Por: Yamil Santoro
Soy uno de los cientos de miles que hoy tienen un título universitario gracias al sacrificio de millones de argentinos que, con sus impuestos, permitieron que pudiera estudiar. También hoy estoy recibido gracias al esfuerzo de miles de profesores que donaron (y donan) sus horas de clase. A pesar del sacrificio de tantos, veo que actualmente unos pocos oportunistas se quieren colgar de la Universidad de Buenos Aires (UBA) para criticar al Gobierno de Mauricio Macri, al opacar con su miseria política un debate mucho más profundo y concreto: la UBA está en crisis hace años.
La UBA sufrió un serio proceso de desfinanciamiento durante la gestión kirchnerista. Si bien aumentó a nivel nacional el porcentaje del PBI que se invierte en educación superior, dicha distribución no fue uniforme, ni se rigió por criterios de eficiencia ni de necesidades reales. En la repartición, la UBA salió perdiendo. Así las cosas, en el 2008, la UBA recibió el equivalente a aproximadamente 50 pesos diarios por alumno: unas ocho veces menos que la Universidad de Avellaneda (455 pesos diarios) y unas seis veces menos que las universidades que se fueron creando desde el 2009 (301 pesos diarios). Esto surge de las partidas asignadas según la ley de presupuesto nacional nº 27.008, cruzándolo con la cantidad de alumnos por casa de estudios. La universidad más grande del país, bajo la gestión kirchnerista, recibió uno de los menores presupuestos por alumno.
De hecho, en términos reales, la UBA tuvo un achicamiento presupuestario entre el 2014 y el 2015. El aumento presupuestario fue del 29,6%, una disminución en torno al 10% si se tiene en cuenta que la inflación 2014 estuvo cerca del 40% anual. Nos vienen ajustando hace rato para beneficiar, en cambio, a universidades con pocos alumnos o recientemente estatizadas. A eso debe sumársele que ha pasado de representar un 31% del total del presupuesto universitario a estar en torno al 28 por ciento. La UBA perdió terreno frente a universidades más chicas bajo la gestión kirchnerista. Para coronar el desfinanciamiento kirchnerista, antes de irse, aprobaron el presupuesto 2016, que tenía previsto un aumento real del 0% (30% en términos nominales, similar a la inflación 2015).
Más del 53% de los docentes de la UBA trabajamos ad-honorem hace años. En parte esto se debe a fallas organizativas, dado que hay gente que cobra sin ir a dar clases y nos bloquea el acceso a quienes efectivamente trabajamos. De hecho, muchos buenos docentes se terminan yendo de la UBA porque no reciben un pago por su trabajo y si lo reciben, es una miseria. La docencia en la UBA es un sacerdocio y muchos lo hacemos por apostar genuinamente a la educación pública. Pero lejos está de ser una organización sostenida con fondos públicos. Esa es una mentira que tenemos que dejar de repetir, es una entidad de economía mixta que se sostiene en buena parte por el sacrificio de docentes que donan sus horas y alumnos que sufren las consecuencias de una mala administración o una insuficiencia de fondos, según el caso.
El problema fundamental en torno a la educación pública en Argentina es que los fondos no se distribuyen con criterios técnicos ni estratégicos. De hecho, el Congreso Nacional tuvo la deshonrosa irresponsabilidad de estatizar la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo sin que existiera ninguna razón técnica ni educativa para hacerlo. Son fondos que nos robaron a los docentes que trabajamos para sostener estructuras políticas. Un insulto para todos los que integramos la comunidad educativa. Varias universidades más fueron creadas sin el aval del Consejo Interuniversitario Nacional. Gastaron la plata sin pensar en la calidad educativa, no hubo planificación estratégica y a nadie le importó corregir injusticias: el clientelismo movió la mano de los funcionarios durante años y perdió la educación.
Hace años que la comunidad educativa advierte sobre los riesgos de este crecimiento irresponsable. Julieta Claverie, doctora en Educación e investigadora del Centro de Estudios de Estado y Sociedad, advirtió: “El tema es cómo se sostendrá ese financiamiento a largo plazo. No se está pensando la articulación del sistema en su conjunto; en el Conurbano algunas universidades se están ‘pisando’ entre sí”.
A nivel regional, la UBA tampoco sale favorecida. A valores de 2015, estaba recibiendo un aproximado de 5-6 dólares, muy por debajo de los 73 dólares diarios que maneja la Católica de Chile (que es privada), los 68 dólares diarios que tiene la de San Pablo o la Autónoma de México, que posee aproximadamente 15 dólares diarios, con la misma cantidad de alumnos. Y aun así mantenemos un muy buen nivel. ¿Por qué? Por los miles de héroes que donan sus horas y trabajan a pesar de todo, no por el vendaval de oportunistas que ahora salen a decir que la UBA tiene problemas porque aumentó la factura de luz.
Hay varias partidas presupuestarias que pueden optimizarse o deberían auditarse. Por ejemplo, tomando algunos números del presupuesto 2015, ¿son necesarios los 672 mil pesos de “subsidios de viajes a decanos”? ¿Y los 3.843.000 pesos de la gestión de relaciones internacionales? Sólo por poner un par de casos. ¿Saben cuánto representa la factura de luz en el presupuesto de la UBA? Se encuentra en torno al 1% del total. La Constitución Nacional consagra la autonomía universitaria, es decir, la UBA elige cómo administrar sus recursos.
Con base en todo lo anterior tenemos dos discusiones que dar: primero, dónde estamos invirtiendo; indudablemente la UBA ha perdido terreno en términos presupuestarios por una administración clientelar de la inversión educativa y se han desviado fondos para financiar universidades sin respaldo técnico, cuando existen muchas necesidades en algunas de las universidades existentes. Segundo, la UBA se maneja con escasa transparencia y sin un debido control. Sin ir más lejos, las páginas de esta universidad sobre datos presupuestarios no poseen información actualizada (la última resolución sobre presupuesto subida es del 2013 y la última auditoría publicada es del 2012).
La UBA está en crisis hace años. Funciona gracias al sacrificio de muchos y muy por debajo de todo su potencial. Quizás sea un buen momento para dar un debate serio sobre el papel de la UBA. Hay muchas injusticias por corregir, pero para empezar a cambiarlas debemos sacarnos las anteojeras del chiquitaje político-partidario y comprometernos con el tema de fondo: la educación pública.