Por: Adrián Ravier
Tres burbujas podemos detectar en las últimas dos décadas, generadas a partir de la política monetaria de la Reserva Federal. La primera fue la burbuja del Nasdaq, que si bien algunos analistas identificaron con los fraudes contables de Enron y Worldcom, lo cierto es que jamás hubiera alcanzado semejantes dimensiones sin una política de expansión del crédito tan vigorosa durante la década de 1990. La pérdida económica que ocasionó entonces el derrumbe de Wall Street fue cercana a los 7 billones de dólares en sólo un año -entre 2001 y 2002-, lo que equivalía en ese momento a todo el PIB de la Unión Europea, o al 80 % del PIB de Estados Unidos. La segunda fue la burbuja inmobiliaria, originada justamente como medio para reemplazar la burbuja anterior, bajo una política de tasas de interés que fue muy baja por demasiado tiempo y que se pinchó en 2007, dejándonos con la crisis subprime americana de 2008, con efectos en una gran recesión global en 2009.
La tercera burbuja está hoy entre nosotros, precisamente en América Latina. Ante la crisis de 2008, la Reserva Federal volvió a expandir fuerte el crédito -con tasas de interés en torno al 0 ó 0,25 %, lo que permitió a Estados Unidos recuperar leve y temporalmente su nivel de empleo y actividad económica, pero que deja abierto para los próximos años un debate acerca de las consecuencias reales de esta política.
Lo cierto es que la Reserva Federal ha depreciado su moneda, algo que resulta evidente cuando observamos el precio de ciertos commodities como el cobre -de interés en Chile-, el petróleo y sus derivados -de interés en Venezuela y Ecuador- los alimentos -de interés en Argentina y Brasil- o el gas -de interés en Bolivia. América Latina ha disfrutado de precios récords para sus productos exportables y eso ha acelerado las tasas de crecimiento en la región, sin embargo, el proceso está en riesgo.
Tan sólo la apertura del debate en Estados Unidos acerca de un posible fin para los estímulos ha disparado hacia abajo los precios futuros de los commodities. La soja, por ejemplo, tan importante para la economía argentina, ha caído de 700 dólares por tonelada en agosto de 2012, a 550 dólares en mayo de 2013, lo que se agrega a otros factores internos en Argentina, donde los productores han dejado temporalmente de exportar como medio de protesta. Los metales también caen. Entre octubre de 2012 y mayo de 2013, el cobre cayó 11 %, la plata 13 % y el oro 21 %. El barril de petróleo lleva una caída de 12 % entre febrero y mayo de este año.
Una posible suba en la tasa de interés de corto plazo generaría además una atracción precisamente de aquellos capitales que también ofrecieron vigor al crecimiento de América Latina, lo cual hace que la situación sea muy sensible a las noticias que provienen del Norte.
No caben dudas de que los eventos que se aproximan pondrán a prueba las políticas económicas tomadas en la última década. ¿Podrán ajustar los gobiernos los niveles de gasto a menores niveles de recaudación? Si asumimos la hipótesis keynesiana de la inflexibilidad del gasto a la baja, ¿cómo se financiarán los déficits? ¿Volverá el FMI con su consecuente endeudamiento? ¿Habrá más emisión para financiar la diferencia entre ingresos y gastos? ¿Se profundizará entonces la inflación? Son preocupaciones que los empresarios deben tomar en cuenta a la hora de tomar decisiones de inversión para el corto y mediano plazo.