Nisman, una muerte que nada cambió

La muerte del fiscal Alberto Nisman, luego de denunciar a la presidenta Cristina Fernández de presunto encubrimiento de los iraníes sospechados de haber llevado a cabo el atentado contra la AMIA en 1994, no cambió nada, no resultó un punto de inflexión y no generó un antes y un después en la realidad argentina. Ni siquiera influyó, al parecer, en la campaña electoral.

A casi tres meses del fallecimiento del funcionario judicial, no sólo se desconoce si se trató de un suicidio o de un asesinato, sino que la denuncia que realizara sobre el Gobierno nacional está a punto de desvanecerse y sólo queda la pelea entre su ex esposa, la jueza Sandra Arroyo Salgado y la fiscal Viviana Fein, las fotos de Nisman “de la noche porteña” y un oscuro personaje como Diego Lagomarsino.

El super fiscal nombrado por Néstor Kirchner en el 2004 con la venia de la comunidad judía local e internacional, para llevar adelante las investigaciones por la causa AMIA tenía contacto directo con la embajada norteamericana y, por ende con el gobierno de los Estados Unidos y la CIA; las entidades judías, o sea con el gobierno de Israel y el Mossad; la ex SIDE a través del agente que dispuso en su momento Kirchner para que lo “ayudara” en su investigación, Antonio Stiuso.

Ese Nisman, simplemente, con todos esos “contactos”, un día denunció a la máxima autoridad del gobierno nacional bajo el conocimiento, obviamente, de EE.UU y la CIA; Israel, las entidades judías y el Mossad; de la Side y Stiusso; y probablemente del propio gobierno nacional. Esa denuncia, sobre la que todos estaban al tanto y nadie hizo nada para detenerlo si es que era tan pobre y vacía de argumento como se dedujo luego, fue presentada judicial y mediáticamente, provocando un terremoto político el 14 de enero.

Cinco días después, este  super fiscal, el del paraguas de contactos políticos y de inteligencia del más alto nivel mundial, simplemente aparecía muerto. Un suicidio sospechoso, mas cerca de un “asesinato” mafioso, según se ocuparon de plantearlo la presidenta Cristina Fernández, los medios locales e internacionales y, ahora, la ex esposa que comanda la querella por parte de las hijas y la madre de Nisman. ¿Y los contactos tan relevantes que tenía?¿Ninguno de ellos sabe cómo murió?¿Ninguno de ellos supo brindarle seguridad? Y la denuncia, de la que todos estaban la tanto, ¿tan ligeramente dejaron que la presente y tan ligeramente esos “contactos” dejaron que se desvaneciera, y ninguno la defiende?

Muchas preguntas. Ninguna respuesta.

Pero lo que es mas llamativo, quizás mas para un análisis sociológico que para un artículo periodístico, es que la muerte de Nisman, mas allá de quién era el fiscal y qué había hecho por la causa AMIA, allá por el verano parecía que iba a constituirse post mortem en el pilar de una nueva Argentina, en un punto de inflexión en lo que respecta a la Justicia, los valores, las instituciones de la República y la democracia. No ha servido para nada.

Ni siquiera el caso Nisman alcanzó a incidir en la campaña electoral, ya sea a favor de la oposición o del kirchnerismo, según la óptica de quien lo analice. Con un escenario político polarizado entre el postulante oficialista Daniel Scioli y el opositor Mauricio Macri, con un Sergio Massa en un peldaño mas abajo, ninguno de los tres candidatos capitaliza o se ve afectado por el caso Nisman.

La marcha del 18F, la multitudinaria manifestación civil por el esclarecimiento de la muerte de Nisman, bajo la lluvia y dejando la foto de miles de paraguas que caminaban hacia la Plaza de Mayo, llegó a ser comparada por algunos sectores minúsculos con la Revolución de Mayo o una suerte de Cabildo Abierto. Un mes y medio después, podríamos decir que fue un dato de color. Poco más.

¿Estamos tan mal como sociedad o como país, en cuanto a valores, instituciones, derechos, que en nada ha incidido el supuesto asesinato de un fiscal de la Nación?

Cuando ocurrió la tragedia de Cromañón, el 30 de diciembre de 2004, no sólo le costó el puesto al jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra, sino que cambiaron las reglas y exigencias para el funcionamiento de los locales bailables y de recitales. Nada, obviamente, a la hora de recordar las 194 muertes, los 1400 heridos y las múltiples responsabilidades. Pero hubo un saldo como consecuencia del reclamo social y mediático.

Cuando ocurrió el asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas, el 25 de enero de 1997, se suicidó el empresario Alfredo Yabrán, presuntamente implicado en el homicidio. En tanto los integrantes de la banda “Los Horneros” fueron condenados, Horacio Braga, José Auge, Sergio González y Héctor Retana, así como Gregorio Ríos, jefe de la custodia de Yabrán, y los policías Sergio Camaratt, Aníbal Luna y Gustavo Prellezo. Producto de un reclamo social y mediático.

¿Cuál es el saldo por la muerte de Nisman? Todavía es largo el camino judicial. Pero tal como está planteado, probablemente la sensación sea “aquí no ha pasado nada”, mas allá del reclamo social y mediático, que llegó a su techo y desciende cada día.

Una oportunidad perdida

Cristina Fernández dejó pasar la oportunidad de mostrarse como una estadista que deja el poder luego de 12 años de gobierno kirchnerista y que, conocedora de la Realpolitik argentina, se ubica por sobre los problemas y conflictos banales, pensando en la historia grande del país.

La Presidenta hizo perder casi cuatro horas de tiempo a 40 millones de argentinos que hubieran preferido admitir, al menos gran parte de ellos, que su último discurso ante la Asamblea Legislativa fue convocante, con la mirada hacia el futuro, y llamando a la unidad, aunque tardía, de todos los argentinos.

Muy por el contrario, la mandataria ensayó un discurso que, salvo por la extensión, no se diferenció en nada de las habituales cadenas nacionales donde ensaya un autoelogio de su gestión, critica a la oposición y a todo el que piense distinto y luego envía un proyecto de ley para que la mayoría automática que ostenta en el Parlamento lo apruebe, creyendo que con eso logra acallar los reclamos de un sector mayoritario de la sociedad.

El discurso presidencial en el Congreso careció de iniciativas que busquen disminuir, al menos en apariencia, la “grieta” que el kirchnerismo trazó en la última década o las carencias que no pudo resolver la actual gestión. Sólo se limitó a proponer la estatización de los ferrocarriles, como si el buen o mal funcionamiento de los trenes, que en el 2012 provocaron la tragedia de Once con 51 muertes, dependiera del manejo estatal o privado. Como si el único tema pendiente de la era K fuera el funcionamiento de los trenes.

¿No habrá considerado siquiera, como deuda pendiente la Presidenta, la inseguridad, la inflación, la lucha contra el narcotráfico o la corrupción? ¿Es posible que Cristina Fernández no haya mencionado ninguna de esas palabras en tres horas 40 minutos de exposición?

El mensaje de despedida de la Presidenta, del Congreso Nacional, fue la impronta que deja el gobierno kirchnerista en su paso por el poder: la confrontación.

Comenzó su exposición criticando a los opositores por lo que consideró un apoyo interno a los fondos buitre; le enrostró el desendeudamiento y lo “poco” que va a tener que pagar el próximo Gobierno en materia de deuda pública sin mencionar los subsidios y el atraso tarifario que deja como herencia. Ironizó con el “partido judicial”, cuando fue el kirchnerismo quien designó a más de la mitad de los jueces nacionales. Y cuando se había animado a “interactuar”, eso sí con chicanas, nunca con una expresión de respeto, con los opositores del PRO, por el respaldo de Mauricio Macri a las “banderas” del Justicialismo, la Presidenta estalló.

Los carteles en la banca de tres diputados de la oposición –Claudio Lozano, Brenda Arenas y Omar Barchetta- que encolerizaron a Cristina Fernández no decían “El gobierno mató a Nisman”, ni “Cristina encubridora” o “Kirchnerismo=impunidad”. Los carteles solo decían “AMIA: apertura de los archivos” y “AMIA: Comisión investigadora”. Por eso, es incomprensible el enojo con el Poder Judicial que, hasta hace poco tiempo, era un aliado del gobierno nacional, que exculpó al kirchnerismo de varias causas por corrupción e enriquecimiento ilícito.

Mas aún. Si no hubiera sido por esos carteles, la Presidenta no se habría referido a la muerte del ex fiscal Alberto Nisman ni a la denuncia en su contra por el caso AMIA. Ni siquiera tuvo el buen tino, como sí lo hizo el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, de proponer un minuto de silencio por la muerte del fiscal en el juicio a las Juntas Militares Julio César Strassera.

Muy por el contrario, quizás en un fallido que muestra la imagen que ve frente a su espejo, Cristina Fernández se comparó con Evita al señalar que ni siquiera “la abanderada de los humildes” logró, casi 70 años atrás, otorgarles los derechos que ella sí había conseguido a las personas que realizan tareas de limpieza en los hogares.

El discurso de la Presidenta careció de la visión de un estadista y derramó un lenguaje mediocre, de barricada, que poco tiene que ver con las obligaciones institucionales, republicanas, de un Jefe de Estado, mas allá de las ambiciones de la oposición.

“No somos idiotas, señores”, les dijo a los presentes, cuando afirmó que el Gobierno no tomaría ninguna medida que atente contra el empleo; “¡Hay que ser estúpidos”, exclamó, cuando rechazó las críticas al acuerdo de cooperación e inversión firmado con China; “Solo faltó que dijeran que nos iban a violar a todos”, bramó, al rechazar los vaticinios que auguraban un mal fin de año en el 2014. ¿Este es el lenguaje de una Presidenta que deja el poder e intenta seducir a todos los argentinos?¿Son estas las expresiones de un jefe de Estado que busca dar una imagen componedora y de consenso?¿Es un discurso propio de un líder político que quiere atraer a los votantes para que en octubre se pronuncien por el candidato de su espacio y le permita a su partido continuar en el poder? Nada de eso.

Cristina Kirchner se dirigió al Congreso Nacional y a los argentinos que siguieron su discurso como si se tratara de una charla que no le interesaba dar, cómo si a nadie quisiera convencer, ni atraer, ni seducir.  Poco favor le hizo a quienes aspiran a sucederla por el Frente para la Victoria, Daniel Scioli, Florencio Randazzo o Aníbal Fernández, que siguieron las alternativas de la tertulia que ofreció la Presidenta.

Ni anuncios, ni políticas de Estado, ni gestos, ni mas diálogo, ni consenso, ni convocatoria. El último discurso de Cristina Fernández de Kirchner resultó ser para el olvido, que tal vez pase a la historia no por lo que sentenció, sino por lo que no dijo.

La esperanza amarilla

Mauricio Macri se ha convertido en la sorpresa política de las últimas horas al pasar, por primera vez desde el inicio temprano de la campaña pre-electoral, al primer lugar de preferencias de los votantes de acuerdo a dos sondeos de las encuestadoras mas serias que quedan en el mercado.

Tanto las consultoras Managment & Fit como Poliarquía han coincidido, con diferencias en los guarismos, en que Macri se ha posicionado respecto de los otros dos dirigentes peronistas en el primer lugar de las preferencia de los votantes, llevando alarma a los bunkers de Scioli y de Massa. Mientras M & F otorga un rango de Macri 28, Scioli 24 y Massa 19, Poliarquía acorta las ventajas entre uno y otro pero mantiene el mismo orden.

El caso Nisman, tanto la denuncia del fiscal contra la presidenta Cristina Fernández como su muerte, claramente fue capitalizado por el líder del PRO ante el oficialismo y ante Massa, su inmediato contrincante.

¿Qué significa esto? En primer lugar, las distancias entre los candidatos siguen siendo mínimas y pueden revertirse de aquí a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) que se celebrarán en agosto. Pero el efecto de la “pole position” de Macri por primera vez puede aumentar los márgenes.

El ecuatoriano asesor del PRO, Jaime Durán Barba, parece no haberse equivocado cuando le recomendó al jefe de Gobierno porteño que focalizara su discurso en una alternativa, no solo al gobierno de los Kirchner sino al peronismo. Por eso, Macri se cansó de denunciar que el peronismo ya tuvo muchas décadas en el poder e hizo las cosas mal, que es necesario un cambio de rostros, darle la oportunidad a otros.

¿Estará dispuesto a votar el electorado nacional por un cambio?¿O se impondrá finalmente el voto conservador argentino, de cambiar pero no mucho?¿Qué pasará con el voto peronista, hoy dividido entre oficialistas y opositores?

Los distintos sondeos podrían terminan polarizando las elecciones entre Macri y Scioli. Ocurre que Massa, competidor directo del referente del PRO por el liderazgo opositor, tiene la desventaja del armado territorial que no le permite consolidar su imagen en algunos distritos claves y, en esa disputa, Macri mantiene una leve ventaja.

Los sondeos de opinión no llegaron a contemplar el efecto que puede causar, sobre todo en la provincia de Santa Fe, uno de los cuatro principales distritos electorales del país, la flamante incorporación al proyecto “Macri 2015” de Carlos “el Lole” Reutemann.

Reutemann aún tiene ascendente en tierra santafesina y en el electorado peronista y agropecuario. Su respaldo a Macri no sólo implica casi un cheque en blanco para que Miguel del Sel sea el próximo gobernador de Santa Fe de la mano del PRO y secundado por un dirigente radical; también aportará votos a nivel nacional ya que seguro formará parte de la boleta “Macri Presidente, Reutemann senador nacional”. El “Lole” era un dirigente que Massa quería, incluso, como su compañero de fórmula.

Pero el efecto Macri podría ser similar al de una bola de nieve. En Mendoza irá en alianza con el radical Alfredo Cornejo, en un acuerdo que selló el actual titular de la UCR Nacional, Ernesto Sanz. En Córdoba establecerá una alianza con Luis Juez y un sector del radicalismo encabezado por Oscar Aguad para que, junto al macrista Héctor Baldassi, intente arrebatarle la gobernación al candidato de José Manuel de la Sota o generar una ola macrista en esa provincia.

En Capital Federal, el triunfo del PRO es prácticamente inobjetable, aunque la duda es si el sucesor será del riñón del macrismo, con Horacio Rodríguez Larreta o si finalmente Gabriela Michetti impondrá la fuerza de los votos. Mientras que en la provincia de Buenos Aires, la principal deficiencia del macrismo, la idea sería mantener a María Eugenia Vidal pero sustentada en la imagen que Macri tiene en territorio bonaerense.

A la luz de los últimos movimientos, el crecimiento de Macri podría llegar a forzar dos situaciones: a) que el radicalismo finalmente se incline por una alianza con el PRO, al igual que ya lo selló Elisa Carrió o bien que otorgue libertad de acción y, quizás, pueda conformar una fórmula presidencial con algún dirigente de peso del partido centenario como Ernesto Sanz; b) Que Scioli comience a diseñar una estrategia para, en caso de ir a un balotaje con Macri, captar el voto peronista, desmarcándose, una vez que gane las internas del Frente para la Victoria, del kirchnerismo de paladar negro.

Scioli tiene todavía una carta importante, que es el peronismo y su estructura nacional, siempre y cuando logre hilvanar el ala kirchnerista con el peronismo ortodoxo, en gran parte antikirchnerista, pero que, pragmático, irá detrás de quien tenga chances de llegar al poder y mantener su status quo.

De consolidarse la tendencia marcada por las últimas encuestas, será necesario seguir de cerca los pasos tanto de Massa como del resto del Frente Amplio Unen (Pino Solanas, Hermes Binner, Margarita Stolbizer) porque en sus movimientos podrían residir el  crecimiento o no del jefe de gobierno porteño como “el candidato opositor” en las instancias decisivas de las elecciones.

¿La esperanza amarilla o la ola naranja? Hacia ese callejón parece encaminarse, sólo por ahora, la alternativa electoral.

El error de redoblar la apuesta

“Cristina va a redoblar la apuesta siempre, es una cuestión ideológica del kirchnerismo”, admitió, rendido, un dirigente peronista, cerrando la puerta a cualquier gesto componedor de la Presidenta en relación al caso Nisman y a la “Marcha del silencio” que se realizará el próximo miércoles.

El gobierno K se ha caracterizado, eso sí de manera coherente, en ir siempre adelante, al choque, lo que ha generado como muy pocas veces en la historia argentina la división de los argentinos. Pero no se trata de una simple diferenciación. Hay sectores kirchneristas y antikirchneristas que, literalmente, infunden el odio hacia el otro.

¿Quiénes no adscriben al fundamentalismo pro o anti, serán la mayoría? Sería saludable para el futuro inmediato.

Con su errática estrategia comunicacional y política, el Gobierno nacional ha logrado dos cosas claves para que la muerte del fiscal Alberto Nisman se haya convertido en el golpe mas duro que haya recibido la Casa Rosada desde el 2003 a la actualidad, solo equiparable al atentado de la AMIA o el crimen de José Luis Cabezas del menemismo o a la muerte de Kostecky y Santillán del duhaldismo: a) que la sociedad en su conjunto no crea en la teoría del suicidio, y b) que un amplio segmento de la ciudadanía tenga pensado marchar el 18F en distintos puntos del país.

Si Cristina Fernández y su gabinete se hubieran puesto a la cabeza del esclarecimiento de la muerte de Nisman, yendo “hasta las últimas consecuencias”, no hubiera tenido lugar el escándalo.

Cuando el 1 de abril Juan Carlos Blumberg –padre del joven secuestrado y luego asesinado, Axel- reunió a unas 150 mil personas en el Congreso, clamando por seguridad, rápido de reflejos, el entonces presidente Néstor Kirchner encargo a su ministro de Justicia y Seguridad, Gustavo Béliz, un Plan contra el delito. Los diputados y senadores del Frente para la Victoria recibieron las propuestas de Blumberg en el Congreso con los brazos abiertos y el Gobierno hasta ayudó a financiar la fundación del padre de Axel.

Pronto todo quedó en la nada. Con la ayuda del oficialismo, los reclamos de Blumberg se fueron desdibujando y el ministro Beliz fue echado, por confrontar con un tal Antonio Stiusso, de la SIDE.

Sin embargo, la administración de Cristina Fernández optó por seguir otro camino. Especuló con el suicidio y el asesinato después, buscando chivos expiatorios en Diego Lagormarsino o en el propio agente Stiuso, y pronto quedó al descubierto su estrategia de poco vuelo.

Sumado a las discusiones y desmentidas con la fiscal a cargo de la investigación, así como las dilatadas y poco efectivas pericias que pusieron a la luz el precario nivel de los equipos de investigación con los que cuenta la Argentina, provocaron el descreimiento generalizado.

En ese traspié permanente de “redoblar la apuesta”, buscando un “enemigo”, el Gobierno empezó con el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, rompiendo un diario Clarín en plena conferencia de prensa, y terminó acusando a través del secretario General de la Presidencia, Aníbal Fernández, de “narcos” a algunos organizadores de la marcha del silencio. ¿Se pueden cometer tantos errores? ¿O en realidad la Presidente, que fogonea todas esas reacciones, está interesada que la movilización del miércoles sea masiva?

De lo contrario, es poco entendible que hable como lo hizo el miércoles pasado, de “nosotros” y “ellos”, alimentando la denominada “grieta”. “Nosotros”, el amor a la patria; “ellos”, el odio. Inconcebible para alguien que se hace anunciar como “la Presidenta de los 40 millones de argentinos”.

El peronismo, que provocó una revolución en la Argentina con la irrupción de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, mas allá de la aprobación o reprobación de sus políticas dirigidas al sector mas vulnerable de la sociedad, fue víctima precisamente de esa discriminación por parte de las clases conservadoras dominantes.

“La chusma”, los “cabecitas negras” era “ellos” en 1945. Hoy, en 2015, “ellos” son los que odian, no están conformes y marchan.

Paradójicamente, un gobierno que se tilda como “el más peronista” y que incluso llegó a establecer una inverosímil competencia de la figura de Néstor Kirchner con la de Perón, utiliza hoy los mismos recursos discriminatorios que la oligarquía argentina de los 40, que luego fue etiquetada como “gorilas”.

La pésima estrategia gubernamental ha empezado a inquietar al Peronismo –no al kirchnerismo- de cara a la inminente campaña electoral. El discurso confrontativo de la Presidente aleja a los candidatos peronistas del electorado. Por eso no fue casual que días atrás, un gobernador tan oficialista como el tucumano Jorge Alperovich saliera a reconocer el derecho de la gente de movilizarse por el esclarecimiento del caso Nisman.

“Este fue el último gesto de amor”, lanzó un gobernador peronista el 22 de enero pasado, cuando el PJ Nacional se reunió ara denunciar un complot contra la Presidente con la muerte de Nisman. No sería extraño que, tal como ocurrió en la historia reciente del peronismo, algunos dirigentes comiencen a tomar distancia de un Gobierno con tiempo de descuento y cuyo poder comienza a escurrirse como un puñado de arena en las manos.