreciada. En una sociedad abandonada y sin dirigencia el sentido heroico de la vida es sustituido por la cobardía del egoísmo. La imagen propia, el individualismo y la insustancialidad del propio interés sustituyen a la idea como móvil político.
Por eso el oficialismo nacional se permite el lujo de la indiferencia y la arrogancia, mientras la oposición se refugia en un formalismo indigno. Porque no habiendo héroes que los dejen en offside, unos y otros promueven la sobreactuación mediática y paralizan la verdadera discusión política. Continuar leyendo