El desarrollismo de Frondizi

Adrián Ravier

Mauricio Macri enfrenta un contexto económico similar al que enfrentó Arturo Frondizi en 1958, con agudos desequilibrios fiscales, monetarios y cambiarios. Los historiadores que resumen aquel período destacan el déficit fiscal y la sobredimensión de empleo público, la monetización de dichos déficits con su consecuente inflación y la escasez tanto de divisas como de reservas del Banco Central (BCRA) para sostener un peso fuerte. También para importar materias primas, productos intermedios y bienes de capital, indispensables para la industria.

El “estrangulamiento” —entendido como la falta de divisas para sostener el crecimiento económico de la industria por su necesidad de insumos importados— aparecía como un problema estructural generado por tres décadas de proteccionismo y la aplicación de un modelo de industrialización por sustitución de importaciones que sólo había logrado estancar a la economía argentina desde la gran depresión de 1930. La producción agropecuaria no era ajena a esas dificultades y declinaba tanto por los bajos precios internacionales como también por el exceso de regulaciones y controles, incluyendo retenciones a las exportaciones.

El desarrollismo de Frondizi y Frigerio

Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio decidieron enfrentar este contexto apoyándose sobre un modelo desarrollista que no se basaba en el viejo proteccionismo, sino en un modelo de apertura económica capaz de atraer inversión extranjera directa. Frondizi repetía: “Los Estados Unidos resolvieron el mismo problema con el concurso del capital extranjero, cumpliendo la afirmación de Hamilton en el sentido de que todo dinero extranjero que se invierte en una nación deja de ser un rival para constituirse en un aliado”.

Este modelo partía de la famosa tesis de Raúl Prebisch, fundada en un pesimismo respecto a las exportaciones de productos primarios vinculado con los bajos precios de los productos agropecuarios y mineros. La clave del desarrollismo era la expansión “vertical”, es decir, el acople de las actividades de producción de insumos y bienes de capital a las ramas ya más expandidas. Este empuje, a su vez, hacia una “economía industrial integrada” reconocía una serie de prioridades. En primer lugar, debía multiplicarse la producción de petróleo y gas, lo que permitiría, en un plazo bastante corto, ahorrar divisas para dedicarlas a la inversión en otros rubros. Frigerio sintetizó esa aspiración en la fórmula “Petróleo + carne = acero + industria”. La capacidad de conseguir capital necesario para instalar las ramas químicas y de acero estaba dada por las posibilidades de exportación de carne y la sustitución de importaciones petroleras. Además de estos rubros, otras prioridades de aquel Gobierno estuvieron localizadas en la industria química y petroquímica, siderurgia, depósitos de carbón y hierro, provisión de energía eléctrica, cemento, papel, maquinaria y equipos industriales.

El arribo de inversiones desde el exterior dependía de las condiciones internas que lograra generar el Gobierno, y Frigerio acertó entonces en eliminar parte de la legislación represiva por el proteccionismo preexistente. Se terminaron las restricciones sobre el mercado cambiario y hubo un único tipo de cambio, fluctuando su cotización según la oferta y la demanda. En cuanto a las importaciones, se abolieron parte de los controles cuantitativos y los sistemas de permisos, pero se establecieron recargos a las compras externas de hasta 300% para bienes de lujo, pero 0% para insumos considerados esenciales.

Para reducir el déficit fiscal también se proyectó una reducción del empleo estatal que comenzaría por el congelamiento de nuevas vacantes. Se anunciaron nuevos impuestos y mayor control tributario. En los primeros días de enero, además, hubo una suba de las tarifas públicas.

Pero esos aciertos fueron relativizados por otros desaciertos. El crecimiento de los salarios y de la inversión pública provocó un déficit que rozó el 9% del PBI y fue financiado en su mayoría a través de emisión monetaria. La consecuencia lógica fue un alto nivel de inflación. Además, en 1958, el Gobierno anunció que se habían firmado contratos de explotación con empresas petroleras extranjeras. Las negociaciones, que habían sido llevadas adelante personalmente por el entonces polémico Frigerio, no se convocaron mediante licitación pública y no se preveía la aprobación parlamentaria de los contratos.

Al margen de las formas y sus polémicas, el resultado fue impactante. Cuando asumió Frondizi, la importación de petróleo representaba un cuarto de las importaciones. Treinta meses después, había autoabastecimiento, la producción había pasado de 5,6 a 16 millones de metros cúbicos anuales. El éxito de este proceso despertó el interés extranjero por otras inversiones, pero aún no se había resuelto el “estrangulamiento”. Las restricciones a la importación impedían el crecimiento y, en 1959, el PIB cayó un 6,5% respecto al año anterior. Mientras descendía la recaudación fiscal y se agrandaba el déficit y su monetización, la inflación se aceleraba, lo que presionó a Frigerio a dar un paso al costado.

El aporte “liberal” de Álvaro Alsogaray

Álvaro Alsogaray fue designado al frente de los ministerios de Economía y Trabajo y rápidamente hizo famosa su frase: “Hay que pasar el invierno. […] Denme ustedes un tiempo para permitir la reabsorción de este fenómeno”. Lo cierto es que sin su aporte “liberal” el desarrollismo no habría pasado el invierno.

La prioridad de la política económica de Alsogaray fue detener el proceso inflacionario y lo logró poniendo especial atención en el déficit fiscal que se venía monetizando. Primero redujo el déficit con medidas antipopulares, suspendió obras públicas y terminó con el Estado empresario, porque afirmaba que las inversiones debían ser desarrolladas con medios privados. Segundo, cambió la fuente de financiamiento del déficit fiscal por deuda interna y externa a la que accedieron las empresas públicas y la administración central. Tercero, a medida que la economía se fue recuperando, se incrementó la recaudación tributaria, lo que contribuyó también a reducir el déficit fiscal.

Las turbulencias macroeconómicas de mediados de 1959 fueron cediendo. El dólar, que había tenido un pico de 100 pesos moneda nacional en mayo, retrocedió hacia 83 en agosto, gracias a mayor confianza y a crecientes influjos de capital. Temiendo una mayor apreciación, el Banco Central estableció una paridad fija de facto en ese nuevo nivel. La inflación descendió al compás del tipo de cambio: los precios de las importaciones y los productos agrícolas se estabilizaron apenas el dólar alcanzó ese nuevo equilibrio, y los productos industriales se desarrollaron a apenas 1% mensual en el último cuarto de 1959.

En 1960 y 1961 la economía creció a un promedio de más del 8% anual. El factor dinamizador fue la inversión que aumentó en 1961 a un nivel 66% mayor que el de 1959, y 47% mayor que el de 1958, un año menos anormal. El capital internacional respondió a las masivas oportunidades que proveía una economía ahora más ordenada. El Financial Times declaró al peso argentino “moneda estrella” del año en 1960. El crecimiento se manifestó, poco después, en una mejora en el salario real, que aumentó 12% hacia fines de ese año.

Cuentan diversos historiadores, sin embargo, que Frigerio nunca dejó realmente de ofrecer su consejo a Frondizi. De hecho, hubo recurrentes tensiones entre Alsogaray y Frigerio, por ejemplo, por la construcción de una central eléctrica en Dock Sud y el costoso proyecto de El Chocón. Estos proyectos se llevaron adelante a pesar de la oposición de Alsogaray, quien era mucho más conservador con los recursos tributarios y no estaba dispuesto a financiarlos.

En abril de 1961 Alsogaray fue reemplazado por Roberto Alemann como ministro de Economía, pero la salida no fue traumática. Alemann continuó el programa conservador de Alsogaray, insistió en la austeridad para asegurar la estabilidad monetaria, pero pronto la “batalla del transporte” abrió conflictos y huelgas que terminaron con 54 mil despidos. La financiación de mejoras salariales e indemnizaciones altísimas provino del Banco Central, lo que produjo la renuncia de Alemann en enero de 1962.

La caída de reservas de allí en adelante fue continua; mientras Frondizi volvió a insistir en un fuerte recorte de empleo público, su derrota electoral sólo condujo a la vieja solución argentina con una nueva devaluación.

El desarrollismo en el siglo XXI

Mauricio Macri hace bien en reivindicar a Frondizi, pero concentrar su atención sólo en los aportes de Frigerio puede dejar al margen el desequilibrio fiscal, con su evidente importancia. Argentina necesita apertura económica, pero también equilibrio fiscal y monetario.