Cristina Fernández y el Peronismo ortodoxo iniciaron una disputa sin retorno, que pone en vilo las chances del candidato del Frente para la Victoria en las elecciones presidenciales de este año.
Tal como ocurrió cuando los Kirchner llegaron al poder y se consolidaron en el liderazgo del PJ allá por el 2005, sacándose de encima a su padrino, Eduardo Duhalde, el Gobierno pretende ahora imponer las listas de candidatos a legisladores provinciales, senadores y diputados nacionales, así como gobernador y fórmula presidencial.
Suena coherente con la etapa kirchnerista pero lo que cambió es que se trata de una presidenta que tiene los días contados, que se va del poder. Esto significa, leído en clave peronista, que su palabra y su decisión ya no tiene el mismo peso, sobre todo para decidir sobre cuestiones que hacen al futuro de intendentes y gobernadores.
“El peronismo es como un depredador, cuando olfatea sangre, va por la presa”, razona un histórico dirigente justicialista que sirvió al menemismo, al duhaldismo y al kirchnerismo. El hombre no aclara, porque es intrínseco a la lógica pejotista, que la presa puede ser un “compañero” o “compañera” cuyo liderazgo se acaba y es necesario reemplazarlo. Como Hizo Néstor Kirchner con Duhalde. Duhalde lo puso en la Presidencia y después Kirchner lo desalojó del sillón de líder justicialista.
Echar al histórico operador peronista, cercano a Daniel Scioli, Juan Carlos “Chueco” Mazzón, es un mensaje de la Presidenta al Peronismo: acá las listas las decido yo e irán en su mayoría los dirigentes de La Cámpora.
La jugada que Cristina quiere ejecutar para que el kirchnerismo no se diluya en un “ismo” más y termine, como paso con el menemismo y el duhaldismo, absorbido por el PJ, es dejar después de diciembre de 2015 un núcleo duro K en el Congreso Nacional y en las Legislaturas provinciales. Como una bomba de tiempo, programada para que estalle el 11 de diciembre de 2015.
En el terreno de los interrogantes flota la hipótesis de si la Presidenta pretende convertirse en la Jefa de la oposición, lo cual sería a prima facie sospechoso porque para serlo necesita que el Peronismo, el candidato del Frente para la Victoria, pierda en las elecciones de octubre. De lo contrario, el peronismo tendrá como nuevo líder a Scioli, porque el Presidente, quien ostenta la lapicera y ejecuta el presupuesto nacional, manda.
Es entendible que Cristina no designe a su “heredero”, porque como ya lo ha escrito el mexicano Carlos Fuentes en el libro “La silla del Aguila”, el poder se le escurriría en segundos, como arena entre las manos. Pero también es entendible que la incertidumbre que genera la posibilidad que elija a un candidato que no sea el que mejor mide –Daniel Scioli- moleste a la dirigencia peronista que pretende, lógico, seguir conservando intendencias y provincias. Por eso, no puede estirar mucho tiempo mas la definición.
La ventaja que ostenta el cristinismo es que Scioli no es un líder político nato, que se presente como tal y que capitalice su imagen, presione, se rebele, para obtener lo único que ansía: ser el candidato del peronismo y luego Presidente. Con su laissez affaire, el gobernador bonaerense permite que, a nueves meses de dejar el poder, los tiempos los maneje Cristina. Pero cuidado, cualquier decisión de la Casa Rosada que vaya en contra de su obsesión presidencial, podría llevarlo a romper lanzas.
Si la Presidenta decide sus predilecciones político-electorales a último momento, será una prueba fiel de que pretende una derrota oficialista, que gane Mauricio Macri, para luego volver ella o permitir que un verdadero kirchnerista aterrice la Casa Rosada.
Parece alocado, no extraño a la estrategia K sobre la política. Néstor Kirchner planificaba a largo plazo y cuando allá por el 2003, apenas arribado al poder, se hablaba de la alternancia presidencial Néstor-Cristina-Néstor, parecía una locura. Y terminó ocurriendo así, aunque el periodo 2011-2015 era el turno del santacruceño, que truncó su muerte, entonces Ella debió tomar la posta.