Fuera de lo común

Adam Dubove

Imaginemos un legislador que tiene principios. Un legislador que para votar los proyectos de ley no recurre a negociaciones espurias. Un legislador que no cree en la demagogia, ni cree que de una ley puedan surgir soluciones mágicas. Un legislador que no cree que los políticos sean capaces de resolver y regular todos los problemas que existen en la Ciudad, un legislador que cree que la mayoría de las veces los políticos y la política son parte del problema. Un legislador que no tiene miedo de reconocer que no es omnipotente, y que no pretende tener todas las respuestas.

Imaginemos un legislador que ante el intento de aumentar impuestos se opone porque sabe que cada peso es mejor gastado por quienes se lo ganaron, y no por un burócrata detrás de un escritorio decidiendo por los demás. Un legislador que, además, reconoce el derecho de la gente a gozar del fruto de su trabajo, y que él no tiene derecho a decirles a los demás como disponerlo. Un legislador que sabe que cada nuevo impuesto termina repercutiendo en los precios y que dificulta que los proveedores de bienes y servicios puedan desarrollar su actividad.

Imaginemos un legislador que se enfoca en las tareas básicas que tiene que asumir un gobierno. Un legislador que mira con asombro cómo se construye un estadio estatal para recitales, mientras que hay cuestiones básicas relativas a la seguridad y a la justicia aún sin resolver.

Imaginemos un legislador que deja de lado los clichés de la política y no tiene miedo en declarar el fracaso del sistema educativo actual y que propone un cambio revolucionario al respecto.  Imaginemos un legislador que entiende que insistir siempre con lo mismo lleva a los mismos resultados.

Imaginemos un legislador que no pretende proteger a las personas de sus propios actos, un legislador que reconoce que las decisiones individuales, y los planes de vida elegidos, son sagrados, mientras no agredan los derechos de terceros. Un legislador que cree que si alguien quiere comprar medicamentos en un kiosco, o una botella de cerveza después de las 22, tiene derecho a hacerlo.

Imaginemos un legislador que entiende la importancia de la iniciativa privada, y que la única forma de aumentar la calidad de vida es mediante la inversión y la posibilidad de generar riqueza. Un legislador que sabe que los intercambios voluntarios siempre van a tener el mejor resultado posible, y el más justo.

Imaginemos un legislador que, sin titubear, se anima a denunciar las políticas de empobrecimiento masivo sostenidas durante los últimos 70 años. Un legislador que tiene propuestas para expandir la libertad, y no programas y planes para indicarle a los individuos cómo deben vivir su vida.

Y ahora no imaginemos más. Tener un legislador así es posible, con el Partido Liberal Libertario.