Los límites del multiculturalismo

El atentado a la revista Charlie Hebdo ha puesto en relieve algunos de los límites del multiculturalismo que hoy es, en general, el paradigma que gobierna la política interior de la mayoría de los países de Occidente. Esta visión enfocada en la diversidad busca reconocer la complejidad de las sociedad modernas donde no todos los ciudadanos pertenecen a una misma etnia o cultura, llegando en algunos casos a tener una población inferior al 50% perteneciente a la etnia “oficial”.

El multiculturalismo se ha visto en jaque por partida doble. En el frente interno el miedo producto de los atentados fortalece las posiciones xenófobas radicalizadas que buscan encontrar en el “diferente” un mal en sí mismo. Lamentablemente, en estos momentos de dolor la opinión pública es susceptible de ser manipulada en contra de los musulmanes, del Islam o de los árabes. Resulta triste pero necesario aclarar que los atentados son producto de un grupo de extremistas y no imputables a toda una religión.

Poder expresar ideas que ofendan a otros libremente es una conquista social, jurídica y cultural. Occidente ha librado una larga lucha contra la censura. Las bases del constitucionalismo republicano receptan la necesidad de poder expresar opiniones diferentes a fin de garantizar la libertad y el pleno ejercicio de la democracia. Eso incluye al derecho a ofender que, sin estar exento del deber de compensar al dañado, admite la posibilidad de que se realicen declaraciones sin tener que pedir permiso. Nuestra Constitución Nacional recepta esta idea en el artículo 14 que garantiza la libertad “de publicar sus ideas (…) sin censura previa”.

La historia está llena de casos de censura contra ideas que podían ofender. La obra “Lisístrata” de Aristófanes fue silenciada por promover un modelo de mujer “inapropiado” para su época y para la visión de varias personas en pleno Siglo XX. Poniendo un caso relacionado, es obligatorio recordar lo que le sucedió al escritor Salman Rushdie, quien fue perseguido y amenazado tras publicar su libro “Los versos satánicos”, produciendo que el ayatolá Jomeiní publicara una fatwa declarando que Rushdie debía ser asesinado por ofender a sus creencias sagradas.

Occidente es un complejo entramado de instituciones que permite contener una gran cantidad de contradicciones e ideas divergentes. El agravio, el exceso, el choque, son resueltos por nuestros sistemas normativos asignando “justicia” y evitando que la violencia escale a dimensiones privadas o al menos esa es su pretensión. A diario vemos que la pretensión de regular todo el conflicto resulta presuntuosa, la gente se mata por todo tipo de cuestiones pasionales y muchas discusiones terminan resolviéndose por “mano propia”. Cada uno de esos casos es una muestra de los límites de nuestra pretensión occidental de que las consecuencias de nuestros actos son conocidas o estimables. Y entonces llega ISIS a decir “no nos importa nada todo eso”, poniéndose por encima del entramado de confianza que nos da la paz cotidiana.

Hace poco el partido alemán liberal FDP postulaba en una publicación que su tarea era “reforzar la confianza del ser humano en sí mismo”. Y creo que es una de las definiciones más acertadas acerca de lo que entraña ser liberal: creer en el ser humano, en su capacidad y en sus elecciones. Eso nos lleva a comprometernos con la posibilidad de que cada individuo se desarrolle de la manera más plena posible en la búsqueda de su felicidad. Y creo que ante situaciones como esta es nuestro deber salir a reivindicar el derecho a expresar las ideas sin miedo y a dar la batalla contra todos aquellos que pretendan convertir el disenso en violencia. Las libertades que garantiza Occidente requiere, paradójicamente, su expansión o su blindaje. Hasta que logremos exitosamente alguna de las dos estamos expuestos a recibir golpes inesperados por nuestras ideas y declaraciones de parte de quienes operen por fuera de nuestras reglas de juego. Podemos elegir mirar para otro lado, pero tarde o temprano tendremos que atender al problema de los límites de Occidente.

¿Cuál será el saldo de estos atentados?

Para responder esta pregunta quisiera traer a colación algunas reflexiones vertidas en torno al caso Rushdie que podrían aplicarse con muy leves modificaciones al caso presente, esto decía un amigo del artista perseguido: “La fatwa creó un clima de terror y miedo. Los escritores tenían que pensarse dos veces lo que estaban haciendo. La libertad de expresión se convirtió de nuevo en un tema de debate cuando parecía algo ya totalmente superado. Los liberales tuvieron que dar un paso adelante para defender algo que por obvio y por supuesto ni se habían planteado con anterioridad. ¿Cómo les ha ido? Los ataques a Rushdie demostraron que las palabras pueden ser peligrosas. También demostraron que el pensamiento crítico es más importante que nunca, y que necesita ser protegido ante la blasfemia, la inmoralidad y el insulto. Pero la mayoría de la gente y de los escritores agachan la cabeza, prefieren tener una vida sin sobresaltos. No quieren una bomba en la puerta de su casa. Han sucumbido al terror”.

Más allá de las expresiones populares de repudio este tipo de hechos genera una consecuencia triste: la autocensura. El miedo sembrado en los corazones de quienes tienen una visión crítica genera nuevos costos psicológicos a la hora de expresar una idea. El terrorismo por este medio logra disciplinar a miles de personas matando a unos pocos. Nuestros mártires de la libertad deben ser honrados con el mayor homenaje de todos: no debemos tener miedo.

¿Liberales de izquierda?

El liberalismo es una corriente política tan rica y diversa que sus expresiones llegan incluso a contradecirse. Quisiera dedicar algunas líneas para responderle a Alberto Benegas Lynch (h) por su nota “Liberales de izquierda,” donde intenta dar cuenta de esta escuela de pensamiento y creo deja margen para algunas explicaciones adicionales.

“Al final, ¿qué es ser un liberal?” así se llama la nota de Mario Vargas Llosa que procura responder la pregunta afirmando, entre otras cosas, que “para los liberales no hay verdades reveladas. La verdad es, como estableció Karl Popper, siempre provisional, sólo válida mientras no surja otra que la califique o refute”. Sin entrar en el debate epistemológico que nos habilita Popper, quisiera hacer énfasis en la demanda de humildad que se nos exige por ser portavoces de esta escuela que se hizo grande dudando de los postulados absolutistas y mediante la búsqueda insistente de las luces con una finalidad clara: la búsqueda de la felicidad. Smith mismo planteaba que “ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si en ella la mayor parte de los miembros es pobre y desdichada”.

Rodolfo Alonso en Página/12 recuerda la afirmación de León Trotsky: “El liberalismo fue, en la historia de Occidente, un poderoso movimiento contra las autoridades divinas y humanas, y con el ardor de la lucha revolucionaria enriqueció a la vez la civilización material y la espiritual”. En síntesis: contrahegemónicos. Fuimos los impulsores de un marco de oportunidades para todos aquellos dispuestos a trabajar promoviendo el intercambio de ideas y la multiplicidad de perspectivas. Habíamos logrado soñar un sistema que creciese a partir de las diferencias.

La pretensión de las luces pronto se encontró con las pasiones humanas y los sistemas pensados para promover la diversidad se convirtieron en bastiones conservadores de oligarquías. No lograron adaptarse a tiempo a las demandas sociales y pusieron al liberalismo de espaldas a los ciudadanos protegiendo intereses sectoriales. Renegaron de la inclusión política y la seguridad y permitieron que el populismo ganase terreno levantando reclamos sociales mientras impulsaba modelos económicos ineficientes o autodestructivos. La miopía conservadora dio lugar a la emergencia de los demagogos.

Los costos que algunos pueden estimar como ineficiencia, otros consideramos que son las condiciones de posibilidad para la existencia de una democracia republicana y liberal sostenible en el tiempo. Todo sistema político posee costos de transacción asociados en función de la cantidad de personas que posean capacidad de veto o voto. Cuanto más atomizado esté el poder, será mayor la cantidad de personas que habrá que satisfacer para sostener determinado esquema normativo.

Considerar que las normas jurídicas se sustentan mediante algún mecanismo mágico ajeno a la voluntad popular o mayoritaria es una ilusión o un deseo. En una democracia, las reglas de juego se sustentan logrando el apoyo de la mayoría de los sufragantes o actores. Es el desafío de los liberales compatibilizar las ideas de la libertad con propuestas viables que permitan la transición hacia modelos cada vez más eficientes que garanticen el máximo de felicidad para las personas con la menor cantidad de fuerza posible.

Mario Vargas Llosa

Es cierto que la libertad es indivisible: la libertad económica sin libertad política es inviable y viceversa. Una sociedad que no le permita a sus ciudadanos elegir su propio camino a la felicidad e internalizar los beneficios de sus decisiones acertadas fomenta el statu quo. También es cierto que si no garantizamos las condiciones suficientes para que las personas puedan competir pronto nos quedaremos sin libertad. No es menor que algunos de los liberales más políticamente exitosos como Erhard en Alemania hayan apostado a pensar un modelo que compatibilizara el bienestar para todos con un esquema de incentivos basado en la competencia, la libertad de elegir y la búsqueda de la estabilidad sistémica. No reniego de que existe una tensión inevitable que vuelve inestable al sistema político y que siempre hay riesgos latentes, pero así es la política. Hay que construir y renovar los consensos diariamente.

Creo en el mote de liberal de izquierda como forma de diferenciarse de ese liberalismo que tiene todas las respuestas, dogmático, que puede tomar decisiones y juicios morales en abstracto. En una entrevista del filósofo Luis Diego Fernández a Guy Sorman, el autor francés plantea justamente que “el liberalismo es una visión experimental de la vida, es una filosofía que no pertenece a un partido político ni a un líder”. Casualmente plantea que “En el caso de la Argentina, trato de convencer a los jóvenes que dejen de leer a esos intelectuales liberales latinoamericanos bizarros y manipuladores. No sé de dónde viene eso, quizá de la influencia del catolicismo, de ahí viene el dogmatismo”.

Prosigue: “¿Cuál es el régimen político que ayuda a la prosperidad y felicidad de la gente? No es una aproximación doctrinal sino experimental, ver qué funciona y qué no funciona. No hay liberalismo doctrinario, no partimos de un libro sino de la realidad”.

Han cuestionado el rigor científico de esta escuela diciendo que no posee una autonomía sustancial respecto al liberalismo y que sólo enfatiza ciertos aspectos. Sin embargo, esos aspectos entiendo son suficientes para marcar una diferencia. La característica fundamental del liberalismo de izquierda es su posición crítica ante el pensamiento dogmático, la apertura a las verdades contradictorias que aparecen en la visión de Isaiah Berlin o del último Rawls. Le sumaría como característica adicional que piensa al poder y lo incluye en su análisis. Eso hace inevitable que se piense en la libertad positiva, en sus límites, su alcance y sus riesgos.

La libertad es inestable y conflictiva. Es una búsqueda constante que debemos emprender a diario en nuestro interior y que luego debemos llevar con la humildad de quien porta creencias y verdades parciales al debate político. Sin embargo, no debemos confundir humildad con vergüenza o temeridad, aspiremos a tener la mayor solidez posible para impulsar un sistema que conjugue felicidad, bienestar, perdurabilidad y libertad.

Desafío 2015: un acuerdo para unir a la oposición

(Escribo esta nota como ciudadano argentino y no como miembro de una agrupación política. Quiero leer sus opiniones al respecto.)

Tenemos una oportunidad como país. Cada tanto las cosas se alinean de forma tal que existe una posibilidad concreta para transformar la realidad. Hay suficientes personas comprometidas con una visión de país republicana como para compatibilizar las pretensiones de Libertad e Igualdad.

No niego que puedan existir distintos enfoques acerca de cómo resolver de mejor manera los problemas de desarrollo e inclusión. Pero creo francamente que podemos lograr un acuerdo con coincidencias básicas que recepte los trazos gruesos del eventual gobierno de la Unión: lucha anticorrupción y condena a los corruptos, desmantelamiento del aparato de propaganda gubernamental, rediseño del sistema impositivo, independencia judicial; todos puntos en los que podemos acordar más allá de las preferencias particulares con un objetivo común: refundar la República.

Veo personajes que anteponen sus intereses particulares o quizás genuinas inquietudes para entorpecer la posibilidad de constituir un frente republicano que incluya a Unión PRO, UNEN y cualquier otra expresión republicana frente al populismo en su vertiente kirchnerista clásica o el neokirchnerismo que implica la renovación de Massa.

En la décima carta contenida en “El Federalista”, aporta Madison en relación al riesgo de que el Gobierno revista tendencias facciosas: “Es muy cierto que si nuestra situación se revisa sin prejuicios, se encontrará  que algunas de las calamidades que nos abruman se consideran erróneamente como obra de nuestros gobiernos; pero se descubrirá al mismo tiempo que las demás causas son insuficientes para explicar, por sí solas, muchos de nuestros más graves infortunios y, especialmente, la actual desconfianza, cada vez más intensa, hacia los compromisos públicos, y la alarma respecto a los derechos privados, que resuenan de un extremo a otro del continente. Estos efectos se deben achacar, principalmente si no en su totalidad, a la inconstancia y la injusticia con que un espíritu faccioso ha corrompido nuestra administración pública”.

Tener la posibilidad de conformar un Gobierno Nacional que trascienda la visión cortoplacista de las facciones ya es motivo suficiente para pretender una Unión. Para lograrlo, debemos asentar las bases de convivencia y las reglas de juego que regirán en el futuro de nuestra Nación y la convivencia política en este proyecto fundacional.

Sumo un argumento utilitario al ético: podemos ganar sólo si nos unimos. Viendo una reciente encuesta de Poliarquía surge que los candidatos tienen la siguiente intención de voto: Massa 25%, Scioli 21%, Macri 16%, Binner 9%, Cobos 8%, Carrió 6%. Es decir, la oposición suma 39% y el pankirchnerismo suma 41%. Hay un gran margen para ganar.

La única forma de lograr una Unión de este tipo es acordando reglas de juego claras que nos permitan a todos, con tiempo, iniciar los esfuerzos necesarios por consagrar un Presidente que logre dar vuelta la página y armonizar las diferencias. Tengo mis dudas acerca de que las cúpulas tengan los incentivos para fomentar a tiempo un acuerdo de esta naturaleza tanto por presiones internas como externas. Por ende, convoco a que impulsemos un movimiento ciudadano que trascienda los partidos para reclamar la Unión que necesita nuestro país y construyamos juntos el futuro que nos merecemos.