Cómo define la tecnología a la política moderna

¿Por qué votamos lo que votamos? Simpatía, expectativas de estar mejor, algún gesto que nos sedujo… Generalmente los motivos que definen nuestra elección dependen más de alguna sensación que de fundamentos complejos o abstracciones.

En su libro “Homo Videns. La Sociedad Teledirigida”, Giovanni Sartori  explicaba hace años cómo la comunicación audiovisual -liderada en aquella época por la TV- generaba una primacía de la imagen por sobre las abstracciones, de lo visible sobre lo inteligible en la formación cultural de las personas. Esto, finalmente, empobrecía la calidad de los ciudadanos y de las instituciones políticas. Por otra parte, rescata Internet como un canal que fomenta el diálogo y la discusión, aunque también sirve para propagar contenido “televisivo” que le resulta más cómodo a los perezosos.

Es innegable que las telecomunicaciones han incrementado exponencialmente el potencial humano vinculando a personas talentosas a lo largo y ancho del mundo facilitando el intercambio de ideas. El “costo” de dicha conectividad es también tener a disposición una infinidad de herramientas maravillosas para el ocio. Además, la falta de jerarquización de la información que permiten las redes sociales facilitan la desinformación, la manipulación y en última instancia la simplificación del pensamiento.

Nos encontramos entonces con un desafío por partido doble. Por un lado, las abstracciones o ideas complejas van perdiendo terreno ante formas de pensamiento más “light” por lo que el mensaje debe simplificarse. Y por otra parte la política debe disputar terreno ante una industria del ocio que cada vez encuentra formas más creativas de “empujar” su contenido al consumidor.

El compromiso con la política también cambió. El “militante” se convirtió en “voluntario” que presta una porción reducida de su tiempo para realizar alguna contribución por el candidato que le cae en gracia aumentando la cantidad de personas involucradas. Probablemente el voluntario desconozca la plataforma política, las propuestas concretas de gobierno y aún así estará convencido de las virtudes de su candidato.

Lo anterior no es para amargarse. En líneas generales se debe a que ha mejorado la calidad de vida de las personas: se han generado mejores instrumentos para divertirse y el compromiso con la política ha disminuido su rendimiento por el costo de oportunidad que representa. Internet facilita la participación política aumentando la “productividad” del tiempo invertido, facilita la auditoría permitiendo acercar información sobre el gobierno de manera más eficiente y potencia la participación ciudadana, tal como pudo demostrarse con experiencias como la presentada por el Partido de la Red con su plataforma DemocracyOS.

Esta nueva forma de consumir política empodera a los publicitarios y vuelve menos relevante el contenido del político. En este contexto necesitan reunir menos características asociadas al arte de gobernar para ganar las elecciones. Asimismo, los nuevos medios de comunicación disminuyen las trabas para que el mensaje llegue a los destinatarios por lo que disminuye la importancia del “aparato” tradicional y abre la política a nuevos actores. Todo esto permite que nuevas personas que antes no tenían posibilidad de acceder a la política lo hagan, “democratizando” la oferta electoral.

Las nuevas tecnologías redefinen el escenario político, acarrean el riesgo de resultar menos exigentes para los candidatos transfiriendo buena parte de la responsabilidad de su éxito a sus equipos de comunicación y creativos. Esto puede ser una oportunidad para que aparezcan nuevos actores menos dependientes de “aparatos” y con una cercanía más genuina con las personas. Será responsabilidad de todos nosotros trabajar para garantizar que todos los candidatos lleguen rodeados de equipos con idoneidad técnica suficiente y que cumplan adecuadamente los roles para los cuales resulten electos. Los riesgos pueden disminuirse con controles y mecanismos institucionales suficientes, pero ese es motivo para otra nota.

Repensemos los errores militantes

Todos cometemos errores. A la hora de evaluar el comportamiento de los otros solemos perder de vista que pueden existir coincidencias desafortunadas, que alguien pudo interpretar algo diferente en algo que nos resulta claro o evidente, que anticipar tal o cual error era obvio. Ese margen tan importante que existe en toda situación para el error humano hemos ido perdiendo la capacidad de admitir la falibilidad ajena. Proyectamos en los otros un escrutinio infinitamente más exigente que el que vertemos sobre nosotros mismos. Nos hemos distanciado de la posibilidad de que el otro sea una persona como nosotros, falible. Hemos perdido la humildad, hemos perdido la comprensión.

Recientemente hemos asistido a un par de errores que motivaron esta reflexión, por un lado el flyer del kirchnerismo que copia un diseño y mensaje del nazismo alemán convocando a la marcha del sábado pasado, la destrucción de patrimonio de la humanidad por parte de miembros de Greenpeace y por el otro el flyer sobre prevención de enfermedades de transmisión sexual diseñado por los Jóvenes PRO de Córdoba que daba lugar a múltiples interpretaciones por la selección de una controvertida imagen.

En relación al flyer del kirchnerismo inspirado en el nazismo quiero creer que alguien puede tomar un diseño que le parece interesante sin prever que otros pueden considerar que la admiración va más allá del diseño. Si bien para aquellos que realizan una lectura reduccionista del proceso nacionalsocialista el asunto consistía en aniquilar judíos, hay múltiples cruces entre el populismo latinoamericano del SXXI y los gobiernos autoritarios del SXX (fascismo, falangismo, nazismo, etc.).

Ahora, cada uno de nosotros podrá considerar que el kirchnerismo tiene más o menos atributos autoritarios, que el método de construcción y acumulación de poder puede o no asemejarse a expresiones fascistoides, pero poca trascendencia tendría el error si no reflejara algunas similitudes latentes. En este caso un error de un diseñador (reitero que prefiero considerarlo un error y no una selección intencional) pone en relieve atributos de un espacio político con una clara tendencia autoritaria.

Pero sería una canallada, de la cual he participado, procurar sostener que el hecho de usar un diseño copiado de un volante nazi los convierte en eso. Sí creo que existen coincidencias poco felices como la polarización permanente de la sociedad entre “ellos” o “nosotros”, la destrucción del tejido social, la asunción de la representación del “pueblo” o la “patria” negando que otros puedan pensar distinto, el ataque al periodismo independiente, el uso del Estado para provecho partidario, el curro y los negociados económicos y políticos con las banderas de los Derechos Humanos,  la corrupción y la arbitrariedad en el manejo de la cosa pública, la partidización del Gobierno y las instituciones, el abuso de la publicidad gubernamental, entre otras tantas cosas que remiten a gobiernos autoritarios. La verdad es que, en ese contexto, tratar de achacarles una inclinación fascista por un flyer de morondanga sería una tontería. Y aun así, tristemente, resulta tanto más efectivo condenarlos por una pieza publicitaria que señalar el listado de abusos que han cometido durante esta década.

En torno al incidente del flyer cordobés aprovecho para compartir mi experiencia en primera persona. Sábado por la noche, estaba por entrar al cine y vi en mi Twitter un flyer que tenía una vagina. Me pareció osado para la línea que acostumbra manejar Unión PRO y tras ver que se trataba de una campaña que explicaba los riesgos de contagio y se entregaba el flyer junto con un preservativo tuitié que me parecía una campaña me había encantado y que el flyer me resultaba polémico.

Al salir del cine noté que mi Twitter tenía más actividad que lo normal y ahí fue que tras ver varias menciones me di cuenta que algo se había salido del control. En la pantalla del celular no llegaba a distinguirse que la vagina poseía un cierre y esa imagen había despertado la polémica. Al ver eso me di cuenta que se venía un maremoto y no pude más que lamentar haber sido parte de una cadena desafortunada de hechos.

Como libertario que soy jamás pensé que alguien podía interpretar que algo que yo compartiera podía promover la abstinencia sexual, resultó llamativo ver cómo mi individualidad era dejada de lado para dar lugar a una construcción montada sobre prejuicios estúpidos sin sustento fáctico. Pero a nadie le importaba la verdad, a nadie le importaba quién era yo o qué pensaba, a nadie le importaba que el flyer se entregaba con un forro, tampoco era importante que el reverso del flyer hablaba acerca de cómo tener relaciones sexuales seguras. No, nada de eso importaba. Se presentaba la posibilidad de apedrear a un grupo de personas desconocidas cuya finalidad fue generar conciencia y prevenir ETSs y así se procedió a lapidar a los militantes. Sentí bronca, impotencia, tristeza. Alguien había intentado un bien, eligiendo una imagen que admitía múltiples interpretaciones y en lugar de invitar a la reflexión se los atacó con una furia y un odio que me hizo entender que estamos enfermos, que hemos perdido la capacidad de escucha y la presunción de inocencia del otro.

En torno al tema de Greenpeace, para los que no están al tanto quisieron hacer unas fotos cerca de las líneas de Nazca y terminaron generando un daño ambiental irreversible. Creo que se trata de una ironía casi perversa del destino. A la institución ambientalista se la puede condenar por su irresponsabilidad a la hora de impulsar campañas sin suficiente evaluación de impacto o que sus intervenciones idealistas no poseen una visión global por lo que quizás terminan empobreciendo a la humanidad por trabar el desarrollo económico por mero fundamentalismo. Esos son debates que habrá que dar en cada caso, pero no podemos relativizar el trabajo y el esfuerzo que realizan. Condenarlos por una equivocación, más allá de las sanciones legales y económicas que deban pagar por el daño realizado, me parece irresponsable.

Empiezo a creer que uno de los grandes males de nuestra época es la ligereza con la que estamos manejando las discusiones políticas. Que hoy ocupen un eje central en el debate político personas como Redrado o Insaurralde por elegir compañeras que montaron su negocio entre sus piernas habla de la pobreza de nuestro enfoque como sociedad. Hemos dejado de lado la búsqueda de la verdad para movernos por un mundo de sensaciones ligeras, al paso. Donde la foto termina teniendo más peso que la historia, donde ni importa conocer la otra cara de la luna, donde un par de posteos en Facebook se recompensan mejor que horas de militancia al servicio de la gente.

Creo que es responsabilidad nuestra, como políticos, recuperar el valor de la militancia, de la participación activa, del debate con fundamentos, del respeto por el adversario, de la promoción de la diversidad, de la humildad en el trato con el otro y de la búsqueda permanente del bien común. Me temo que en algún lado del camino perdimos el rumbo y dejamos que el humo esconda el trabajo que miles de personas realizan a diario por construir un país mejor, en serio, con aciertos y errores.

Espero que mi generación sepa construir una mejor política que la que sufrimos durante estos últimos años

Aprovechar las oportunidades que ofrece la juventud

¿Qué se te viene a la mente al pensar en la juventud?

Yo la asocio con deseo, pasión, desborde. Representa esa etapa de la vida donde quebramos con la autoridad vertical impuesta por una familia o comunidad y nos atrevemos a andar por nosotros mismos. Hay una rebeldía necesaria que forma parte de conocerse a uno mismo y de distanciarse de lo heredado o lo dado para elegir con qué bloques construirse a si mismo.

Esta rebeldía inicial, tan necesaria para conocerse y para ser autor de uno mismo como un ensayo encierra dos posibles problemas: quedar encerrado en un bucle de anarquía eterna o vivir con el temor de desafiar las reglas, sacralizándolas y viviendo eternamente esclavizado. Jaime Barylko resaltaba la importancia de cuestionar las reglas pero que luego debíamos asumir el desafío de seleccionar con qué reglas habríamos de regirnos.

La juventud, entendida como esta etapa de flexibilidad, de replanteo y de duda si bien comienza con la emancipación de uno con sus padres bien puede extenderse por el resto de la vida como una sana posición crítica ante los acontecimientos. Esta posición juvenil durante el resto de la vida podría ser lo que solemos llamar librepensamiento. Podemos afirmar que durante un breve período en la vida todos tenemos una mayor propensión a ser librepensadores.

De chico pocas cosas me sacaban más de quicio que mi papá me dijera “cuando seas grande vas a entender” o a los profesores tratando de sancionarme por alguna arbitrariedad. Desde el primario me negaba a aceptar que las reglas valían “porque sí”. Hoy, varios años después sostengo una forma crítica de relacionarme con las cosas. Aunque debo admitir que el espíritu crítico y la política no suelen llevarse bien. Muchos de mis fracasos están vinculados a querer sostener esa singularidad más allá del límite de tolerancia de algún poder sancionador.

Hace relativamente poco tiempo acepté la invitación a sumarme a una estructura juvenil (la juventud de Unión PRO) y debo reconocer que contra mi escepticismo ofreció múltiples recompensas. Sirvió para conformar redes de amigos y contactos, desarrollar técnicas de liderazgo y management, crecer como persona e intercambiar ideas. Ahora, en perspectiva, entiendo la importancia que tienen los espacios de juventud para ayudar a desarrollar el potencial de los jóvenes. En política es común ver que se esgrima a la “antigüedad” como un valor para trabar el ascenso de los más jóvenes. Desplazando así cuestiones tanto o más importantes como el esfuerzo o la capacidad.

Como contracara, hay cierto fetichismo en los jóvenes que piensan que hay alguna virtud intrínseca en tener pocos años con el que estoy en desacuerdo, no posee valor por si mismo. Ser joven tiene valor en potencia, y ésta radica en la posibilidad de aprender del error y trabajar para mejorar lo hecho por las generaciones pasadas. Podemos ser instrumentos para construir un futuro mejor o anclas al progreso. Pero hay pocas cosas más peligrosas que pensar que nos merecemos algún trato preferencial por el mero hecho de tener pocos años.

A la posición rebelde de la juventud que replantea límites se le opone la versión que copia con liviandad e inexperiencia a “los adultos” con un estilo más “cool” o canchero. Esta obsecuencia contribuye a reforzar patrones de dominación mientras le otorga algunos beneficios a quienes se adecúan a las reglas impuestas por otros.

La juventud puede ser con su pasión y su espíritu crítico un motor de transformaciones fenomenales como lo fueron los estudiantes que llevaron adelante la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia llevando al fracasado partido comunista al final de su tiranía o la gloriosa juventud universitaria que en nuestro país llevó adelante la Reforma Universitaria de 1918 y cuyo espíritu quedó retratado en el Manifiesto Liminar que mediante la pluma de Deodoro Roca ilustró la lucha por la libertad de la juventud ante la esclavitud intelectual. Ambos ejemplos del poder transformador de la juventud.

Aprovechar las oportunidades que ofrece la juventud depende de todos nosotros. No sólo de “nosotros” los jóvenes, si no también de todos aquellos que día a día contribuyen a nuestra formación y desarrollo personal y profesional.

Nuevos problemas políticos

¿Cómo pueden pensarse políticas de “largo plazo” cuando la tecnología transformará radicalmente nuestra capacidad de dar respuesta a los problemas?

La política suele ir en dirección opuesta al futuro. La tecnología evoluciona a pasos agigantados y mucho de lo que está por venir cuestionará fuertemente nuestra manera de pensar los problemas y las soluciones. Mientras escuchaba la charla “el futuro del futuro” de Santiago Bilinkis comencé a imaginar los desafíos que enfrentan las instituciones políticas y los políticos en general.

La burocracia es un instrumento de gobierno que generalmente va a contramano de los avances tecnológicos. A pesar de las buenas intenciones de las autoridades de turno, la capacidad de respuesta de la administración pública es por definición lenta y no suele alejarse mucho de lo que ya viene haciendo. Con lo cual nos encontramos con que la estructura gubernamental tiene un esquema de toma de decisiones que suele ser lento e incrementalista mientras que la tecnología avanza con una vertiginosidad enorme y con una lógica exponencial.

A pesar de la inercia burocrática, las nuevas tecnologías presionan a los gobiernos para que abandonen prácticas oscurantistas. Fomentan la supervisión cívica de los actos de gobierno, la penetración del periodismo y achican el margen para la discrecionalidad. Logran afectar la calidad de la gestión de manera indirecta.

Vale destacar algunos esfuerzos que buscan captar o conocer los beneficios y desafíos que presenta el futuro. En esta línea, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires trajo en el marco del evento InnovatiBA a los investigadores de la universidad de la NASA, Singularity University, para que miles de empleados gubernamentales, académicos y vecinos puedan conocer algunas de las cosas que nos esperan.

Resulta imposible que las burocracias estén en condiciones de incorporar todos los beneficios que ofrecen los avances tecnológicos. Para poder hacerlo, debemos armar esquemas más flexibles donde se complemente la iniciativa pública con la privada. Por ejemplo, en Argentina impera el paradigma de financiar la oferta de los servicios públicos de salud y de educación. Si pasamos a financiar la demanda permitiremos que el Estado acompañe al progreso y que los fondos públicos se orienten a promover y premiar al progreso a la par de garantizar los beneficios de la Libertad.

El futuro se nos viene encima y corremos el riesgo de que aquel ente que procura garantizar el bien común, el gobierno, funcione más como una traba que como un promotor del progreso. Es responsabilidad de todos nosotros promover un Estado abierto a las oportunidades que nos ofrece el futuro. Podemos pelearnos con lo inevitable o tratar de surfear la ola desde temprano. Depende de nosotros.