La falacia de la ausencia del Estado

Adam Dubove

Jorge Capitanich deslizó en una de sus conferencias de prensa esta semana la posibilidad de estatizar las empresas distribuidoras de energía eléctrica de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano, Edenor y Edesur, como solución a los constantes cortes de luz que sufren las millones de personas que viven en esa zona. “Si las compañías no prestan bien el servicio, el Estado está dispuesto a hacerlo”, dijo Capitanich en el marco de la estrategia oficial de poner la lupa sobre las dos empresas –que ostentan un monopolio garantizado y avalado por el Gobierno– eligiendo ignorar las verdaderas causas que provocan los apagones diarios que sufren miles de familias y comercios todos los días.

La respuesta de Capitanich no es casual, obedece a una doctrina que es escuchada con frecuencia entre los defensores del kirchnerismo pero también habitual entre los integrantes de la oposición. Es la idea de que la intervención del Estado siempre es escasa y la solución se encuentra en una mayor interferencia estatal. De esta manera, la deficiente calidad educativa, las paupérrimas condiciones del transporte público, la deficiente provisión de servicios como la energía o las telecomunicaciones, los aumentos de precios, o la escasa inversión, es todo consecuencia de un “Estado ausente”.

El razonamiento es el siguiente: un político identifica un problema o una preocupación de algún sector de la sociedad como la renta agrícola, la vivienda, el crédito, la inflación, el desabastecimiento de energía, la telefonía celular, la lista es interminable. Una vez identificado el problema, rápidamente diagnostica que el Estado está ausente, o no está tan presente como debería estar, y se llega a la conclusión de que es necesario hacer algo para brindarle respuestas a la gente.

¿Pero si no es la falta de presencia del Estado sino el exceso de ésta el origen de nuestros problemas?

Volvamos con Capitanich. La propuesta de estatizar Edenor y Edesur es presentada como revolucionaria, “el Estado se hará cargo del servicio”. ¿Acaso Capitanich no sabe que el Estado está virtualmente a cargo de las empresas distribuidoras de energía? Ninguna de las dos empresas tiene la posibilidad de definir los precios de la energía. Desde 2003 está prácticamente congelada la tarifa, a pesar del aumento en la demanda y de la inflación y, por supuesto, ni Capitanich ni nadie plantea terminar con el régimen monopólico de las eléctricas y permitir la libre competencia.

Los ejemplos de la aplicación de la doctrina del Estado ausente abundan. El plan Procrear destinado a resolver los problemas habitacionales es presentado como una solución de “Estado presente”. Pero cuando la imposibilidad de acceder a un crédito hipotecario siga siendo un problema para gran parte de la sociedad, la respuesta del Capitanich de turno será que “el Estado no estaba lo suficientemente presente”. Los hechos para hacer tales afirmaciones son seleccionados con extremo cuidado. Mencionar la presencia del Estado en la destrucción de cuatro signos monetarios (con el quinto en camino), la desconfianza en el sistema bancario con defraudaciones avaladas por el gobierno y el consecuente desincentivo al ahorro, y la cifra de la inflación en dos dígitos conspiraría contra los objetivos de la clase política.

Los políticos se presentan como salvadores, como los mesías que traen las soluciones que exige la gente. Admitir su impotencia implicaría que deban abandonar su insaciable ambición de poder. El filósofo francés Jean-François Revel en El rechazo del Estado describe cómo “el Estado se apropia una cantidad cada vez mayor de ramas de actividad, no para hacer que funcionen mejor, sino para aumentar su poder. Su meta es reforzarse a sí mismo, destruir todo poder distinto al suyo, todo poder que le sea ajeno”.

El principal problema que se presenta para terminar con la falaz doctrina del Estado ausente es comunicacional. Mientras que las políticas que pretenden solucionar los descalabros económicos y conflictos sociales pueden ser identificadas con facilidad, las causas que los generan muchas veces están encubiertas. Los anuncios políticos suelen contener un tinte populista, mientras que las teorías que explican con precisión el origen de esos problemas requieren un análisis con mayor profundidad.

La doctrina del Estado ausente causó mucho daño y lo sigue causando. Es la excusa perfecta para que la clase política continúe con la confiscación del poder social. Durante los últimos 80 años –quizás más– nos hemos empecinados en buscar en la política las soluciones a nuestros problemas. Si pretendemos que los deseos de buenos augurios y prosperidad tan presentes en esta época se hagan realidad llegó la hora de dejar de buscar soluciones mágicas en hombres y mujeres que se creen iluminados y optar por una solución liberal.