Por: Yamil Santoro
El liberalismo es una corriente política tan rica y diversa que sus expresiones llegan incluso a contradecirse. Quisiera dedicar algunas líneas para responderle a Alberto Benegas Lynch (h) por su nota “Liberales de izquierda,” donde intenta dar cuenta de esta escuela de pensamiento y creo deja margen para algunas explicaciones adicionales.
“Al final, ¿qué es ser un liberal?” así se llama la nota de Mario Vargas Llosa que procura responder la pregunta afirmando, entre otras cosas, que “para los liberales no hay verdades reveladas. La verdad es, como estableció Karl Popper, siempre provisional, sólo válida mientras no surja otra que la califique o refute”. Sin entrar en el debate epistemológico que nos habilita Popper, quisiera hacer énfasis en la demanda de humildad que se nos exige por ser portavoces de esta escuela que se hizo grande dudando de los postulados absolutistas y mediante la búsqueda insistente de las luces con una finalidad clara: la búsqueda de la felicidad. Smith mismo planteaba que “ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si en ella la mayor parte de los miembros es pobre y desdichada”.
Rodolfo Alonso en Página/12 recuerda la afirmación de León Trotsky: “El liberalismo fue, en la historia de Occidente, un poderoso movimiento contra las autoridades divinas y humanas, y con el ardor de la lucha revolucionaria enriqueció a la vez la civilización material y la espiritual”. En síntesis: contrahegemónicos. Fuimos los impulsores de un marco de oportunidades para todos aquellos dispuestos a trabajar promoviendo el intercambio de ideas y la multiplicidad de perspectivas. Habíamos logrado soñar un sistema que creciese a partir de las diferencias.
La pretensión de las luces pronto se encontró con las pasiones humanas y los sistemas pensados para promover la diversidad se convirtieron en bastiones conservadores de oligarquías. No lograron adaptarse a tiempo a las demandas sociales y pusieron al liberalismo de espaldas a los ciudadanos protegiendo intereses sectoriales. Renegaron de la inclusión política y la seguridad y permitieron que el populismo ganase terreno levantando reclamos sociales mientras impulsaba modelos económicos ineficientes o autodestructivos. La miopía conservadora dio lugar a la emergencia de los demagogos.
Los costos que algunos pueden estimar como ineficiencia, otros consideramos que son las condiciones de posibilidad para la existencia de una democracia republicana y liberal sostenible en el tiempo. Todo sistema político posee costos de transacción asociados en función de la cantidad de personas que posean capacidad de veto o voto. Cuanto más atomizado esté el poder, será mayor la cantidad de personas que habrá que satisfacer para sostener determinado esquema normativo.
Considerar que las normas jurídicas se sustentan mediante algún mecanismo mágico ajeno a la voluntad popular o mayoritaria es una ilusión o un deseo. En una democracia, las reglas de juego se sustentan logrando el apoyo de la mayoría de los sufragantes o actores. Es el desafío de los liberales compatibilizar las ideas de la libertad con propuestas viables que permitan la transición hacia modelos cada vez más eficientes que garanticen el máximo de felicidad para las personas con la menor cantidad de fuerza posible.
Es cierto que la libertad es indivisible: la libertad económica sin libertad política es inviable y viceversa. Una sociedad que no le permita a sus ciudadanos elegir su propio camino a la felicidad e internalizar los beneficios de sus decisiones acertadas fomenta el statu quo. También es cierto que si no garantizamos las condiciones suficientes para que las personas puedan competir pronto nos quedaremos sin libertad. No es menor que algunos de los liberales más políticamente exitosos como Erhard en Alemania hayan apostado a pensar un modelo que compatibilizara el bienestar para todos con un esquema de incentivos basado en la competencia, la libertad de elegir y la búsqueda de la estabilidad sistémica. No reniego de que existe una tensión inevitable que vuelve inestable al sistema político y que siempre hay riesgos latentes, pero así es la política. Hay que construir y renovar los consensos diariamente.
Creo en el mote de liberal de izquierda como forma de diferenciarse de ese liberalismo que tiene todas las respuestas, dogmático, que puede tomar decisiones y juicios morales en abstracto. En una entrevista del filósofo Luis Diego Fernández a Guy Sorman, el autor francés plantea justamente que “el liberalismo es una visión experimental de la vida, es una filosofía que no pertenece a un partido político ni a un líder”. Casualmente plantea que “En el caso de la Argentina, trato de convencer a los jóvenes que dejen de leer a esos intelectuales liberales latinoamericanos bizarros y manipuladores. No sé de dónde viene eso, quizá de la influencia del catolicismo, de ahí viene el dogmatismo”.
Prosigue: “¿Cuál es el régimen político que ayuda a la prosperidad y felicidad de la gente? No es una aproximación doctrinal sino experimental, ver qué funciona y qué no funciona. No hay liberalismo doctrinario, no partimos de un libro sino de la realidad”.
Han cuestionado el rigor científico de esta escuela diciendo que no posee una autonomía sustancial respecto al liberalismo y que sólo enfatiza ciertos aspectos. Sin embargo, esos aspectos entiendo son suficientes para marcar una diferencia. La característica fundamental del liberalismo de izquierda es su posición crítica ante el pensamiento dogmático, la apertura a las verdades contradictorias que aparecen en la visión de Isaiah Berlin o del último Rawls. Le sumaría como característica adicional que piensa al poder y lo incluye en su análisis. Eso hace inevitable que se piense en la libertad positiva, en sus límites, su alcance y sus riesgos.
La libertad es inestable y conflictiva. Es una búsqueda constante que debemos emprender a diario en nuestro interior y que luego debemos llevar con la humildad de quien porta creencias y verdades parciales al debate político. Sin embargo, no debemos confundir humildad con vergüenza o temeridad, aspiremos a tener la mayor solidez posible para impulsar un sistema que conjugue felicidad, bienestar, perdurabilidad y libertad.