¿Llegó el día D?

La de ayer ha sido una de esas jornadas que imaginamos de mil maneras, pero nunca como sucedió finalmente. Uno se prepara para una fecha en que pueda celebrar el fin, abrazar a los amigos que regresan, batir una banderita en plena calle, pero el día D se tarda. En su lugar, llegan fragmentados los sucesos, un avance aquí, una pérdida allá. Sin gritos de “viva Cuba libre”, ni botellas descorchadas. La vida nos escamotea ese punto de inflexión que guardaríamos para siempre en el calendario.

El anuncio por parte de los gobiernos de Cuba y Estados Unidos de un restablecimiento de las relaciones diplomáticas nos sorprende en medio de señales que apuntaban hacia la dirección contraria y también de un desgaste de las esperanzas. Raúl Castro acababa de aplazar la tercera ronda del diálogo con la Unión Europea programada para el próximo mes y el pasado 10 de diciembre las represión se había cebado sobre los activistas, como cada Día Internacional de los Derechos Humanos.

La primera sorpresa fue que en medio de la bravuconearía oficial, de cierta vuelta de tuerca ideológica, que se expresaba en llamados a redoblar la guardia contra el enemigo, desde hacía 18 meses la Plaza de la Revolución estaba en conversaciones con la Casa Blanca. Una clara evidencia de que todo ese discurso de la intransigencia sólo era para las gradas. A la par que se le hacía creer a los ciudadanos de la Isla que con solo traspasar el umbral de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana se convertían en traidores a la patria, los gobernantes de verdeolivo pactaban acuerdos con el Tío Sam. ¡Dobleces de la política!

Por otro lado, tanto las declaraciones de Obama como las de Castro tuvieron el dejo de la capitulación. El presidente estadounidense anunció una larga lista de medidas flexibilizadoras para acercar ambas naciones, antes que se dieran los ansiados y muy exigidos pasos de democratización y apertura política en nuestro país. El dilema de qué debía ser primero, el gesto de La Habana o la flexibilización de Washington, acaba de ser respondido, aunque aún queda la hoja de parra del embargo norteamericano para que nadie pueda decir que la resignación ha sido completa.

Raúl Castro, por su parte, se limitó a anunciar los nuevos gestos por parte de Obama y referir el canje de Alan Gross y otros prisioneros de interés para el Gobierno norteamericano. Sin embargo, en su alocución ante las cámaras de la televisión nacional no evidenció ningún acuerdo o compromiso de la parte cubana, como no fuera el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. La agenda del lado de allá del estrecho de la Florida la supimos al detalle pero la interna se quedó, como tantas veces, escondida y en secreto.

Aún así, a pesar de la ausencia de compromisos públicos de la parte cubana, lo de hoy fue una derrota política. Bajo el mandato de Fidel Castro nunca se hubiera llegado siquiera a perfilar un acuerdo de esta naturaleza. Porque el sistema cubano se apoya -como un de sus principales pilares- en la existencia de un contrincante permanente. David no puede vivir sin Goliat y el aparato ideológico ha descansado demasiado tiempo en ese diferendo.

¿Oigo los discursos o compro el pescado?

En el céntrico mercado de Carlos III, los clientes descubrieron sorprendidos que a mediodía las grandes pantallas no transmitían fútbol ni videoclips sino un discurso de Raúl Castro y posteriormente el de Obama a través de la cadena TeleSur. La primera alocución dejó cierta estupefacción, pero la segunda estuvo acompañada con besos lanzados hacia el rostro del presidente de Estados Unidos, en especial cuando mencionaba las flexibilizaciones para el envío de remesas a Cuba y el delicado tema de las telecomunicaciones. Algún que otro grito de “I Love…” se dejó oír por una esquina.

También hay que decir que la noticia tenía fuertes competidores, como la llegada a las carnicerías de mercado racionado del pescado, después de años de no aparecer. No obstante, a media tarde casi todo el mundo estaba enterado y el sentimiento compartido era de alegría, alivio, esperanza.

Sin embargo, esto apenas comienza. Falta un cronograma público con el que se logre comprometer al Gobierno cubano a seguir una secuencia de gestos a favor de la democratización y del respeto a las diferencias. Hay que aprovechar esta sinergia que han provocado ambos anuncios para arrancarle una promesa pública, que debería incluir al menos  los cuatro puntos de consenso que la sociedad civil ha ido madurando en los últimos meses.

La liberación de todos los presos políticos y de conciencia; el fin de la represión política; la ratificación de los pactos Derechos Civiles, Políticos, Económicos, Sociales y Culturales, con su consiguiente adecuación de la legalidad interna y el reconocimiento de la sociedad civil cubana dentro y fuera de la Isla. Arrancarle esos compromisos sería comenzar a desmontar el totalitarismo.

Mientras no se den pasos de esa envergadura, muchos seguiremos pensando que la fecha esperada no está cerca. Así que a guardar las banderitas, no se pueden descorchar la botellas todavía y lo mejor es seguir presionando para que finalmente llegue el día D.

Alan Gross, el anzuelo que terminó siendo tragado

Cuba ha puesto en libertad al estadounidense Alan Gross.

Con ese pesimismo que se ha vuelto ya crónico en nuestra sociedad, muchos cubanos pensábamos que Alan Gross sólo lograría salir de Cuba “con los pies por delante”, en una imagen alusiva a un desenlace fatal. La terquedad que ha mostrado el Gobierno cubano en sus relaciones con Estados Unidos, no presagiaba una solución a corto plazo para el contratista. Sin embargo, este miércoles ha sido canjeado por tres espías cubanos presos en Estados Unidos, con lo que se cierra un largo y complicado capítulo político para ambas partes.

Gross sólo era de utilidad vivo y su salud se deterioraba muy rápidamente. Y eso lo sabía muy bien Raúl Castro. De ahí que en los últimos meses le aumentara los decibeles a la propuesta de intercambiarlo por el agente Antonio Guerrero y los oficiales Ramón Labañino y Gerardo Hernández que cumplían largas condenas en cárceles del vecino del Norte. En la medida que el contratista de 65 años enflaquecía y perdía la vista, las campañas oficiales insistían más en el canje. Cuando Gross amenazó con quitarse la vida, las alarmas se dispararon en el Gobierno de la Isla y el cronograma de la negociación se aceleró.

Barack Obama, por su parte, tenía claro que cualquier cambio en la política hacia La Habana se encontraría ante el obstáculo insalvable de un estadounidense preso por “amenazas a la seguridad del Estado”. Ya el propio The New York Times había sugerido el intercambio en uno de sus editoriales sobre Cuba, y la publicación del texto en tan prestigioso diario fue leída como un adelanto de lo que ocurriría. Como en todo juego político, sólo veíamos una parte, mientras en los entresijos del poder se ataban los hilos del acuerdo que hoy acaba de hacerse público.

Para quienes conocemos los mecanismos de presión que utiliza la Plaza de la Revolución hacia sus contrincantes, la propia captura de Gross queda como una jugada dirigida a recuperar a los agentes del Ministerio del Interior. El contratista no fue arrestado tanto por lo que hacía, sino por lo que se podría lograr con él. Era un simple anzuelo y estaba consciente de ello desde el principio. Su delito no radicaba en haberle traído un equipo de conexión satelital a Internet a la comunidad judía cubana, sino en llevar en su bolsillo un pasaporte que lo convertía de inmediato en una pieza de cambio en el tablero de las tensas relaciones bilaterales entre Washington y La Habana.

EN EL JUEGO DE LA POLÍTICA LOS TOTALITARISMOS LOGRAN IMPONERSE A LAS DEMOCRACIAS, PORQUE CONTROLAN LA OPINIÓN PÚBLICA AL INTERIOR DE SUS PAÍSES

Si se revisan los cinco años de cautiverio padecidos por Gross, se verá un estudiado guión informativo con que el Gobierno cubano ayudó a presionar a la administración Obama. Cada imagen que salió a la luz pública, cada visitante al que se le permitió verlo, fueron autorizados con la única condición de que reforzaran la tesis del canje. De esa manera el castrismo ha terminado por salirse con la suya. Ha logrado intercambiar a un hombre pacífico, enrolado en la humanitaria aventura de proveer conectividad e información a un grupo de cubanos, por agentes de inteligencia que causaron daño significativo y dolor con su accionar.

En el juego de la política los totalitarismos logran imponerse a las democracias, porque controlan la opinión pública al interior de sus países, determinan los resultados legales a su antojo y pueden mantenerse tres lustros gastando los recursos de toda una nación en aras de liberar a sus topos enviados al terreno del adversario. Las democracias, sin embargo, terminan por ceder porque tienen que darle respuestas a los suyos, vivir con una prensa incisiva que le reprocha a los gobernantes el tomar o no tomar ciertas decisiones y porque están obligadas a hacer todo lo posible por llevar sus muertos y sus vivos de vuelta a casa.

El castrismo ha ganado, aunque el resultado positivo es que Alan Gross ha salido con vida de una prisión que amenazaba con convertirse en su tumba. Ahora, nos esperan largas semanas de vítores y consignas, en las que el Gobierno cubano se proclamará vencedor de su última batalla. Pero no hay espacio en el panteón nacional para tanto héroe que respira y, poco a poco, los recién llegados agentes irán perdiendo importancia y visibilidad. Empezará a desteñirse el mito que les labraron en la distancia.

Eliminado el principal obstáculo para el restablecimiento de relaciones, sólo falta saber cuál será el próximo paso. ¿Planea el Gobierno cubano otro movimiento para volver a estar en posición de fuerza con el Gobierno de Estados Unidos? O por esta vez todas las cartas han quedado sobre la mesa, ante los cansados ojos de una población que presiente que el castrismo volverá a ganar también la próxima jugada.

Cosecha de tempestades

Hoy, mientras publico este texto, miles de estudiantes de La Habana están sentados frente a su examen de matemática. En el cronograma de ingreso a la Universidad se ha debido incorporar una nueva convocatoria para esta asignatura, después de un escandaloso caso de fraude. El filtrado y la venta de las preguntas a evaluar terminaron con la anulación de la prueba anterior, tres profesores detenidos y un número impreciso de alumnos investigados.

Aunque la práctica fraudulenta es común en las escuelas cubanas, este caso ha provocado una profunda reflexión en la sociedad, incluso en los medios de prensa oficial. Hemos visto en nuestra pantalla chica decenas de entrevistas a gente que repudia la falsedad de copiar de otro y la mentira de adjudicarse conocimientos que no se tiene. Todas las personas consultadas dicen estar en contra de semejante estafa. Pocos, o ninguno, reflexionan sobre el entorno de hipocresías, dobleces y simulaciones en que han crecido estos adolescentes que tienen ahora entre dieciséis y diecisiete años. 

Justo esta hornada de escolares se educó bajo algunos experimentos educativos como los llamados maestros emergentes. ¿Hay mayor fraude que tener frente al aula alguien que dice ser maestro pero no posee ni los valores éticos ni los conocimientos para ejercer tan digna profesión? ¿Cómo pedirles honestidad si la pantalla del televisor por donde recibieron sus tele-clases, jamás logró transmitirles códigos morales adecuados? Son estos muchachos, que en este minuto se enfrentan a una prueba de matemática, hijos directos de mi generación, rodeada de artificiales resultados académicos y de calificaciones infladas.

Vale la pena recordar que durante décadas las escuelas y los maestros que no lograran que sus clases estuvieran por encima de los noventa puntos o cercanas a los cien, eran regañados, se les quitaba la emulación y hasta recibían penalizaciones administrativas y materiales. Era la época en que todos debían aprobar, fuera como fuera. Esos tiempos en que Fidel Castro leía en la tribuna los resultados académicos de los preuniversitarios con promociones elevadas, sabiendo –en su fuero interno- que aquello era una gran mentira creada para él.

Se volvió frecuente que los profesores dictaran las preguntas del examen con antelación, pasaran por la mesa de los que se demoraban más, para “soplarles” las respuestas, o –simplemente- salieran del aula dejando a los alumnos solos para que pudieran copiarse las respuestas unos de otros. Para quienes estudiábamos con tesón siempre resultó muy frustrante la complicidad de tantos maestros y metodólogos de educación con la práctica del fraude académico. Nosotros somos los padres de esta generación que hoy se evalúa en las aulas habaneras. ¿Cómo iban a ser distintos? ¿Cómo vamos a pedirles que no hagan lo que tanto han visto hacer?

(Artículo publicado por Yoani Sánchez en el blog Generación Y el 26 de Mayo de 2014)

Ah… tú no sales en “el paquete”

Subirse en un taxi colectivo a mediodía, con toda la carrocería caliente por el sol y chirriando ante cada bache, es una experiencia que conmociona. Uno baja la cabeza, se empequeñece, para poder sentase en los improvisados asientos. Alguna que otra hilacha del pantalón o de la saya se queda colgando de un tornillo mal puesto, de una punta metálica que no dio tiempo a redondear. Entonces llega la prueba más dura: aceptar el gusto musical del chofer, que se impone a golpe de decibeles. Pero también es una experiencia sociológica única, una mirada periodística que lleva a reflexionar sobre esta peculiar realidad que habitamos.

Hace unos días abordé uno de esos viejos “batiscafos” que ruedan por La Habana. Pura chatarra, pero con las poderosas bocinas de una discoteca. El reggaetón ensordecía. La mayor parte de las letras eran sexistas… predecibles, hasta que sonó una que me puso a pensar. El cantante se burlaba de alguien y le espetaba “ah… tú no sale en el paquete”. Sólo duraba unos segundos, “ah… tú no sales en el paquete….”, pero era suficiente. Se refería quizás a otro músico o artista que no aparecía compilado en los también llamados “combos”, selecciones de audiovisuales que se distribuyen de manera alternativa y que el gobierno abomina.

Llama la atención que ya en el repertorio popular, quedarse fuera del “paquete” va rebajando a cualquiera al último escalón de la popularidad. Si cierto video clip, documental o película no se incluyen en estas compilaciones, eso es un signo de su poca notoriedad. Lo más llamativo es que cuando la gente tiene la posibilidad de confeccionar su propia “programación televisiva” en estos gigabytes de telenovelas, documentales o musicales… nunca incluye los espacios oficiales. O sea, a la Mesa Redonda se le podría lanzar el ácido estribillo de “ah… tú no sales en el paquete” y así, al noticiero estelar, a los actos políticos y a cuanto discurso o declaración gubernamental nos transmiten por los canales nacionales.

La voz del Partido Comunista de Cuba se ha quedado fuera del “paquete”… por aburrida, sosa, repetitiva… y poco creíble.

Represión por capítulos

¿Qué siente el insecto atrapado en la telaraña mientras ve acercarse a su depredador? ¿Cómo son esos segundos entre que presiente el ataque y que muere? Deben parecerse mucho a los días en que la trampa represiva se levanta alrededor de un individuo, un grupo, una sociedad. Similar a ese guión en el que se van poniendo los justificantes para el golpe, moldeando la opinión pública, rellenando el archivo que después se presentará a la prensa o a los tribunales.

La actual estrategia contra la oposición cubana se parece al lento deslizar de las patas de la araña hacia su víctima.

Estamos viviendo una telenovela por capítulos, un intento de satanizar las tecnologías y la disidencia, quién sabe si para repetir aquellos días oscuros de marzo de 2003. Se ve llegar el golpe, en la insistencia con que la prensa repite ciertos estribillos, se obsesiona con temas como Zunzuneo y trata de mezclarlos con la violencia de cuatro supuestos terroristas recién descubiertos en territorio nacional. Como los malos seriales televisivos es perceptible también la costura con que empatan teléfonos móviles, Twitter, muerte y guerra. Afortunadamente apenas si funcionan ya esos culebrones, en un público cubano demasiado concentrado en sus necesidades cotidianas, abrumado por las carencias materiales, saturado de ideología y con más escapismo que conciencia cívica.

La trampa está casi lista. ¿Se usará? ¿Quién sabe? Pero no hay mucho que hacer para impedirlo, como no sea denunciarla. En fin de cuenta la araña siempre será más grande, más fuerte, más imponente.

Este artículo apareció originalmente en Martí Noticias